Cap XIII

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Zhou despierta muy temprano. Dos días después de aquel grito de A-Yue mientras hacían el amor, ninguno se ha atrevido a tocarse de nuevo. Ese grito también removió cosas en él, cosas horribles. Imágenes del fuego persiguiendo la madera, de cuerpos vestidos de morados tirados en el barro, de fuego y túnicas rojas arrastrando otros cuerpos. El cuerpo tendido de una mujer hermosa, muy hermosa. El cuerpo tendido de un hombre muy elegante, con trenzas en su cabello, intentando alcanzar una mano. O era ella quien intentaba alcanzarlo. Ya no importa.

Los recuerdos intermitentes vienen cuando anda en la casa, preparándose para pescar. Cada forma en que el fuego de las velas hace con los objetos se ve como la sombra de un enemigo. Hace que los poros de su espalda se ericen y que su piel se sienta como acariciada por un cubo de hielo. Zhou aprieta la mandíbula cuando ve a su esposo tan quieto sentado contra la pared, con los puños firmemente apretados contra su rodilla. Zhou gruñe cuando mira el rostro preocupado de A-Yao notando que todo está mal.

Y el encierro le está haciendo mal.

—¿Estás seguro de que es buen momento para salir a pescar?

No es la hora en que suele hacerlo, cuando ya el sol está en lo alto y los pescadores ya han recogido todo. Pero si no hace algo, algo distinto, se va a golpear la cabeza contra una piedra. A-Yao parece entender eso con solo ver la expresión.

—Yo me ocuparé de A-Yue entonces. Y de los niños.

—Me llevaré a A-Feng —decide sin mirarlo. También ha descubierto en sus últimos intentos de pescar que ya no se siente bien si no tiene la voz incesante de Wei Wuxian a su lado, hablando de mil tonterías—. Es hora que vaya aprendiendo del oficio.

—Sí, estoy de acuerdo. Cuidaré de A-Yue y A-Jun. —A-Yao se detiene un momento antes de acercarse y ponerse de rodillas. Lo mira con preocupación silente en sus ojos—. ¿Qué está pasando? Pensé que estarían en paz cuando ellos se fueran.

—También lo pensé —admite Zhou, mirando el horizonte con el sol muy en alto.

El patio está refrescante por la última lluvia matutina, donde él y su esposo se contentaron con solo abrazarse con sus niños acurrucados entre sus brazos, sin tener energía ni fuerzas para más.

—Estamos recordando cosas jodidas, A-Yao. Creo que A-Yue más que yo.

—Lo lamento tanto...

—¿Valdrá la pena? ¿Recordar si cazaba faisanes con el idiota ese si tengo que recordar cuantas veces deseé morir? No ha venido ningún puto buen recuerdo. Incluso tocarlo es...

Nunca se había abierto tanto a nadie a parte de A-Yue. No es que no confíe en Meng Yao, pero nunca le ha gustado volverse vulnerable y solo Yue lo había visto y escuchado decir cosas tan íntimas. Pero a estas alturas, cinco días desde que estos se fueron, siente que tiene un dolor de cabeza que se ha quedado atrapado y no puede salir. Se siente frustrado y enojado, asustado y cobarde.

A-Yao pone una mano amable sobre su hombro. Lo mira como si entendiera.

—No puedo decir que puedo imaginar lo duro que han tenido que pasar antes de que los encontrara. Si sus heridas ya daban evidencia, ahora sabiendo el alto nivel de cultivo, me pregunto cuántas se cerraron antes de que le quitaran su núcleo, con cuánta saña lo trataron solo por ser un heredero.

—A-Yao...

—Me importan, y si hay algo que pueda hacer...

—No te preocupes, A-Yao.

—Mi padre me propuso, antes de irme del ejército, que fuera su espía en la Ciudad sin noche. Que si le servía allí, me reconocería. —Zhou deja ver su aversión al escucharlo.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora