Paso #35: Ingresa contrabando con éxito

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Muchas veces, cuando Annabeth obraba mal o se comportaba de una forma un tanto inmoral para los estándares muy altos y estrictos de su madre, ella podía jurar que la oía claramente (a pesar de no estar a su lado); regañándola como un incordio de v...

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Muchas veces, cuando Annabeth obraba mal o se comportaba de una forma un tanto inmoral para los estándares muy altos y estrictos de su madre, ella podía jurar que la oía claramente (a pesar de no estar a su lado); regañándola como un incordio de vocecita dentro de su cabeza, tratando de fastidiarla todo el rato.

Ahora, esa pequeña vocecita tenía carne y hueso, y estaba parada frente a ella, reclamándole en un tono de voz más alto que su consciencia; recitando sermones que ya se sabía de memoria desde que tiene uso de razón. Annabeth se preguntó si su madre habría sido la diosa olímpica de la sabiduría en alguna vida pasada, porque no encontraba otra explicación de que fuera tan irritable e increíblemente orgullosa siempre, con complejo de perfección divina.

Su atención fue variante en repetidas ocasiones, a veces la escuchaba diciéndole sobre la importancia de la dignidad y la honradez, y luego, su mirada se centraba en su delineada nariz (mejor que la suya) con la mente perdida.

—Te traje aquí para que aprendieras una lección, para que entendieras la importancia sobre la disciplina y responsabilidad. Pero ya veo que... —y entonces Annabeth aplicaba su tan querido modo "mute", y se dejaba llevar en el río de pensamientos más interesantes que fluían dentro de su cabeza.

En realidad, cualquier cosa resultaba ser más interesante que oír el parloteo de su madre, (por más cruel que esto sonara). Por ejemplo, el trinar de un ave del desierto, mirándola con sus pequeños ojos desde una rama del patio; o incluso el barullo de las demás conversaciones entre padres e hijos. También estaba, Drew Tanaka, a quien le daba mayor atención ahora; observó como ella asentía a lo que decía su padre con aire subordinado, y se preguntó sobre su historia, su vida, y si su pasado podría ser diferente a lo que sus prejuicios pensaban antes.

Probablemente nunca lo sabría, no eran amigas, y era casi seguro de que no lo serían en un futuro próximo, no cuando ella había querido robarse al crush (ahora novio) de su mejor amiga. Tampoco pensó demasiado si estaba siendo justa. Sus ojos se mueven por encima del hombro de su madre, y ve a Poseidón ponerse hielo en el labio y a un Zeus acercarse a regañadientes por su hijo para "disculparse".

—Y de nuevo, es como si estuviera hablándole a una pared— el resoplido de su madre desvió su atención, la vio tocarse el puente de la nariz con semblante estresado y por un segundo, sintió pena por ella.

Pero no era culpa de Annabeth convertirse en una muralla de cemento, gris e insípida. Era su mecanismo de defensa automático para estas situaciones, tan arraigado a su modus operandi, que difícilmente podría desinstalarlo de su sistema como a una aplicación. No obstante, intentó hacer un esfuerzo y escuchó a su madre una vez más.

—Me molesto en gastar saliva contigo, pero tú andas volando en las nubes de tus rascacielos imaginarios mientras lo hago. No sé por qué te cuesta tanto escuchar las sabias palabras de tu madre...

—Tal vez, porque he escuchado este sermón tantas veces, que te las podría recitar como un poema ahora mismo— le respondió, en un tono impertinente que le provocó una mueca de desagrado a Atenea, (y eso que estaba siendo precavida con sus palabras) —. Ya lo tengo grabado en la memoria, madre, siempre es lo mismo contigo.

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