Odio y ternura

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Odio y ternura




La primera clase de Charlie para los chicos de sexto año fue hasta el siguiente viernes, y tanto Harry como Ron y Hermione estaban ansiosos de asistir a ella. Casi se habían olvidado del incidente de la boda ante la gran cantidad de comentarios entusiastas de todos aquellos que ya habían tenido la oportunidad de acudir a sus clases.


El único que no demostraba ningún tipo de felicidad era Draco Malfoy. Miraba al nuevo Profesor pelirrojo con tanto odio como si quisiera hacerlo estallar en mil pedazos, no tenía ninguna duda de cuál era el propósito de su estancia en Hogwarts y le detestaba.


Sin embargo, Charlie no se daba por aludido y sonreía a todos por igual, incluso al altivo rubio que no cesaba de bufar despectivo con cada una de las explicaciones que daba el profesor acerca de la crianza de los dragones.


— Bien, espero que hayan puesto atención. —concluyó Charlie al final de la clase, seguía sonriendo satisfecho por el gran interés que despertó su relato en la gran mayoría de los alumnos, de reojo miró como Draco arqueaba los ojos, ansioso por marcharse—. Les dejaré una prueba que durará toda la semana.


Charlie caminó hasta una caja de madera que tenía aguardando sobre una mesa. Hizo una señal a todos para que se acercaran.


— ¿Qué es ese ruido? —preguntó Ron alarmado, temiendo que su hermano siguiera los pasos de Hagrid y les hubiese llevado criaturas peligrosas.


Por toda respuesta, Charlie volvió a sonreír y volcó cuidadosamente el interior de la caja sobre la mesa. De inmediato una conjunta exclamación de asombro por parte de los chicos y ternura de las chicas, se hizo escuchar. Una docena de dragones en miniatura se esparcieron sobre la mesa intentando caminar con sus torpes patas.


— Supongo que los reconocerás, ¿cierto, Harry? —preguntó Charlie, el ojiverde asintió emocionado, eran los mismos que habían usado para sortear al verdadero dragón al cual se enfrentaría en la prueba de los tres magos.

— Pensé que eran un hechizo.

— En parte lo son. —aclaró tomando un dragón color verde oscuro con cuernos dorados y brillantes—. Es una mezcla híbrida muy especial. Ninguno de ellos crecerá como un dragón normal, permanecerán en este tamaño por siempre pero deben tener los cuidados que les he mencionado o en una semana desaparecerán.

— ¿Morirán? —cuestionó Hermione preocupada por los animalitos.

— No, solo desaparecerán. Se irán a buscar alguien que sepa cuidarlos y los haga reales.


Charlie caminó hasta Draco, quien estaba demasiado distraído para lograr impedir a tiempo que el pelirrojo le tomase de la mano y colocara sobre ella el pequeño dragón verde.


— Es un Longhorn rumano. —le dijo sonriéndole emocionado—. Sé que te gustará.

— Yo no quiero ningún bicho raro.


Draco quiso retirar la mano pero Charlie no se lo permitió, cercó su muñeca manifestando la fuerza que tenía para domar dragones y acarició la rugosa cresta del Longhorn que se acurrucó dormitando sobre la palma de la mano de Draco.


— Si no lo presentas la siguiente semana, habrás reprobado esta clase.

— ¡Esta clase es absurda!

— Puede ser, pero tienes que aprobarla si quieres graduarte.


El chico sonrió con burla, graduarse era lo que menos le importaba. Miró el pequeño dragón ya durmiendo en su mano y pensó en que ojalá realmente pudiera tener uno real y ordenarle que aplastara a todos con sus patas, o los quemara en su fuego... o mejor aún, que les triturara con sus filosos dientes.


Ante esas excitantes imágenes logró relajarse y aceptar al animalito. Charlie le soltó y volvió a poner atención a los demás alumnos pidiéndoles que escogieran su propio dragón.


Hermione eligió un llamativo Opaleye de las antípodas, le gustó su piel cubierta de escamas nacaradas y ojos multicolores, parecía un hermoso juguete que podría llamar la atención de su bebé. Ron tomó un Bola de fuego chino, amó sus escamas escarlatas y la hilera de espinas doradas, parecía hecho para un Gryffindor.


Harry por su parte no lo pensó dos veces y sujetó entre sus manos al colacuerno húngaro. Ya casi sentía una conexión con esa raza en especial, aunque su enfrentamiento no había sido nada amigable, la miniatura desprendía más ternura que miedo.


Llegaste a mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora