Cap XVII

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Cuando Yue despierta, se siente en un lugar muy cómodo. La cama es mullida, no como la estera en la que está acostumbrado a dormir. Y el cuerpo a su lado es fuerte y robusto, con ese olor a sal y agua que tanto le gusta. Por primera vez en muchos días despierta sin sentir el peso agudo en su estómago, sin pesadillas, solo despierta más descansado. Más libre. Y Zhou está con él. Zhou está a su lado.

Se abraza al cuerpo a su lado mientras siente a través de su piel que está vestido y que Zhou todavía lleva su pantalón. Es raro que tenga tantas túnicas puestas al dormir, pero su cabeza no ha traído aún los recuerdos de la noche. Solo es consciente de su propia paz desenfrenada. Por eso arrastra su mano por el pecho duro de su esposo mientras siente a través de las yemas la respiración y las cicatrices. Recorre cada desnivel con ansiedad y sonríe cuando pasa su nariz por su mandíbula y le raspa la barba.

—Zhou-er...

—Hm...

Todavía está medio dormido. Le encanta tomarlo así, es más vulnerable, más maleable y él lo ha extrañado tanto.

Yue se mueve hasta que su peso está sobre el de Zhou con necesidad. Siente que tiene mucha ropa y ya quiere arrancarla, pero le dará a Zhou el placer de hacerlo, ya que sabe lo mucho que lo disfruta. Llena de mordisco su barbilla, su mandíbula, mordiendo suavemente su piel áspera mientras disfruta de la sensación de la barba. Zhou gruñe.

—Yue... —el aludido sonríe y se mueve hasta los labios que besa contento.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que puede tocarlo sin sentir el golpe de una pesadilla? Lo ha extrañado tanto...

—Yue.

—Mmm...

—Espera...

—¿Por qué?

Alguien carraspea. Yue se queda inmovil en la cama, con su peso sobre Zhou, aturdido con esta nueva información de su ambiente. Con los ojos muy abiertos, se ha quedado quieto para asegurarse de que no hay nadie más en la habitación. Zhou ríe roncamente, de forma muy suave.

—Está aquí tu shushu —murmura, con una mano acariciando su cabello suelto—. ¿No recuerdas qué pasó ayer?

No. Pero no quiere pensarlo ahora, no cuando se siente tan caliente y necesitado de sentir a Zhou más cerca que nunca.

Entonces levanta la voz.

—Señor. —Escucha el sonido estrangulado de la garganta de Zhou bajo él—. ¿Puede dejarme a solas con mi esposo?

—¿En serio...? —Zhou musita.

Por si acaso, Yue dibuja una hermosa sonrisa de complacencia, aunque no está seguro de que el otro hombre la vea. Lo próximo que escucha es el sonido de las telas, de pasos, de carraspeos insistentes.

—Los espero abajo para desayunar.

Cierra la puerta. Zhou estalla en una carcajada.

—¡Qué carajo, Yue! ¡Eres tan...!

No lo deja hablar. Ocupa su boca.

No pierde tiempo de aprovechar la mullida cama, tampoco la tina que estuvo preparada a su lado para entrar con su esposo y seguir con sus actividades lúdicas. Yue solo quiere no pensar y su esposo es una excelente forma de no hacerlo, así que se desvive en los besos, en las caricias, hasta que el agua caliente se enfría y la euforia del encuentro mengua. Se quedan abrazados en el agua, aún apretados. Yue empieza a recordar lo que no quiso momentos atrás.

La llegada del hombre, lo horrible que se sintió el tirón de su alma cuando escuchó la melodía del guqin y escenas inconexas inundaron sus ojos, la sensación de que lo conoce, lo ama, lo ha extrañado. El miedo cuando él insistió en quedarse y como, frente a él, pudo dejar que los recuerdos horribles corrieran y él no dejó de sostenerlo.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora