Cap II

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No pueden dormir. Lan Zhan y Wei Ying dan vueltas y vueltas en la cama, aún sin poder creer la amalgama de emociones que tienen en su pecho con la revelación. Los encontraron, están vivos. Vivos y juntos, con hijos. Vivos y juntos, sin núcleo. Vivos y juntos, sin recordarlos. Todo suena tan extraordinario y tan injusto, que entre las ganas de llorar y de agradecer a los dioses no pueden pegar un ojo.

Así los encuentra Meng Yao la mañana siguiente, casi al mediodía. Wei Ying tiene el rostro afectado por el malestar de la resaca, que bien podía controlar su propio núcleo. Lan Zhan luce más pálido que nunca. Se reúnen en la habitación nuevamente, a solas, y sellan con talismanes silenciadores para mantener el secreto.

—Hablé con Zhou-er —dice Meng Yao al sentarse y servir el té. Apenas ellos tocaron sus desayunos—. Está de acuerdo con verse con él, en su puesto en el mercado.

—¿Mercado? —La voz de Wei Ying sonó meliflua.

—Sí, es pescador. Tiene un puesto en el mercado, muy concurrido. Es muy popular entre los restaurantes y posadas.

—¿Les hablaste de nosotros? ¿De que soy su gege y lo he estado buscando?

—Sí... y no vi cambio alguno. No recordaba nada. —Hay silencio. Lan Zhan aprieta Bichen como si sostuviera así el hilo de su cordura—. Pero pidió verlo porque no quiere que vean a A-Yue antes de que él mismo lo haga. Es bastante protector con A-Yue, ayer llegó a casa con un dolor de cabeza fuerte después de su encuentro. No sé si eso signifique algo bueno para ustedes.

Que el dolor de cabeza signifique que pueda recordar algo sería bueno, pero la cara de angustia de Lan Zhan muestra por saber que lastimó a su hermano duele más que incluso su olvido.

Wei Ying decide por ambos.

—Quiero ver a Ji... Zhou-er. Nos reuniremos con él.

—Bien, me dio permiso de llevarlos al mercado. No piensan huir, pero tampoco siento que quieran involucrarse demasiado. Ellos ya no son cultivadores, Lan-gongzi, Wei-gongzi. Quizás lo que esperan de ellos ya no es algo que puedan...

—No sabes qué es lo que esperamos de ellos... —Wei Ying gruñe. De repente, Lan Zhan le toma la mano para aplacar la ira, porque la sola idea de que sugiera que los deje allí sin más le da nauseas.

—No queremos imponerles. Todo lo que deseamos es confirmar el bienestar de... nuestros hermanos. Los hemos buscado por cinco años, nunca quisimos creer que fueron asesinados como los Wen decretaron. Necesitamos saber que están bien. —Lan Zhan habla más de lo que lo ha escuchado en su vida.

—También soy protector con ellos. —Los ojos de Meng Yao se endurecen a pesar de la curva de su sonrisa. El contraste lo hace ligeramente aterrador—. Son mi única familia.

Wei Ying quiere levantarse, jalarlo del cuello, destruir el rostro, arrancarle la sonrisa porque Jiang Cheng es SU familia y él la está tomando como si fuera su hermano, como si fuera su gege. Se contiene porque es la única manera de poder verlo.

—Entonces llévame con él... —muerde.

Meng Yao asiente. Se levanta y ambos cultivadores lo siguen cuando baja las escaleras de la posada y se despide de la esposa del propietario. Camina con calma por la calle. La gente los mira porque son llamativos: Lan Zhan con su túnica de Gusu Lan elegante y vistosa, la cinta en su frente, la espada preciosa y espiritual. Wei Ying no viste los colores de Yunmeng Jiang desde que desintegraron la secta. Está de negro, como un cultivador errante, porque se siente inmerecedor del purpura desde que le falló a Jiang shushsu y Madam Yu al dejar que Jiang Cheng escapara de él en el pueblo para buscarlos. Sin embargo, Suiban está en su cadera y ChengQing también, nadie conoce la identidad del cultivador demoníaco que estuvo en la guerra y es mejor que no lo conozcan.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora