Un regalo muy especial

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Un regalo muy especial




Después que Severus se negara a confesar cómo su varita se había roto, Dumbledore le dejó marcharse a sus habitaciones. Nadie protestó, sin embargo, en las miradas de la mayoría se encontraba una pertinaz duda.


— Si no confían en él, confíen en mi palabra, se los suplico. —dijo Dumbledore dirigiéndose a los Weasley—. Severus es fiel a nuestra causa y es incapaz de proferir semejante amenaza contra nadie.

— Obviamente ahora es incapaz de probar su inocencia... —aseveró Ron provocando que nuevamente el corazón de Harry protestara en silencio.

— ... ni su culpabilidad. —concluyó Hermione la frase de su esposo como si ambos fueran una misma persona, Ron asintió manifestando su acuerdo con Hermione.


Harry volteó a mirarlos, la serenidad volviendo a su alma al encontrarse con una sonrisa de apoyo de sus dos mejores amigos.


— Él no lo hizo, es cierto. —prosiguió Ron—. Ningún mago rompería su propia varita.

— Es probable que encubra a alguien. —se atrevió Bill a sugerir.

— Eso no lo dudamos. —dijo Molly—. Pero puede ser que haya alguien más intentando dirigir nuestra atención hacia el Profesor.

— Y el hecho de que se haya negado a decir cómo se rompió su varita comprueba que sabe muy bien quién ha sido pero nunca le acusaría.


Todos guardaron silencio compartiendo el mismo pensamiento. En el Colegio había varios alumnos que estuvieron en algún momento luchando por los ideales de Voldemort, a todos se les dio una segunda oportunidad para rehabilitarse siempre y cuando juraran buen comportamiento. Y así había sido. Todos ellos podrían ser sospechosos, fingir no era una habilidad poco común entre esos chicos pertenecientes a Slytherin, sin embargo, solamente había un nombre en las mentes de los presentes.


— ¿Quiere que vaya a buscarlo, Señor? —se ofreció la Profesora McGonagall.


Dumbledore asintió, lo mejor era concluir con ese asunto de una vez por todas. Aunque le dolía haber puesto en vano sus esperanzas en alguien que creía que valía la pena. Sin embargo, ahora no era momento de dar más oportunidades, una amenaza de muerte sobre seres inocentes no podía echarse en balde roto.


Mientras esperaban, Harry fue a sentarse junto a sus dos mejores amigos, ellos le recibieron con una sonrisa preocupada.


— Malfoy no confesará nada. —musitó Ron desesperanzado—. Debió planearlo muy bien y tener su propia coartada.

— Concuerdo con Ron. —dijo Hermione—. Tenemos que encontrar el modo de encontrar las pruebas para que confiese... ¿Harry, crees que podrías obtener ayuda de Snape?

— ¿Yo? No, no lo creo... Snape no confía tanto en mí como para delatar a su propio ahijado.


Harry desvió la mirada para no tener que enfrentar su culpabilidad con sus amigos. En verdad confiaba en Snape de una manera abrumadora. Su cerebro intentaba hacerle ver los riesgos. Era cierto, Severus estaba a su lado cuando surgió la Marca en el Gran Salón, pero en ningún momento le vio la varita, quizá no la llevaba con él, quizá tan solo le había mantenido distraído para que no viera al verdadero ejecutor de la maldición.


Pero ninguno de esos pensamientos le convencía, por más lógicos que parecieran, él continuaba depositando su fe en Severus y eso le preocupaba. ¿Acaso follar con él era suficiente para olvidarse de ser cuidadoso?


No, no lo era. Había algo más que le impulsaba a creerle con los ojos cerrados aunque todavía se sentía confundido sobre qué podía ser.


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Un poco más tarde Minerva regresó llevando consigo a Draco. El chico no parecía intimidado en lo más mínimo, miró a los presentes sin demasiado interés pretendiendo estar ahí por una equivocación que no le importaba.


— Buenas noches, Señor Malfoy. —le saludó Dumbledore señalando una silla para que se sentara, pero el ojigris fingió no notarlo y continuó en pie.

— ¿A qué me han traído aquí? ya le he dicho a la Profesora McGonagall que no he hecho nada malo.

— ¿Puede decirnos dónde estaba esta noche durante la boda que se celebraba en el Gran Salón?

— En mis habitaciones por supuesto, mi presencia no fue requerida.

— Necesito que me facilite un segundo su varita, Señor Malfoy.

— ¿Puedo saber el motivo?

— He de suponer que ya sabe lo ocurrido hace unos minutos, esas noticias no se mantienen ocultas por mucho tiempo en Hogwarts, así que debo hacer una prueba a su varita.


Draco les miró a todos con odio, sabía que le acusaban y estaban ansiosos de comprobar que había sido el responsable de invocar la Marca. Totalmente indignado sacó su varita, pero antes de soltarla volvió a mirar a Dumbledore.


— ¿Habrá una disculpa formal y pública después de esta humillación?

— No arriesgue su suerte, Malfoy, este es un procedimiento que estoy autorizado a realizar cuando se considere necesario... Ahora, deme su varita.


Draco obedeció y esperó pacientemente a que Dumbledore investigara los últimos hechizos que había formulado, pero ahí solo encontró pruebas de haber sido utilizada solo en clases, no hubo ninguna maldición recientemente invocada.


Después de suspirar profundamente, Dumbledore regresó la varita a su alumno indicándole a Minerva le condujera de regreso a sus habitaciones.


Cuando se marcharon, el Director ocupó su lugar en su asiento, los demás seguían sorprendidos de no haber encontrado la prueba que buscaban.


— Era obvio, ¿no? —musitó Ron—. A pesar de lo mal que me cae he de reconocer que es hábil y escurridizo como buena serpiente, debió usar otra varita.

— La posibilidad existe, Señor Weasley, pero no puedo ordenar que cada alumno sea investigado de esa forma, el Ministerio intervendría y prefiero mantenerlos fuera por el momento.

— ¿Y qué vamos a hacer? —quiso saber Molly, le preocupaba tener que marcharse y dejar a su hijo, a Hermione y a su futuro nieto a merced de un chico como Malfoy.

— No pensamos irnos de aquí hasta no estar seguros que los chicos están protegidos. —dijo Arthur adivinando el pensamiento de su mujer.

— Quisiera inmiscuir a un miembro de la Orden, pero lamentablemente ahora no hay nadie disponible.

— Yo lo estoy.


Todos se giraron a mirar a Charlie quien había permanecido en silencio todo el tiempo. El joven pelirrojo sonreía despreocupado, su aspecto sencillo no revelaba bien su fuerza y poder, pero después de todo, domaba dragones.


— ¿Lo estás? —cuestionó Molly.

— Puedo prolongar mi permiso, en estos momentos no me necesitan mucho en Rumania y aquí sí.


Las miradas se clavaron en Dumbledore esperando su punto de vista sobre la propuesta de Charlie. El mago lo meditó unos pocos segundos antes de asentir.


— Creo que la suerte está de nuestro lado. Hagrid tiene demasiado trabajo ahora como guardabosques así que sería bueno darle ayuda con un nuevo Profesor de cuidado de criaturas mágicas.

— Genial, estoy ansioso por empezar.

— Tranquilo, hijo, recuerda que el principal propósito es que vigiles a Draco Malfoy.

— Lo sé, Padre, no te preocupes por eso.


La voz de Charlie sonó con tanta fuerza y convicción que los demás estuvieron seguros que haría un buen trabajo.


Llegaste a mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora