Cap XX

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—¿Crees que deberíamos avanzar?

No había fogata. Era peligroso. Mojados como estaban por la lluvia, con apenas un par de noches lejos de Muelle de loto, no podían arriesgarse a ser descubiertos. Así que conseguían calor sentándose muy pegados, muy juntos, en una forma que Zhou solo le había permitido a su hermano. Pegado hombro a hombro al lado de... Lan Huan.

Tenían túnicas anodinas, blancas y sin arreglos, como si estuviera preparado para ocultar un cadáver. Aunque la suya se veía con los manchones frescos de la sangre en la tela de su pecho y espalda por los latigazos y golpes. La herida estaba abierta, al rojo vivo y ya Zhou no pensaba en cómo ardía. Estaba demasiado cansado, tenía frío y hambre y todo lo que podía pensar era en dormir y dejarse encontrar así.

—Avancemos, a-Cheng —Zhou levantó la mirada, imposible ocultar su sorpresa. A pesar de la falta de luz, con solo ver la expresión de Lan Huan pudo imaginar su propio desconcierto—. Lo siento, sé que...

—Está bien. Solo... avancemos.

Lan Huan le tomó la mano para avanzar. El calor que ella irradiaba fue un consuelo en medio de la oscuridad y del frío, pero así ambos podían estar seguros de que no estaban solos en el escape y que cualquier cosa lo harían juntos. Así fue como habían quedado horas antes cuando decidieron descansar de la larga caminata. Cuando se frotaron mutuamente consiguiendo un poco de calor corporal y Lan Huan le hizo llamar por su nombre. Le había dado permiso de ser llamado Jiang Cheng, pero el diminutivo fue inesperado.

Suspiró. Apretó la mano que lo tomaba y, cuando vio al frente, creyó ver una sonrisa aliviada en Lan Huan. Zhou creyó en ella.

Entonces, ocurrió.

Sintió el tirón de su brazo cuando Lan Huan resbaló. Los árboles se removieron y la tierra se movió bajo sus pies con él. Tan húmeda cómo estaba, era imposible encontrar un punto de agarre. Todo su mundo giró. Todo su mundo se hizo pedazo. Zhou miró la piedra que estaba por delante, junto a tallos de árboles que se removían por la humedad. No lo pensó.

—¡XiChen! —tiró de su mano, con todas sus fuerzas, con cada energía que tenía retenida. El empuje dislocó esa mano.

No era una fractura.

El empuje también cambió la dirección de su propia caída. Miró por última vez como el cuerpo de Lan Huan cayó por la zona no tan empedrada pero lo siguiente que escuchó...

Crack.

Abre los ojos. Zhou intenta enfocar a pesar de su horrible dolor de cabeza y el mareo intermitente con chispas de colores explotando en sus retinas. Cuando enfoca su vista, puede ver la sonrisa de A-Yue, una sonrisa... diferente.

Llena de paz, de calma, de control.

—Hola. —Esa es la voz de A-Yue. Zhou cierra los ojos—. Cariño, ¿cómo te sientes?

—Cómo la mierda —odia el sabor de su propia saliva pastosa. Arruga su rostro e intenta apartarse, pero está demasiado descoordinado para eso.

—Ven, toma agua. Necesitas hidratarte. —A-Yue lo ayuda a sentarse en la estera. Todo está a oscura, sus niños duermen en la estera de al lado. Solo hay luz de la vela. Zhou deja de pensar en eso y bebe el agua que su esposo le sirve, hasta que está se derrama por su cuello—. Ya, parece que estabas sediento.

—¿Con quién estoy? —Ante el silencio desconcertado de su esposo, arruga la boca antes de agregar —. ¿Eres A-Yue o Lan Huan?

—Oh... —Él sonríe, de esa forma pequeña, que es más calmada que la anteriormente nerviosa—. Soy un poco de ambos ahora, A-Cheng.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora