Anexo #3: Perseus Jackson

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—Continua, — lo alienta el hombre, su voz es neutra y sus ojos inexpresivos, estudiando detenidamente cada gesto que pudiera dejar escapar el muchacho sentado delante de él, — ¿Qué sucedió después?

—El cielo azul cegadoramente brillante, el cielo oscuro y estrellado que me abrazaba como un manto, es todo, lo que pude ver en los tres días que floté en medio del Océano Atlántico, — relata el joven, con una mirada apagada pérdida en la distancia. — No había comida, e irónicamente había demasiada agua alrededor de mí, pero que no podía beberla para matar la sed...

El camarote rodea mi cuerpo

La taza de té, humea delante del azabache, y un recuerdo lejano atenaza su mente violentamente, cuando este lo compara con el humo asfixiante del que había escapado una vez. Incluso parece poder oír el crujido de la madera rompiéndose, quemándose, y finalmente, hundiéndose, hasta el profundo océano. Convirtiéndolo, en un vestigio del pasado.

Aplastando cada pedazo de mi cuerpo

—Estaba herido, pero no lo suficiente para llamar a mis amigos tiburones a hacerme compañía, la sal del mar, se filtraba en el pequeño pedazo de madera sobre el cual flotaba, y chocaba con mi piel llena de cortes, como si fueran agujas ardientes castigándome por lo que solo ellos habían visto.

La sal se filtra en los poros de mi piel abierta

Cansado, deshidratado, hambriento y herido en el vasto océano, no había nadie que pudiera ayudarme para sacarme de allí, ni mucho menos alguien que me dijera la diferencia entre la realidad y la ilusión. Creo que fue a partir del segundo día, por el golpe en mi cabeza, en el cual empecé a tener alucinaciones bastante reales.

Te espero en el fondo del profundo mar azul

Por esa razón evitaba mirar el fondo del profundo mar azul a toda costa, porque cuando lo hacía, juraba que aún podía ver aquellos pequeños ojos marrones llenos de desesperación, hundiéndose en la oscuridad, gritándome: ¡Asesino! ¡Asesino, es toda tu culpa! Mientras sus manos y sus piernas pataleaban incansablemente, tratando de nadar patéticamente de nuevo hasta la superficie.

Un esfuerzo inútil del cual se burló el poderoso mar, ya que poco después, la sangre sucia que se filtró de sus heridas llamó a los tiburones que estaban a varios kilómetros a la redonda, y al llegar hasta él, hicieron lo que cualquier animal haría: devorar un festín, regalo de los Dioses. Y mis ojos, regalo de este soberano que me ha salvado, observaron absolutamente todo mientras ocurrió.

Los dientes del depredador, desgarran, cortan, y arrancan la carne de mi padrastro sin sentir simpatía, empatía o piedad, solo devoran y engullen; tres de ellos del tamaño de un pequeño bote convierten a aquel poco hombre en solo pedazos de carne magullada, porque uno de ellos le ha arrancado la cabeza, y los otros dos los brazos y la mitad inferior. Hasta que ya no quedó nada.

Bienvenida a mi pequeña jaula

—Cuénteme de nuevo, señor Jackson. —El hombre le pide suavemente, aunque el tono demandante de su voz no se le había pasado por alto al joven; sentado delante de él. — Desde el principio, por favor.

— ¿Qué tan principio, quiere? —pregunta, su voz apenas es audible pero el sarcasmo lo acompaña férreamente.

Intento arreglarme de nuevo contigo, cariño.

— Desde el momento crucial para acabar en ese bote, con su padrastro y con esa mujer... y finalmente, en medio del océano Atlántico.

Aún no conozco tu nombre amor perdido

—Es día de pesca como cualquier otro domingo, lo que significa que yo estaría trabajando peor que un peón de nuevo, mientras mi padrastro se sienta en una silla, bebiendo y tomando el sol en nuestro pequeño barco comercial. Solo que ese domingo era diferente a los otros; porque mi padrastro había ganado una apuesta con uno de sus amigos ricos, y ahora tenía un Yate que presumir como siempre había querido...

Instituto de Delincuentes JuvenilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora