Una reacción no esperada

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Una reacción no esperada




Como ya se estaba haciendo costumbre, a Harry y a Severus les costaba demasiado separarse después de tener relaciones. Permanecían abrazados, o recostados muy juntos como en esa ocasión en que no dejaban de mirarse mientras sus manos se acariciaban. Severus tenía predilección por colocar su mano en la firme cadera de Harry mientras éste le recorría el rostro con sus dedos jugueteando a dibujar sus peculiares rasgos con ellos.


— Me gustan mucho tus ojos ¿sabes? —dijo Harry suspirando relajado—. Cuando te conocí los sentí muy fríos y vacíos, pero ahora me hacen sentir cálido... Me miras bonito.

— Porque acabas de darme un gran orgasmo, creo que es normal que te mire así.

— Tal vez, pero no siempre sucede después del sexo. En fin, no me hagas caso, creo que soy yo quien anda feliz por el orgasmo.

— En realidad, no sé, es raro pensarlo pero sí, admito que he llegado a sentir un afecto especial por ti, Potter.

— ¿De verdad?

— No tengo porqué mentirte, ya tuvimos sexo. —rió divertido.


Harry rió también, le gustaban esos momentos con Severus, eran coleccionables para su vida. Le dio un cariñoso beso antes de volver a acomodarse para admirar su rostro, cada día le gustaba más tal como era.


— ¿Sabes, Snape? Esta tarde acompañé a Ron y Hermione a un ultrasonido de su bebé, fue muy emocionante.

— ¿Qué tiene eso de emocionante? Potter, has luchado contra dragones, descifrado de acertijos de esfinges, vencido dementores y derrotaste al mago oscuro más poderoso de todos los tiempos, entre mil cosas más... ¿cómo puedes decir que es emocionante un simple estudio obstétrico?

— No es solo un estudio, es lo que significa, es ver creciendo una vida. —relató extasiado—. Creo que si lo vieras también te emocionarías.

— ¿Yo? No, te equivocas, he visto algunos por pura curiosidad de investigación y no experimenté nada que no fuera tedio.

— ¡Eres imposible! —rió Harry—. Pero bueno, a mí me gustó, y como voy a ser el padrino de ese bebé ha sido mucho más significativo.

— ¿Padrino? —repitió frunciendo el ceño—. ¿Eso quiere decir que Granger y Weasley piensan usarte como niñera cuando pretendan quedarse a solas?

— Eso no es precisamente el deber de un padrino, pero yo lo haría con gusto.

— Pues espero que eso no entorpezca nuestros encuentros, muy apenas encontramos tiempo para estar juntos y ahora vas a tener que hacerla de nana.

— Prometo que no será así, no te preocupes por eso, nuestras citas son sagradas para mí.


El rostro de Severus se relajó con la promesa de Harry volviendo a sonreír, esperaba que realmente nada cambiara y confiaba en que el ojiverde sintiera lo mismo que él. Harry suspiró hondo mientras miraba la hora.


— Creo que es hora de irme.

— ¿No quieres quedarte a dormir conmigo esta noche?

— Pero eso despertaría rumores si se dan cuenta que no dormí en la Torre.

— Ya se nos ocurrirá algo para que te justifiques, pero ahora tengo ganas de que te quedes a mi lado y despertar contigo.

— Sí, yo también quiero eso.

— Entonces, buenas noches, Potter.

— Buenas noches, Snape, que duermas bien.

— No tengo la menor duda.


Harry sonrió acurrucándose contra el cuerpo de Severus apoyando su rostro en su cuello. Se sentía tan bien así, rodeado por los brazos de su profesor que pensó que le gustaría dormir así siempre, e incluso pensó en proponerle vivir juntos cuando terminara el colegio, para entonces ya no tendrían que darle cuentas a nadie de lo que hacían y la vida sería mucho más fácil para ambos.


Esa noche, Harry tuvo dulces sueños, con una casa bella en el campo, con Severus a su lado mientras miraban jugar a un par de niños en el jardín. Era muy feliz.


A su lado, Severus dormía con una sonrisa que solo Harry conocía, no necesitaba soñar, en sus brazos resguardaba lo único que quería en el mundo.

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Draco se levantó muy temprano esa mañana, salió a pasear por el lago aprovechando que estaba todo muy solitario. Se sentía asfixiado de tener que seguir viviendo ahí, y para colmo, aún no encontraba el modo de vengarse. Quería hacer algo para destruir el embarazo de Hermione pero la chica jamás estaba sola.


Se sentó bajo un árbol sin importarle el frío invernal, ahí sacó al dragón en miniatura colocándolo sobre un pañuelo y le alimentó con caracoles muertos.


— Ojalá fueses venenoso. —suspiró acariciando la cabecita del dragón—. Así podrías ayudarme a matar a esa asquerosa sangre sucia. El tonto de mi padrino ha cambiado la contraseña de su almacén y no tengo modo de conseguir los ingredientes que necesito hasta la próxima salida a Hogsmeade, entonces podré escaparme, viajar a Knockturn y... bueno, al fin tendremos culminada la primera parte de mi venganza.


Unos pasos en la nieve le hicieron guardar silencio y al girarse a ver quién se acercaba, de inmediato se puso de pie guardando el Dragoncito en el interior de su capa y entonces reemprender el regreso al castillo.


— ¿A dónde vas? —preguntó Charlie sujetándole del brazo.

— A donde no te importa, es mi tiempo libre y no tengo que darte explicaciones.


Draco jaló su brazo para soltarse pero el joven profesor no le soltó, siguió mirándole y sonriéndole como si la rabieta del rubio le pareciera divertida.


— ¿Sabes? Cuando llegué a Rumania por primera vez me encontré con un Longhorn rumano muy rebelde, era como tú, altivo, grosero y no cesaba de agredirme en ningún momento.

— Debes haberte equivocado de mundo al nacer, porque en éste: ¡no me importa!

— ¿Ves esta cicatriz? —pregunta levantándose la manga para mostrar una línea irregular en su antebrazo—. Me la hizo él, me mordió y todo el mundo creía que terminaría perdiendo el brazo, pero no fue así, me repuse y volví a enfrentarme a ese demonio... hasta que un día, llegó a comer de mi propia mano.

— ¿Ves esta cicatriz? —respondió imitando la acción de Charlie y mostrando el resquicio de la marca tenebrosa en su brazo, fue feliz al notar el estremecimiento de horror del pelirrojo—. Yo, no solo muerdo.


Los ojos de Draco centellaban furia, sobre todo al notar que Charlie logró sobreponerse demasiado pronto para lo que hubiese creído y afianzó su amarre, hizo un esfuerzo sobrehumano por liberarse y lo logró, pero antes de poder correr al castillo, Charlie logró sujetarlo, en esta ocasión por la cintura, pegándole a su cuerpo con fuerza.


— ¡Suéltame! —gruñó el chico cada vez con más odio.

— Lo haré cuando se me pegue la gana. Te di ese dragón en especial porque me recuerda a ti, porque no puedo ver un dragón rebelde sin tomar el reto de domarlo y es lo que pienso hacer contigo, Draco Malfoy.


Los ojos grises se abrieron desorbitados al sentir una boca sobre la suya besándole con tanta fuerza que dolía. La sorpresa del primer segundo dio paso a la indignación, quiso defenderse como pudo, forcejando, pateando, mordiendo... pero nada daba resultado. Charlie era mucho más fuerte que él.


De pronto, todo su ser se estremeció al darse cuenta que estaba siendo besado nuevamente. Era otro sabor, otra textura... echó de menos la ternura e inocencia de Theo. Era terriblemente doloroso saber que no podría volver a sentir uno de sus besos, que su mirada se había apagado para siempre.


Dejó de luchar, solo quería morir.


Charlie se dio cuenta del cambio de Draco, sintió su cuerpo ceder a su poder, pero cuando justo creía haber vencido, percibió el sabor salado de unas lágrimas.


Rápidamente se apartó mientras miraba lo que nunca creyó ver, Draco Malfoy se dejó caer de rodillas sobre la nieve sin dejar de sollozar. Charlie supo que nunca antes había escuchado un llanto tan sincero y desolador como del que ahora era testigo.

Llegaste a mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora