Prólogo.

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Gritos ensordecedores retumbaban en la habitación de un aislado hospital donde una pequeña se encontraba intentando dar a luz, para su corta edad jamás se imaginó que estaría pasando por esta situación, nadie le dijo que el mundo podía ser tan cruel.

Nadie le dijo que había seres tan despreciables en este lugar, que sin pensarlo pueden arrebatarte la vida de un segundo a otro, quitándote todos tus sueños y esperanzas, las posibilidades de un mejor futuro. ¿Lo peor? Lo peor era saber que aquel hombre que le había arrebatado la felicidad solo tuvo que decir "Estaba ebrio, no recuerdo lo que hice", sin embargo, lo que hizo obligó a Jay a dejar los libros escolares y preparar una pañalera para recibir a un bebé.

El fruto de algo inhumano, el fruto que le obligaron a cuidar dentro de ella por nueve meses y hoy que por fin podría sacarlo, el sufrimiento continuaba, no hacía falta si quiera verlo, ya lo odiaba.

A pesar de sus lágrimas y todo aquel sufrimiento, la pequeña fue obligada a responsabilizarse de aquel bebé, el pasar de los años no disminuyó ni un poco el sentimiento de odio y repulsión en su pecho.

Pese a los intentos de su hijo por acercarse a su madre esta se sumergió en un abismo lleno de adicciones, manteniendo a su hijo descuidado, el pequeño Louis como sus abuelos habían decidido llamarlo; logró cursar pre escolar y llegar hasta quinto grado de primaria antes de que servicios infantiles lo arrebatara de los brazos de aquella pobre joven.

Louis experimentó una nueva vida alejado de su madre y todas las sustancias ilícitas que envolvían aquel hogar, sin embargo, esa vida tampoco era buena pues tuvo que pasar de familia en familia, yendo a diferentes ciudades, diferentes escuelas donde siempre terminaba siendo golpeado, maltratado e incluso abusado.

Era un niño pequeño y delgado para su edad, demasiado tímido para hacer amigos o acusar a los niños y adolescentes que lo lastimaban, tan sumiso ante las circunstancias que esperaba cada noche por la paliza que sus padres adoptivos le proporcionaban.

El castaño pasó una vida llena de sufrimiento, pero aquello no hizo que dejara de ser siempre un chico listo, ganando reconocimientos y felicitaciones de sus maestros, quizá por eso lo odiaban los demás o eso solía pensar.

Cuando cumplió dieciséis años decidió por fin escapar de aquel infierno que otros solían llamar hogar. Había caminado ya por horas y sus pies dolían, no tenía idea de a donde ir o a quien recurrir, era solo un chico con algunos cuantos billetes y una mochila con algunos libros de química.

Divisó algo de luz no muy lejos de donde se encontraba así que caminó dispuesto a descansar un poco, se trataba de una gasolinera vieja y descuidada a la orilla de la carretera, observó a su alrededor sin mirar a nadie, dejó su mochila en el sucio suelo de aquel establecimiento y suspiró frotando su vientre cuando sus intestinos le llamaron por algo de alimento.

Un mal presentimiento llegó a él cuando sintió la mirada de alguien más merodeando por la oscuridad, trago saliva intentando mantener sus sentidos alertas, pero al parecer eso no basto. Con rapidez y fuerza unos brazos le envolvieron y cubrieron su boca.

Entre forcejeos y gritos fue arrastrado hasta lo que parecía ser un cuarto de servicio, sus suplicas no sirvieron de nada, el dolor fue innegable, tirado en el suelo mojoso de aquel apestoso lugar con un cuerpo encima del suyo, llorando como aquel niño de 12 años que experimentó el mismo dolor por primera vez, justo como su madre lo había experimentado también.

Quizá cansado y con demasiada ira acumulada, logró tomar un objeto pesado entre tanteos, ni siquiera prestó atención a lo que era, pero logró noquear a aquel asqueroso hombre con un golpe certero en la cabeza, lo apartó de encima suyo y lo observó por algunos segundos.

Tras un grito sumamente lastimero y una mente nublada por el dolor e impotencia, los recuerdos llegando a su cabeza, todos esos rostros burlándose de él, disfrutando de su sufrimiento, levantó lo que al parecer era un taladro de gran tamaño y comenzó a golpear la cabeza del hombre.

Cuando pasó el golpe número 15 dejó de contarlos, el llanto había cesado y un sentimiento de satisfacción se albergaba en su pecho. Con la ropa salpicada de rojo vivo y la respiración entre cortada se puso de pie, observó a su alrededor entre la oscuridad encontrando algunos líquidos que parecían ser detergentes, lavó sus manos y aquel objeto ahora manchado.

El silencio se había apoderado de la noche, mientras un adolescente caminaba en la oscuridad, sin algún rumbo fijo, sin algún ánimo de continuar, pero a pesar de eso, sus ojos se mantenían abiertos ante cualquier alerta, brillando junto a la luna, un par de preciosos y brillantes ojos azules sin vida alguna.

Blue eyed killerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora