Paso #61: Experimenta el luto

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El camino de regreso al Instituto es una pesadilla silenciosa. A través de las fisuras en la parte de atrás de la camioneta se cuela el aire del desierto, que, a pesar de ser caliente, no hace otra cosa más que ocasionarme frío. Will tiembla a mi lado, durante todo el recorrido, por lo cual en cierto punto no puedo hacer otra cosa más que tomarle de la mano, sólo para encontrar que está más fría que la mía. Él no me rechaza, pero tampoco siento la presión de sus dedos en medio de los míos como habitualmente lo hace.

Me doy cuenta, con terror, de lo que está sucediendo. Mi sol, mi única persona brillante y cálida, está apagándose lentamente.

Casi puedo sentir la nieve punzando mis mejillas.

El ambiente en general es oscuro, lúgubre, como si estuviéramos atravesando el desierto en medio de la noche, a pesar de que no son más de las seis aún. El señor D está molesto, así que de seguro nos espera una intensa reprimenda al llegar, y un castigo bastante fuerte. Hazel se ha quedado en el hospital, pero a Will no se le permitió hacerlo. Tengo una especie de frío en el pecho, que me hace tener la ilusión de que, si abro la boca, no saldrá de ella otra cosa más que vaho blanco.

El tiempo encerrados en la oscuridad de la camioneta se vuelve eterno, así que, cuando finalmente llegamos al instituto, tengo las piernas dormidas, y la mano entumecida. Casi puedo escuchar un sutil "crack" cuando Will separa sus dedos de los míos, alejándose para bajar del auto lo más pronto posible.

El señor D nos mete al Instituto mientras da coscorrones a Percy y a Andrew, y nos reprende verbalmente a todos. Ha dejado la patrulla en el lugar del cual nos la robamos, sana y salva, y me parece que Cornelio le dice que "ya se encargó del asunto" y no tiene nada de lo cual preocuparse: el robo ha sido encubierto. No hay cargos en nuestra contra, al menos no por parte de la policía. Eso, claro, es un alivio. Apenas y tengo tiempo de soltar un suspiro tembloroso, cuando mis oídos empiezan a concentrarse en los ruidosos gritos de Clarisse.

Ella está orgullosísima.

—¡Ese es mi hermano! —dice, como si en vez de ser su hermano, lo hubiera concebido en su propio vientre—. ¡Todo un héroe! ¡Espera a que papá escuche de esto! Va a estar tan feliz que te va a comprar una metralleta. Ahora va a presumirte frente a los médicos soldados. ¡Eres asombroso, Frank!

—Baja la voz... —Frank lucía mucho más que abochornado, pero Clarisse no iba a detenerse. El señor D también la instaba a bajar el volumen, pero le daba golpecitos a Frank en la espalda.

—Esta bien, te voy a dejar en paz —dice Clarisse después de darle un empujón más en la espalda—, pero solo durante el tiempo suficiente para que pueda felicitar a Solace —ella es lo suficientemente amable como para no darle un puñetazo en el brazo a Will, sino colocar su mano suavemente sobre su hombro—. ¡Nuestro otro héroe que...!

Pero, Will tiene una reacción completamente incompatible con su personalidad. Él abofetea la mano de Clarisse fuera de su hombro, se gira hacia nosotros, sus ojos parecen ser carámbanos de hielo, sus manos están cerradas en puños, y en donde yo esperaba que su rostro fuera rojo, como el fuego, solo puedo ver azul. El azul que tienen los muertos, porque su sangre ya se ha estancado.

—¡No me toques! ¡Déjame! —grita, y es tan repentino que incluso el señor D da un paso hacia atrás— ¡Yo no ayudé en nada! ¿De acuerdo? ¡Me quedé ahí parado como un idiota! ¡Si fuera por mi estupidez estaría muerto ahora! ¡Solo déjenme ya!

Después de eso, sale corriendo hacia el edificio de los hombres. Estoy bastante segura de que está llorando. Su voz se ha quebrado mientras nos gritaba y todo su cuerpo estaba temblando. No le doy ni siquiera un minuto de ventaja. Sé que tardo un par de segundos en asimilar los gritos, pero siempre soy buena en asimilar los gritos, así que comienzo a correr tras él, tan pronto como mi cerebro da la orden de seguirlo.

Instituto de Delincuentes JuvenilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora