Cap XXXVII

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El aroma del té de jazmín es delicioso, sobre todo cuando está endulzado con un poco de miel. Ha sido el regalo que les dio Meng Yao esa noche, además de quedarse con los niños en su casa, regalándoles un tiempo de intimidad.

Su hermano se había ido con Wei Ying a algún lugar, espera que a concretar las palabras que se dijeron detrás de ello en medio de la explosión de los fuegos artificiales. Él está con Zhou-er el escritorio tras servir el té, descansando con su esposo aún en su regazo, tembloroso después de que el orgasmo los llevara a ambos al noveno cielo, besándose, tomándose mutuamente en la boca.

Hay tantas cosas que no pueden hacer con libertad mientras los niños duerman cerca de ellos. Muchas veces ceden al placer en silencio, con movimientos rápidos o demasiados nerviosos, o con caricias que buscan mitigar la falta de contacto entero que desean. Aprovechan las veces que puedan estar a solas para volverse creativos. Con las tazas servidas sobre la mesa, Lan Huan vuelve a cubrirlos a ambos con las sábanas suaves que cubren su desnudez. Están en un descanso, hasta que de nuevo vuelvan a caer en el deseo. Lan Huan quiere sentirlo dentro de él.

—Está bueno —susurra su esposo tras probar el té servido. Lan Huan opina lo mismo mientras se relaja contra la pared, con el esposo de su esposo en su pecho—. ¿Cómo te sientes sobre lo de tu shushu?

—Oh... honestamente, sorprendido. Jamás imaginé una vida donde mi shufu aceptara recluirse. Siempre fue... profundamente enemigo de ello.

—Hmm...

—Fue por mi padre —murmura Lan Huan, dejando la taza sobre la mesa antes de abrazar el cuerpo de su esposo—. Él... pasó su vida recluido. Por lo que me dijo A-Zhan, murió tras el incendio. Espero que no haya sufrido.

—Lo lamento.

—No... supongo que tenía que pasar en cualquier momento. No siento ningún tipo de dolor por él, aunque eso suena no filial.

—¿Estuvo contigo?

—No... fue nuestro shufu quien nos cuidó y crió junto a los ancianos.

—Entonces, no fuiste tú el no filial.

Deja un beso sobre el cabello húmedo de sudor de Zhou-er antes de volver a buscar la taza. Bebe, siente el calor cubrir su pecho con suavidad y saborea el dulce final de la miel. Se sonríe cuando la cabeza de su esposo se apoya contra su hombro izquierdo, acomodándose en su regazo con sus muñones descansando sobre su otro muslo.

—Recordé hace unos días algunas cosas de a-die —murmura Zhou-er y llama su atención—. Cuando Wei Wuxian empezó a decir que le da miedo Pelusa y que así no podríamos vivir juntos. No sé si lo dijo en broma, solo recordé que yo tuve tres perros y los amaba. Y luego ya no estaban y las palabras de mi padre fueron que los había regalado porque Wei Wuxian le tenía miedo y yo debía comprender.

—Oh...

—Lo odié. El pensamiento que tuve repentino de alejar a Pelusa murió con ese recuerdo. No voy a quitarle a su mascota a nuestros hijos.

—Debió ser descorazonador para ti...

—Sí, ahora puedo decir: bueno, obtuve un gege lo suficientemente terco como para buscarme a pesar de cinco años, pero... en el momento en que pasó, sentí que me habían roto el corazón.

—¿Cuánto tenías?

—No sé... ¿ocho? ¿Nueve?

Besa de nuevo la cabeza de su esposo, luego su sien, luego se restriega suavemente sobre su barba hasta que su boca se juntan y comparten el sabor del té, junto con un sabor lejano de sus culminaciones. Suspira... junta sus narices y frentes como si quisieran decirse que están allí, juntos, más allá de todo el resto del cuerpo pegado uno sobre el otro.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora