Cap XXVIII

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Antes de besar a Qiao, Zhou-er besó a A-Yue. Era una noche de tormenta, y ambas estaban intentando dormir entre los relámpagos y truenos que caían sobre ellos. Las velas ya se habían apagado debido a una rafaga de viento que entraba de no supo donde. Estaba temblando y a-Yue también. Temblando de frío y miedo.

Habían pasado un par de meses desde que Zhou-er despertó, sin memoria.

Repentinamente, A-Yue comenzó a tararear. Su voz gruesa y baritona fue suficiente para concentrarse en ella y no en la forma en que chocaba el viento contra las frágiles paredes de madera. Se sonrió mientras lo escuchaba y cada vez que un relámpago caía y la luz se filtraba, podía ver la figura acostada de A-Yue sobre el camastro, con sus manos tomadas en su regazo, mientras su garganta vibraba con cada nueva nota. Su perfecta nariz afilada hacia el cielo, sus pómulos, incluso la sombra que se creaba gracias al abanico de sus pestañas. Su cabello sin forma cayendo sobre su oreja.

—Cantas muy bien —le dijo. Y tembló. A-Yue sonrió—. Tengo frío.

—Yo también.

—¿Vienes? Creo que puede ayudar.

A-Yue demoró en tomar la decisión, pero lo hizo en medio de otro relámpago y cayó de rodillas frente a su camastro del susto por el trueno. Zhou-er lo ayudó a acostarse a su lado, arrastrándose en el camastro para que pudieran caber los dos. Compartieron las mantas que tenían y se acurrucaron.

—¿No te duele? —preguntó A-Yue. Zhou-er miró con indiferencia a sus propia falta de piernas. La herida se había cerrado, estaba curando bien.

—Un poco...

—No quiero lastimarte.

—Está bien.

A-Yue siempre ha tenido un gesto característico que le gusta a Zhou-er, arruga su ceño minusculamente, con mucha gracia aristocrática como si se ofendiera, pero decidiera respetarlo. Siempre ha sido adorable, ha sido encantador. En ese momento, fue maravilloso ver ese gesto con las luces de los relámpagos y Zhou-er no pudo contener sus dedos cuando acarició primero los pómulos altos, luego la nariz, luego...

Se sorprendió cuando A-Yue devolvió el favor. En medio de la lluvia, dos manos, una sobre el rostro del otro, estaban tocándose. Mientras que Zhou-er peinaba las cejas de A-Yue, A-Yue pasaba sus dedos por sus mejillas, incluso la cicatriz que partía el labio, también por la barba que había empezado a crecer.

—¿Puedo besarte? —preguntó Zhou-er. A-Yue se mostró sorprendido—. Eres muy guapo... y si vamos a morir por esta puta tormenta de mierda y nos va a caer el techo encima, quiero morir después de haber besado a alguien guapo. —A-Yue siguió sin moverse—. Al menos... que te dé asco. Soy solo un...

A-Yue lo besó. Zhou-er perdió la habilidad para pensar.

Por más que intentó, Zhou-er no encontró alguna medida de memoria muscular para responder el beso, algo que le dijera qué hacer, cómo había ocurrido con otras actividades con sus manos y su cuerpo. No hubo. Se sintió como si nadie lo hubiera besado nunca, ni en esta vida, ni en la anterior. Se sintió como si fuera la primera vez que sentía su sangre hirviendo en sus venas. A-Yue se tomó su tiempo de saborear y los relámpagos y los truenos no hicieron nada, porque estaba demasiado entretenido chupando suavemente sus labios y luego arrastrando su piel contra su barba.

Gimieron ambos. Se sintió tan extraño, tan diferente, tan perfecto...

Se besaron... se besaron tanto. Lo hicieron hasta que la mano de A-Yue comenzó a bajar hasta su costado y el terror aplacó el fuego de Zhou-er. El miedo de ser tocado más abajo, de sentirse incompleto, de sentirse una especie de monstruo, fue suficiente para apagar la hoguera. Zhou-er empezó a temblar y A-Yue lo abrazó, sin prestar más atención. Solo lo apretó.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora