Cap V

954 188 56
                                    

La casa es pequeña, de una sola habitación, hecha de madera maciza. Tiene pilares que la levantan del suelo como si estuviera protegida para alguna inundación.

Como Muelle de loto...

Está a las afueras del pueblo de Yunping, incluso un poco lejos del camino peatonal. Wei Ying observa la arena alrededor, mira a los niños sentados derechos sobre la estera, aunque el menor parece tener piquiña en su trasero por lo mucho que se remueve como si quisiera saltar. Pelusa no está allí, al menos no porque no la escucha ladrar, pero después de ver lo pequeña que se ve la casa, las ropas simples de ambos niños, la estera remendada, pero sus piel limpias, sus ojos brillantes, sus mejillas no están jaladas...

Los alimentan bien. Se ven sanos y felices. La casa luce limpia, a pesar de la escasez de muebles.

El rostro de Lan Zhan está en blanco. Wei Ying no puede imaginar qué siente.

—Soy Yue, este es mi esposo Zhou. Nuestros hijos: Feng y Jun. Bienvenido a los señores cultivadores a nuestra humilde morada.

Todos se inclinan, como lo haría la gente común, como lo harían los campesinos. Lan Zhan se estremece y Wei Ying tiene un dolor de estómago.

—Por favor, ¡no hace falta tanta formalidad! —Wei Ying grita, demasiado alto. Los niños lo miran con avidez.

El mayor, A-Feng, parece una pequeña imagen de Jiang shushu y él quiere echarse a llorar, aún si no comparten sus ojos, aún si sus ojos parecen ser los de XiChen. En cambio el menor, A-Jun, que parece un Lan Zhan pequeño, tiene la picardía en su mirada de un Jiang Cheng. Es todo... tan extraño.

Quiere cargarlos, abrazarlos y llenarlos de besos. Como lo hace con A-Ling.

—Por favor, jóvenes maestros, acompañenme adentro —dice Meng Yao, con esa sonrisa de hoyuelos perpetua.

Suben las escaleras de madera. Todos se acomodan en la única mesa que hay, y se sientan en los cojines acomodados para descansar sus piernas. Wei Ying ve a Jiang Cheng moverse con confianza en su casa, hasta donde se encuentra la leña y está la sopa cocinandose. Los niños están inquietos y él percibe un olor familiar que, si llega a ser así, lo va a hacer llorar. Frente a él, Lan XiChen les sonríe, aunque puede observar la manera en que se jala las mangas de su túnica verde oliva. Jiang Cheng, con su túnica gris, está distraído en la cocina.

—¿De dónde son los jóvenes maestros? —pregunta A-Feng, con sus ojos oscuros observándose. Lan Zhan parece tragar con dificultad.

—De Gusu Lan.

—¿Gusu? —El niño entonces busca con su mirada a Lan XiChen—. Baba, ¿dónde queda Gusu Lan?

—Gusu Lan queda en las montañas, A-Feng. Donde comienzan los ríos. —Lan XiChen entonces mueve su rostro, como buscando un sonido particular. Luego Wei Ying nota que el más pequeño está moviéndose de su lugar, mirando fijamente la borla de su flauta—. A-Jun, te estoy escuchando. ¿Puedes quedarte sentado?

—¡Baba! —grita el niño, a punto de hacer berrinche.

—No levantes la voz a baba.

—¡A-Jun quiere que lo tire al lago de nuevo! —Se escucha la voz de Jiang Cheng, removiendo la sopa con el cucharón—. ¿Quieres eso, enano?

—¡No! —el niño refunfuña. Wei Ying, desgarrado al ver ese ceño fruncido, saca a Cheng Qing de su cintura y se lo entrega al niño. A a-Jun le brillan los ojos y la toma sin esperar.

—¡Baba toca eso! —Dice A-Feng, con sus ojos puestos en el dizi mientras el hermano menor la muerde y llena de baba—. ¡Es bueno tocando el dizi y tiene una voz hermosa! También toca el Guqin y me está enseñando. Y el xiao y hasta hace música con las cajas de A-die.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora