Cap XXIII

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Poco a poco, al recuperar la conciencia, Zhou nota muchas cosas fuera de lugar. Lo primero, un peso envolvente sobre su pecho, no lo suficiente como para impedirle respirar, pero si lo necesario para saber que algo está allí arriba, vivo y pequeño, a juzgar por las manos que se restriegan en su barba. Lo otro, es que ese peso ha empezado a tocarle el rostro, no solo la barba desaliñada, sino también metiendo sus dedos para picar sus párpados o sus mejillas. Tiene una dolorosa familiaridad todo el evento y algo en él quiere esperar que el niño acerque sus dedos a la boca para morderlos en juego, luego agarrarlo y voltearlo para hacerles cosquillas y escucharlo soltar una carcajada. Pero el tercer punto lo aturde, y es que está en un lugar muy cómodo acostado y el niño huele a peonía.

No es uno de sus hijos.

Arruga el ceño. Escucha un: «¡Oh!»

—¡Uxian! —grita el niño sobre él, arrojando al suelo los últimos vestigios de pesadez—. ¡Jiujiu despertó!

—¡Aiya! A-Ling, ¡¿qué haces encima de tu jiujiu?!

—¡Jiujiu despertó! ¡A-Ling vigila!

—Te dije que vigilarás, no que te subieras encima!

—¡Pero Jiujiu despertó!

Lo despertaron, quiere decir, pero todo lo que hace al abrir los ojos es prendarse de esos ojos mieles que lo miran con mucha atención, en una carita regordeta y sonrojada, con mechones oscuros cayendo sobre su frente, una marca rubí en su frente y una cola de caballo abundante que sujeta un cabello aún muy corto.

El niño le sonríe con todos sus dientes. Zhou se sabe desarmado.

—¡Jiujiu!

—¿Por qué me llamas «jiujiu», mocoso? —Y estira la mano para ponerla suavemente sobre la cabeza del chico, en parte para estabilizarse mientras intenta moverse en la cama.

—Porque eres jiujiu de A-Ling, porque eres didi de a-niang. Eso dijo a-niang.

Oh... a-jie. La mujer hermosa que vio en el mercado, la mujer hermosa que se ensució con la tierra y los desechos del puesto para arrodillarse ante él, para abrazarlo, para sostenerlo y llorar junto a él. Sabe quien es ella aún si recuerda fragmentos, aún si no tiene claridad sobre todo lo que vivieron, lo sabe. Esa sonrisa triste que le destinó en un muelle... se siente como la última vez que la vio antes de...

Su cabeza duele. Gime. El niño grita y pronto ya no lo tiene sobre su pecho.

—A-Cheng, ¿estás bien?

—Mierda, tú de nuevo —lo mira a través de una rendija de su párpados, con los ojos entrecerrados.

—¿Te acuerdas de mí?

—Sí... eres el flojo que invadió mi barco y no quería remar.

—¡Aiya, A-Cheng! —Ve algo de tristeza en su rostro—. ¿No te acuerdas de nada más?

Son recuerdos vagos, muy vagos, de un niño corriendo frente a él con una cola de caballo esponjosa y desordenada y una sonrisa que ilumina como el sol. De un niño que a veces su hermana cargaba y que él se enojaba porque también quería ser cargado y ambos terminaron en los brazos de su fuerte hermana, de un joven que corría con él y hacían travesuras, de su...

El grito. Esa mujer hermosa abofeteando a otra. Él grita tratando de llegar hasta donde está ese hermano derrumbado en el suelo. La amenaza. El sonido de la bengala.

—A-Cheng, A-Cheng, quédate aquí, ¡quédate conmigo! —Las manos de Wei Wuxian sujetan sus hombros. En ese momento se da cuenta que tiene una presión nueva en su pecho, horrible, que le impide respirar. Trata de controlarlo, trata de nivelarlo, pero el pavor sube por su garganta—. ¡Ey! ¡No estás respirando! ¡Respira!

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora