Anexo #5: Clarisse La Rue

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—Todo comenzó cuando nací sin un pene. Mi padre había querido a un varón. Así que cuando vio que no lo tenía, se enojó tanto que me dejó tirada en el centro de maternidad por una semana, hasta que los directivos del hospital lo amenazaron con la policía para que pagara la cuenta y me sacara de allí.

— ¿Y su madre, señorita La Rue?

—Muerta, por mi culpa— la muchacha se encogió de hombros, indiferente— Ya ve, me había ganado el "cariño" de mi padre ni bien recién parida de las entrañas de su señora.

Su hermano a su lado, soltó un largo suspiro apesadumbrado. De inmediato detectó que no era la primera vez que el chico lo emitía, ni la última vez que él lo escucharía. El muchacho, de brazos y piernas fornidas como un joven deportista, estaba sentado sobre una silla que parecía demasiado pequeña para él; con los hombros rígidos y las manos colocadas debajo de sus muslos separados, en una posición dócil.

Miraba el suelo solamente, mientras su hermana continuaba con perezosa ambigüedad:

—Con el paso de los años, a medida que iba creciendo. Supongo que un día me vio y se dijo: Bueno, parece un hombre... Y procedió a vestirme como un chico y a hacerme cortes de cabello masculinos, hasta los trece años cuando quedó claro por mis bubis en constante crecimiento — sus manos hicieron un gesto vago hacia sus pechos. Él, incómodo, evitó mirarlos — que realmente era una niña.

El hombre asintió, lentamente con la cabeza. Su mano con el bolígrafo listo, permanecía quieto aún suspendido sobre el papel. Su mirada se alternaba entre la chica y el chico, pensando, como en todas las veces, la manera de sonsacarles información que si fuera valiosa. Él no solía hacer interrogatorios en dueto, pero en esta ocasión, le pareció que era lo correcto.

—Debió haber tenido una infancia muy dura— probó a decir, pero la chica despachó su compasión con un rápido gesto de la mano.

—No fue para tanto a decir verdad, porque un año después de mi nacimiento... — Clarisse alzó la mano y con una fuerza impetuosa, la dejó caer sobre el muslo de su hermano provocándole un susto en el acto. Ella, sin advertir su brusquedad continuó—: Este muchachote germinó de las piernas de otra mujer (¡Ya ve que tan dolido estaba por perder a mi madre!), y entonces toda la atención de mi padre recayó sobre él. A veces sentí envidia, otras lástima y... admito que en ciertos momentos disfruté de que nuestro padre fuera cruel con alguien que no fuera yo— miró a su hermano con algo parecido a la culpa—. Lo siento.

El aludido se limitó a asentir, manso, como un perrito con la correa demasiado apretada para poder moverse.

—Así que... —inició él, rascándose un lado de su nariz con la punta de su bolígrafo— ¿cuándo o cómo fue exactamente que acabaron convirtiéndose en un dúo de vándalos callejeros?

—Eh... — balbuceó Clarisse, quedándose con la boca muy abierta mientras deliberadamente pensaba en algo. Al final lo resumió con un—: Ni puta idea.

—Tendrá que ayudarme un poco, señorita La Rue— dijo el hombre— De lo contrario estaremos aquí todo el día.

Ella dejó caer la cabeza hacia atrás y soltó un grito de frustración máxima, la silla rechinó, sufriendo por la fuerza del movimiento, pero aún así, la chica no parecía más dispuesta a hablar. Su hermano, entonces, volvió a emitir aquel suspiro dócil que tan bien calzaba con su personalidad tímida. Y, para su sorpresa, empezó a hablar con una gentileza que difería con su corpulento cuerpo:

—Verá... Yo puedo hablarle de mi hermana— dijo, y Clarisse no se inmutó ni un poco por su intervención. Por el contrario, siguió mirando hacia el techo— Lo primero que me viene a la cabeza, procede, de hecho, desde mi primer día de clase en el kinder... Debíamos de tener como, seis y siete años.

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