Rechazo

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Rechazo





Toda una gama de sensaciones invadía el corazón de Severus al sostener a su hija. Era sumamente liviana y aun así irradiaba un calor tan poderoso que todo su cuerpo se sentía abrigado por él. Despejó un poco la manta que la cubría para mirarle mejor el rostro y estuvo convencido de que era la imagen más dulce, tierna y hermosa que había presenciado jamás.


Llevó sus dedos a su rostro acariciándola casi con miedo de lastimarla. Las lágrimas no dejaban de resbalar por sus mejillas y pensó que nunca se cansaría de mirarla.


La bebé empezó a llorar en ese momento, primero fue un suave gemido pero en cuestión de segundos se hizo tan intenso que llamó la atención hasta de los medimagos que estaban acostumbrados al llanto de los recién nacidos.


El neonatólogo se aproximó sin demora, retiró a la bebé de los brazos del asustado Severus y la llevó a una mesa de exploración donde volvió a revisarla.


— ¿Qué le pasa? —cuestionó Harry alarmado por lo fuerte de los sollozos.


Severus se aproximó a él tomándolo de la mano pero sin despegar ambos la mirada de su hija. Estaban a punto de desesperarse por no conseguir respuesta cuando el llanto fue cesando hasta que nuevamente regresó el silencio. El medimago sostuvo a la niña en brazos girándose a sus padres con una sonrisa.


— No era nada, probablemente solo tuvo algo de frío o se asustó, pero todo se encuentra en perfectas condiciones.

— ¿Puedo verla, por favor? —pidió Harry aún sin sentirse tranquilo.


El medimago asintió y llevó a la bebé a brazos de Harry quien la recibió con una gran sonrisa llena de emoción. Se sintió mejor al verla respirar tranquilamente bajo un sueño normal, lucía serena y muy relajada en sus brazos por lo que tanto él como Severus lograron por fin convencerse de que no había nada malo de qué preocuparse.


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En un lugar muy lejos de ahí, sentado en el balcón de una ventana panorámica, Draco observaba en el valle como los domadores de dragones lograban domesticar a un poderoso y rebelde Ridgeback noruego tras casi dos horas de lucha. La casa donde ahora vivía estaba empotrada en un risco, lo suficientemente encubierta para no ser vista desde ningún lado, además de las múltiples protecciones que Charlie colocara sobre ella.


Desde las alturas podía ver ese valle, ahí trabajaba el pelirrojo regresando a su mayor pasión, los dragones. Y cada tarde, Draco acostumbraba sentarse en esa ventana y mirarlo. Al principio con burla y desencanto, pero terminó por aceptar que era bastante ágil y su destreza y maestría eran dignas de admiración. Ahora no se perdía el espectáculo por nada del mundo.


Cerebrito siempre lo acompañaba en su pasatiempo, él también observaba fascinado como los dragones echaban enormes llamaradas que eran sorteadas por sus amos. Pero contrario a Draco, él revoloteaba emocionado cada vez que uno de los dragones lograba imponerse y rugir majestuoso, tal vez soñando con ser uno de ellos algún día.


— Para ser un Weasley no es tan imbécil ¿verdad?


El pequeño dragón agitó sus alas con emoción en acuerdo a las palabras de su amo. Draco sonrió divertido por ver a su mascota tan contento en ese lugar. En realidad él también ya había aceptado que ahí se sentía en paz, su relación con Charlie no era tan agresiva como en sus inicios, no habían vuelto a hablar del amor que el pelirrojo sentía por él y eso le hacía sentirse más relajado.


— ¡Ya viene! —exclamó al ver la distinguida figura de Charlie dirigiéndose a la casa en su escoba.


Draco corrió hacia la entrada de la casa a esperar la llegada de Charlie, Cerebrito le siguió con la misma alegría. Cada atardecer era lo mismo, el pelirrojo no podía pedir más, su corazón se sentía inmensamente feliz mientras volaba hacia el atrio de la cabaña con Draco esperándole con esa sonrisa que lograba acariciar su alma.


Suavemente aterrizó a su lado, sus labios también sonreían. Draco ya no se apartaba cuando el pelirrojo le saludaba con un beso en la mejilla.


— ¿Qué te pareció el Ridgeback?

— Maravilloso, ahora entiendo por qué te gusta tanto tu trabajo. ¿y a dónde llevarán al dragón?

— Hay una reserva especial para esa raza, ahí podrá aparearse y tener una vida tranquila sin riesgo para ninguna población.

— Genial, y dime ¿lo trajiste?


Charlie sonrió y de su túnica extrajo uno de los colmillos del dragón que Draco tomó entusiasmado.


— Es perfecto, mi colección se agranda.

— Me alegra, pero ahora vamos a cenar ¿qué se te antoja?

— Mmm, ¿un pastel de carne?

— Bien, pastel de carne será.


El pelirrojo pasó su brazo por los hombros de Draco invitándole a entrar a la casa y empezar a preparar la cena, él siempre era el encargado de hacerla pues el rubio no tenía ni el más mínimo conocimiento en el cuidado de una casa si no tenía elfos domésticos a su disposición.


Draco nunca lo mencionó pero se sentía agradecido por eso. Al llegar ahí temió que Charlie le maltratara y le obligase a asumir el papel de criado como pago por haberle sacado de Azkaban. O tal vez para darle una lección. Él era muy rebelde y los primeros días no cesó de gritarle y ofenderle, pero Charlie no le daba réplica jamás, esperaba pacientemente a que se le pasara el coraje y solo se concretaba a darle todo lo que necesitaba.


Hubo ocasiones en que se imaginó siendo uno de esos dragones que Charlie domesticaba y tan solo le dejaba la rienda suelta para que se agitara hasta cansarse y entonces bajar la cabeza... bien, si era así, lo consiguió.


Ahora podía sentirse en casa. No había elfos domésticos que le mimaran, ni padres que le dieran todo lo que pedía, pero estaba Charlie y en él supo lo que era ser respetado. Le trataba con tanto cariño como si fuese un hermano pequeño, y en las noches siempre acudía a su dormitorio con la intención de verificar que estuviese cómodo, algo que ni su padre ni su madre hicieron nunca. Además, corroboró que podía decirle cualquier cosa, incluso cuestionarle sus ideales, y Charlie siempre respondía como un amigo, daba explicaciones que no tenía obligación de dar, y siempre con una sonrisa en el rostro.


Esa etapa en su vida era la más tranquila que había tenido. Ya ni siquiera pensaba en venganzas, eso le facilitaba poder sonreír como no hacía en mucho tiempo.


Llegaste a mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora