Cap I

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—¡Apenas acabó la guerra! ¿Cómo vamos a bajar los precios del arroz?

—¡La gente no entiende!

Wei Ying escucha la conversación de lejos, con los ojos rojos por el alcohol. El licor agrio atraviesa su garganta nuevamente. Frente a él, Lan Zhan se mantiene pétreo, como si todo lo que hablasen no significara nada, mientras bebe una taza de té.

—En cinco años de guerra, ¿qué esperaban? ¡Apenas Yunmeng se está recuperando de todo el horror! ¡Los caminos están llenos de fantasmas!

—Wei Ying. —La voz suave de Lan Zhan llama su atención. En respuesta, le sonríe, levanta la botella de licor y vuelve a beber hasta que el líquido corre bajo su barbilla y se pierde en sus túnicas.

Cinco años... Cinco malditos años. Ni siquiera el placer que sintió al torturar a Wen Rouhan meses atrás ha podido resolver el agujero que posee desde hace cinco años. La botella vacía cae sobre la mesa de madera. Wei Ying apoya su rostro en su mano, mirando el alrededor. Está de espalda al escenario donde se supone que habrá una participación especial, pero él solo ve los rostros de la gente que entra y sale, esperando algo.

Todavía tiene el ardor de los ojos. No es el alcohol, son ganas de llorar acumuladas que no dejan de aparecer por mucho que llora. Lan Zhan no dice nada, ni cuando llora, ni cuando no, una presencia tranquila y persistente que grita «estoy aquí» sin voz.

—Los encontraremos —asegura de nuevo. No sabe de dónde viene esa fe, pero la envidia, porque una parte de él se siente descosido cuando la esperanza se pierde entre sus dedos—. El fantasma de Wen Ning dijo que los salvó.

—Los ayudó a escapar, lo que no implica que están a salvo.

—No responden a la indagación.

—No tienen núcleo —gruñe—. Yo... maldita sea, no sé qué hacer.

Wen Ning, el fantasma que aún estaba en Lotus Pier, descansó cuando pudo responder a las preguntas de indagación de Lan Zhan. Dijo que murió cuando lo descubrieron los compañeros, cuando se dieron cuenta de que había dejado escapar a los dos herederos cautivos. Pero cuando lo hizo ya era tarde, habían salido muy mal heridos, sin núcleo. Luego una patrulla Wen fue a buscarlos, tras haberlo empalado contra la pared.

Wen Qing tiene que saberlo, pero todavía está curando las heridas de Nie Mingjue en Qinghe.

Hay movimientos detrás de él, pero no presta atención. Solo mira a los ojos a todos los que entran y salen de la mayor posada de Yumping, el último lugar de Yunmeng que pueden revisar antes de proseguir con su búsqueda en el resto de los pueblos. Después de haber asediado cada puesto de vigilancia buscándolo, después de acabar la guerra, ya solo queda buscarlos como civiles.

¿Pero cómo Jiang Cheng puede ser tan poco filial como para no haberse comunicado si estuviera vivo? Wei Ying lo conoce mejor, sabe que eso no es lo que haría. Y es eso lo que pulla en su esternón diciéndole que llegó tarde, que falló. Le falló a Jiang shushu y a Madam Yu. Le falló a su didi.

El sonido del Guqin suena a su espalda. La sala se llena de silencio, pero Wei Ying aprovecha la ocasión para tomar otra botella, abrirla y beberla. Traga con rabia, pasa una mano por su frente y observa de nuevo a Lan Zhan. El Guqin suena, es hermoso. Tiene una dulzura, una tranquilidad que emana aún sin energía espiritual. Suena como los de Gusu, pero no tiene el poder de...

Suena como en Gusu.

Los ojos de Lan Zhan están abiertos, abiertos como dos ventanas, abiertos como dos soles que acaban de amanecer.

Los ojos de Lan Zhan empiezan a humedecerse en medio del brillo. Se ha quedado rígido, mientras el Guqin suena, mientras la voz masculina en un hermoso barítono sube. Wei Ying tiene miedo de voltear, porque si lo hace, si lo comprueba, no va a saber qué hacer con las emociones discordantes que se mueven como serpientes enroscadas en su esternón.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora