Cap XLIII

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Jiang Cheng recuerda todo una mañana de invierno.

No es con una fuerte conmoción. Ni con un ataque que intentó dejarlo sin aire y matarlo. Ni con lágrimas. Tampoco con gritos. Viene como si la tierra que resbaló y los hizo caer lo ha enterrado vivo.

Viene con un intenso sentimiento de pérdida.

Jiang Cheng no puede saber cuánto tiempo dura en un estado de intensa apatía. El vacío tan hondo como el de sus meridianos se hace presente de una forma inexplicable, que no tiene la energía de interpretar. Horas y horas mirando el techo de madera que él mismo forjó con sus manos, horas y horas tirado con la espalda sobre la estera y la sensación vacía de unas piernas que ya no están. Horas y horas acariciando lejanamente el vientre sin calor.

Es invierno y hace frío. Sus piernas resienten eso por muy poco tiempo, porque su amado esposo está allí al pendiente cubriéndolo con muchas mantas calientes y procurando que esté bien allí donde está. Durante ese tiempo, no hace más que eso, bañarlo, vestirlo, darle de comer, volver a acostarlo cuando él dice, con voz trémula: quiero dormir.

La sensación de pérdida no mengua con el tiempo. No lo hace cuando las nevadas llenan de blanco todo el lugar y le da la excusa perfecta para no acabar con la construcción que avanzó. Las imágenes se repiten una y otra vez en la cabeza como una pintura a todo color, como estallidos de tinta que llenan y colorean el papel de arroz. Ve a su madre miles de veces correr con él, agarrado de su muñeca mientras lo apresura hacia la parte trasera del muelle. Siente millones de veces el abrazo de ella, la forma en que lo aprieta contra su vientre y puede entenderla tanto... ¿no haría eso por Feng-er y A-Jun? ¿No los liberaría con la esperanza de que pudieran crecer lejos de él, ser mejor de lo que él fue?

El recuerdo de esa barca alejándose, de su garganta rastrillada por los gritos, lo alcanza hasta dejarlo inmovilizado en el piso, ahogado por las lágrimas que no derrama. El dolor en sus manos y el frío de la lluvia mientras agarraba el cuello de Wei Wuxian y lo aplastaba con su propia amargura y desesperación vuelve de forma nítida. La angustia cuando su padre no lo liberó para ir con él, cuando le dijo que fuera un buen chico. Portate bien, con esta despedida silenciosa como si no hubiera tiempo de decir más. El fuego azotando los muelles, la sangre llenando el agua, los cuerpos derrumbados en todos lados, las alfombras llenas de líquido rojo, los gritos de los soldados, las risas de Wen Chao... El sonido de la bengala.

Algunas veces, cuando sale del estupor de un dolor tan profundo como para nombrarlo, siente el peso de sus hijos sobre su pecho o entre sus brazos. El peso de su esposo detrás de su espalda mientras lo cubre con su cuerpo y su manta. Las caricias en su pelo de Meng Yao, que luego nota que está peinando su cabello que crece. La voz lejana de Wei Wuxian hablándole suavemente contra su oreja, contándole las travesuras de A-Ling y como avanza el embarazo de su hermana. La música del guqin de un Lan Wangji. La voz de su esposo susurrándole que le dijera algo. El xiao a lo lejos...

Lo siento.

Gracias.

Y silencio.

El dolor no desaparece. La sensación de desesperanza no se hace más ligera. A veces sueña con ellos, a veces se imagina de nuevo en los campos de Yunmeng Jiang, en los entrenamientos de Muelle de loto mientras su madre vigila sus formas de espadas desde la distancia. A veces entra al salón principal y ve a su padre alzando su rostro entre las cartas. Escucha los gritos de sus shidis señalando las cometas y el ruido de festejo de los pobladores cuando recogen los lotos. A veces sueña que camina así como está, atravesando los muelles vacíos, la madera mohosa y casi dañada, manchas de fuego y de muerte, el fango demasiado alto, la ausencia de lotos. Cuando llega al final del muelle, ve el pabellón de sus padres donde se encuentran, a veces para discutir, otras veces, que ahora es capaz de recordar, solo para sentarse y compartir el silencio. Su madre tan imponente, bebiendo licor con elegancia, su padre leyendo algún libro mientras el viento susurra.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora