Cap XXXII

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—¡Baba! ¡Baba!

—¡Baba!

—Feng-er, a-Jun, ¿cómo se han portado hoy?

—¡Bien, baba! ¡Cumpliendo misión de a-die!

—Oh, ¿y cuál es la misión de hoy?

Lan Huan piensa que hace cuatro días fue vigilar que las hormigas no se metieran en los agujeros que estaban creando para las bases, luego, fue vigilar que las maderas que su esposo acababa de cortar no se movieran de su lugar, después fue estar pendiente de darle agua a sus ayudantes y a él para no deshidratarse y el día anterior fue marcar con las instrucciones de su esposo varios cuadrados de referencias.

—¡Hoy tocó vigilar a Pelusa! ¡Para que Pelusa no interrumpa a los constructores!

—¡Miramos Pelusa!

Es encantador escuchar las voces de sus hijos una tras la otra: Feng-er hablando perfectamente y a-Jun diciendo un par de palabras mientras repite. Es tan encantador que quiere llenarlos a besos. Detrás de ellos, va una Pelusa encantada que seguro mueve su cola con emoción, a juzgar por sus ladridos.

—¿Quién está cuidando a Pelusa? —se escucha la voz de su esposo. Lan Huan siente las expectativas de su encuentro.

—¡A-die! ¡Aquí vigilando!

—¡Baba llegó!

—Oh, llegaste a-Huan.

Le devuelve la sonrisa que imagina que le destinan por el sonido de su voz. Ahora con los recuerdos de cómo se veía su esposo hace cinco años, es fácil imaginar como se ve ahora con su cabello corto y su barba, con la piel sudada y caliente, porque toda la construcción la ha estado haciendo con su pecho desnudo porque le da calor.

A Lan Huan le da calor solo imaginarlo y se sonríe con los bajos de sus pensamientos. Sus pensamientos adolescentes palidecen ahora que puede saber exactamente cómo y donde sentir el placer y darlo.

—¿Ustedes qué? ¿Piensan perder el tiempo? ¡Aún no ha caído el sol y no tenemos esas bases puestas! —La voz de su esposo es poderosa y se mete bajo su piel. Entiende mucho lo que dijo Zhou-er cuando mencionó su voz de comando, pero honestamente no le hace justicia. La de Zhou es más... potente—. Estos mocosos... se quieren ganar las monedas vagando.

—Oh, mi querido esposo es tan exigente. —Lan Huan carga a a-Jun que no ha dejado de jalar su túnica—. Voy adentro para dejar lo que compre. Tendremos cojines suaves y sábanas.

—Pero no hemos comprado las camas. ¿Dónde las pondremos?

—Mmm, pensaba que sobre nuestra estera. Con nuestra pantalla de privacidad, podremos... aprovecharlas.

Antes de que Zhou-er haga ese sonido ahogado de vergüenza, Lan Huan avanza con su hijo hasta la casa. La puerta ya está abierta, entrar es fácil y Feng-er va detrás de él con Pelussa. Acomoda entonces la cesta con los cojines y las sábanas y aparta a la perra cuando quiere empezar a olfatear. La ama, pero no lo suficiente para que se meta con las sábanas nuevas y suaves que trajo para ellos.

—¿Doblaron bien sus cobijas en la cesta? —Fueron las primeras que compró, junto a una nueva estera. La tela es más gruesa y caliente, especial para prepararse para el invierno, pero sin pelusa para que no les de alergia.

Hubiera pensando en comprar de una vez las camas si el espacio lo permitiera, pero siendo así, era mejor esperar que su esposo termine con la construcción.

—Sí, baba, ¡ya está doblada desde temprano!

—¡Yo ayudé! —grita a-Jun buscando la atención de su rostro. Lan Huan besa sus manos y luego su frente, antes de abrazar cálidamente a Feng-er.

Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora