Cap IV

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Zhou escucha la voz de su esposo mientras hace dormir a sus hijos. Jun-er ya se debe haber rendido, porque cuando llegó estaba lleno de barro después de estar cazando sapos en el charco que se formó fuera del patio. Feng-er, siempre más obediente, estuvo al pendiente de su hermano pequeño para que no se cayera o se metiera algo en la boca.

Ya que los bañó, para asegurarse de que no quedara nada de tierra y arena en ellos, A-Yue puede dormirlos. Cansados y contentos con el pan, queso y leche, seguro que no tardarán en ceder a la voz preciosa de su esposo.

Mientras tanto, Zhou está en el patio trasero, afila la lanza, acomoda la caña y limpia la cuchilla junto al hacha. Piensa en lo que le dijeron los dos extraños sobre él y Yue, sobre su pasado, la familia que tienen, sobre lo que significaron. Dos líderes de secta, dos zhongzhu, dos cultivadores de alto rango sin núcleo. Parece una parodia.

Resopla con cansancio cuando ya ha acabado todo y la voz de su esposo ya no se escucha, solo oye sus pasos casi silenciosos mientras se acerca. Yue se sienta detrás de él, arrastra sus piernas a cada lado de sus muñones y luego lo abraza de la cintura, arrastrándolo con él hasta acomodar la mejilla contra su hombro. Yue se ve calmado así, relajado contra él. Parece a simple vista como si lo protegiera, pero Zhou sabe que es lo contrario: lo está usando como un punto de apoyo.

—Yue.

—Tengo miedo —confiesa—. Todo lo que te dijeron, cómo se comportaron, se siente... se siente tan extraño.

—Lo sé.

—Siempre pensé que no teníamos nada, que solo éramos nosotros dos, y A-Yao, y luego nuestros hijos y Qiao, pero...

—Lo sé.

—Pensar que hay alguien más, que nos ha buscado y... que les hemos defraudado...

—No. —Zhou lleva su mano hasta la mejilla de Yue. Hace que abra sus hermosos ojos, esos caramelos suaves y brillantes a la luz del sol, para que pueda sentir su presencia incluso aunque no vea su rostro—. No hay nada de eso, nada de defraudar a nadie, Yue. Sobrevivimos, carajo. Sea lo que sea que vivimos, fuimos más fuertes que eso.

—¿Incluso para no recordarlo?

—Me vale un carajo. Te tengo.

Yue lo besa. Toma su rostro con ambas manos y lo besa. Zhou sabe que a Yue le gusta la manera en que sus besos se sienten ásperos, que le encanta la textura de su barba sobre su piel, la manera en que muerde y succiona y se sube sobre sus piernas, mientras lo acoge sobre su regazo. Suavizan la ronda de besos en pequeños toques de mariposas en su rostro, Zhou deja uno sobre cada párpado, sobre su nariz, arrastra sus dientes sobre su mejilla y muerde el mentón. Yue ríe, pero se siente, a su vez, aterrado.

—No tenemos que hacerlo —susurra Zhou sobre su mandíbula, y cómo sabe lo que provoca, frota su barba contra el cuello largo—. Podemos huir. Si me dices ahora, Yue, agarro a nuestros hijos, nos subimos a nuestro bote y remamos a la otra orilla.

—¿Crees que podremos escapar?

—No pudieron encontrarnos en cinco años. Podemos hacerlo de nuevo.

—Como si fuera tan difícil de ocultar, cariño.

—No soy yo el que resalta en la puta multitud. Tú con tus rasgos de dioses y modales de príncipe siempre has llamado la atención. Viéndote a ti, ¿quién me va a ver a mi arrastrándome con un perro en un carruaje de madera?

—Bajo el sol, con tu piel sudada y caliente... yo lo haría.

Caen en la madera entre pequeñas risitas. El cuerpo de Yue se relaja en su toque, con sus manos que pasan por la espalda ancha y los muslos suaves, con sus besos que caen por la barbilla, labios y cuello de Yue. De vez en cuando, estira la cabeza para vigilar que sus hijos siguen durmiendo en su estera, y luego vuelve a la faena, con la intención de relajar a su esposo.

De repente, Yue lo voltea, la espalda de Zhou queda sobre la madera mientras su esposo se sobrepone a él. Deja que Yue pase los dedos por su rostro, dibuja las líneas de su nariz, de sus labios, de la cicatriz de su cara igual que lo hace cuando ya lo desnuda y atraviesa todas las marcas que quedaron en su cuerpo, incluso aquella que parte su torso en dos. Se remueve cuando los dedos bajan y bajan hasta que acaricia sus muñones sensibles, y luego suben y suben hasta convertirlo en una masa expectante.

—¿Qué haremos con esto? —pregunta mientras se restriega contra él, la túnica de dormir abierta, su cuerpo desnudo frotándose contra el borde de su pantalón. Zhou pestañea intentando hilar las ideas.

—Si quieren tenernos, tendrán que ser dignos. Son unos putos riquillos, sus ropas valen más que nuestra casa.

—Me encanta nuestra casa —Yue parece ansioso por unirse y Zhou no va a negárselo. Abre su túnica, baja su pantalón, empieza a tentar la depresión entre los glúteos de su esposo mientras Yue sisea—. Zhou-er...

—Que vengan, que convivan con nosotros un par de días. A ver si no les da piquiña nuestra casa, nuestro hogar, nuestras vidas. —Sus manos tientan entre las herramientas que estaba usando para prepararse para la pesca. Busca el frasco mientras tiembla con los besos ansiosos de Yue sobre su mandíbula—. ¿Apuestas?

—¿Que se irán? ¿O querrán llevarte y alejarte de mí?

—No mierda, los mato primero. Me importa si es gege, didi, a la mierda.

Callan, porque importa más lo que sienten con los besos y las caricias, que los pensamientos de una familia que se había pérdido hace mucho tiempo. Zhou al menos se felicita por no tener el pensamiento de insuficiencia, porque si tardaron tantos años buscando a su puto líder, ¿no son ellos los imbeciles insuficientes?

¡Qué se jodan!

—Sin embargo. —Zhou sostiene a Yue, sudado, feliz, temblando con las últimas réplicas de su orgasmo cuando casi parece que podría dormir allí: ambos tirados en el piso de madera, con el sonido de los grillos y la brisa nocturna. Besa su sien y acaricia su espalda—. Podría ser bueno para Feng-er y Jun-er. La gente de esas sectas tiene mucho dinero. No tendría que esperar una vez al mes para comer una sopa de loto y costillas de cerdo. Podría comerla todos los días.

—Zhou-er —Yue se estremece, ya no por el frío o por el reciente placer de hacer el amor—. No vamos a dejar que se lleven a nuestros hijos.

—¿Quién dijo eso?

—No sé que estás insinuando...

—Que nos financien, por supuesto. No podemos ser líderes, no pienso irme de aquí, ni dejarte ir, al menos que quieras, ni abandonar a nuestros hijos. Pero tienen dinero. Que nos dejen tres cambios de ropa y tenemos para comer por meses.

—¿Les pedirás sus ropas? —La sorpresa de Yue lo hace reír. Su carcajada sale ronca—. Eso sería divertido, solo no me pidas que la lave. Dañaré nuestra herencia.

—Tú y tus brazos fuertes y soy yo quien me la paso remando —acaricia su espalda—. Dime, ¿cuántas túnicas le pido? ¿Tres? ¿Cuatro?

—¿Qué tanto podríamos pedir por ellas?

—No sé, primero me follas con ella, ¡esa tela debe sentirse como una puta caricia!

—Tendremos que pedir unas diez, nos queda para vender después, tomamos una para follarnos.

—Tan inteligente mi esposo. Negocio ganado. —Zhou mira el puente de la nariz de su esposo, su preciosos rostro, las pestañas frondosas que ensombrecen a sus ojos oscuros. Lo ama—. Vamos a dormir, A-Yue. Tenemos que trabajar mañana.

Descansan. Al día siguiente, Zhou toma su decisión con Yue. Por eso, en la noche, en las puertas de su hogar a la distancia del pueblo, con Meng Yao acompañándolos, llegaron los dos hombres que decían ser sus hermanos.

Notas de autor: Gracias por sus mensajes, comentarios. Me sorprenden tanto que vean un fic mio y de una quieran entrar. Eso me pone muy muy contenta pese a todo el trabajo, responsabilidades y demás cosas de la vida real que apremian.

Este fue un capítulo corto. Quería mostrar un poco de la convivencia de ambos, de cómo se adoran, y lo fácil que se sienten cuando están juntos.

También conoceremos mañana a un poco de sus hijos. Son dos preciosas criaturas. ¿Cómo reaccionarán el Wangxian al ver a sus sobrinos?


Dos viejas vidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora