Paso #62: Levanta tus defensas

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Aquella noche, el señor D también sufrió, como en otras noches, un interminable y brutal ataque de insomnio. Para estas alturas, ya había perdido la cuenta de cuántas medias noches había presenciado con sus ojos abiertos y los pies arrastrándose por los pasillos del Instituto, en una constante vigilia, como si con eso pudiera solucionar algo, remendar alguno de sus errores. Podía tomar alguna píldora para obligarse a descansar, pero, en vista de las últimas circunstancias, realmente no quería encontrarse con la guardia baja.

Afuera todo estaba tan oscuro que parecía que la luz se había extinguido por completo del mundo. Era una noche de luna nueva, por lo cual parecía que no existía ninguna. Uno o dos coyotes solitarios gemían y aullaban de vez en cuando; y había visto una lagartija solitaria corriendo para ocultarse en la rendija entre el techo y la pared.

Caminaba por los pasillos del edificio administrativo, con una linterna en mano, iluminando el camino y todas las esquinas que le parecieran sospechosas. Ya había dado una ronda por los edificios de habitaciones, no había encontrado nada. Los estudiantes dormían con tranquilidad, sin problemas, o al menos fingiendo que no los tenían, como solo los chicos de esa edad podían hacerlo.

Tanto Cornelio, su jefe de seguridad, como Quirón, su segundo al mando, habían tratado de convencerlo de que no era necesario, pero, se sentía un tanto inútil, irresponsable, y la culpa se hacía cada vez más difícil de cargar. Quizá era esta la que luchaba por aplastarlo cuando se acostaba boca arriba para dormir. Quizá era por eso que roncaba tan fuerte.

Fuera como fuese, esta vez fue una buena ocasión para mantenerse despierto, ya que, incluso si se hubiera ido a dormir temprano, lo habrían despertado cuando el reloj marcaba las doce con cuarenta y cinco. Esa fue la hora exacta en la que Argos apareció de pronto, justo cuando él estaba bajando una de las escaleras, para informarle de su llegada. No era normal que un padre llegara a visitarlo de noche, pero, a este, definitivamente no podía negarle nada.

—Llévalo a mi oficina —le dijo con firmeza a Argos, al tiempo que asentía—, estaré ahí en un momento.

No fue a buscar a Quirón, tampoco a Cornelio, ni a Cherry. Apenas había pasado una semana desde el incidente, y la culpa lacerante debía caer solo sobre él. Había esperado que el señor di Angelo le gritara en el hospital, quizás había estado demasiado afectado para hacerlo, y muy ocupado atendiendo a su hijo en ese momento. Pero, ahora era el momento de recibir lo que realmente merecía, y prefería ser el único que cargara con ello. De igual modo, se desvió hacia el baño, para mojarse un poco la cara, antes de recibirlo.

Después, se apresuró a encontrarse con el señor di Angelo en su oficina. Dudó un momento antes de ingresar a su propio recinto, estuvo a punto de dar un par de golpecitos en la puerta para anunciarse, hasta que se dio cuenta de que era ridículo, puesto que, primero, lo estaba esperando y, segundo, era su despacho personal. Abrió la puerta despacio, e ingresó. Ya estaba aclarándose la voz para hablar, cuando notó que Hades no estaba solo. Nico, estaba sentado en la silla de al lado.

Casi soltó un jadeo por la sorpresa, al mismo tiempo, sintió gran alivio al verlo repuesto tan pronto.

—Buenas noches —saludó finalmente, con una voz baja y respetuosa— Señor di Angelo —asintió en su dirección por un momento y después se permitió mirar a Nico.

No era una buena práctica aquella de tener estudiantes favoritos, pero admitía que tenía cierta debilidad por di Angelo. Realmente creyó que había mejorado. De verdad... De verdad creía que estaba siendo de utilidad para él. Pero, por el contrario, ahora estaba mirándolo, con esos ojos negros como la noche, repletos de ojeras, y una venda rodeándole el cuello, reemplazando el collar.

Instituto de Delincuentes JuvenilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora