XV - Consesiones

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Le estaban gustando los días en Kent en dónde podía pasar el día entero con su esposa y trabajar mucho más calmado. Hasta Meribast se estaba divirtiendo. —¿Qué demonios es eso?

—Una señal de lealtad gatuna. –Penélope iba con un vestido de tarde color lila y el cabello solo recogido con un lazo. Nada elaborado. La gata había traído un pajarillo muerto a los pies de Colin y maullaba esperando su atención. —Yo tuve que acostumbrarme a las muestras de afecto de Meribast.

—Pues... Gracias Meri. –Dijo tomando a Pen de la mano mientras estaban en el jardín. —Me gusta estar aquí. Descanso mucho.

—Lo sé, se nota. Anoche no parabas de roncar. –La vio reírse y le encantó. Aunque no tanto que lo hiciera a costa suya. Los masajes se extendieron demasiado. –La terminó por atraer a su cuerpo y la abrazó tiernamente dándole besos por el cuello tras echar a un lado su cabello. Por su parte, muchos recuerdos pasaron veloces por la mente de Penélope.

—Bueno, solo suelo roncar cuando estoy muy, muy, muy cansado. Y anoche mi esposa me dejó increíblemente agotado.

Todo había comenzado muy inocente, solo le daba los masajes para que pudiera pasar la noche tranquilo y sin dolor. Pero luego hubo un beso, un roce en falso que despertó todos sus deseos de forma intensa. De un momento a otro, él la tenía sobre su cuerpo, desnuda, enseñándole cómo compartir el placer. Sus caderas moviéndose, sus gemidos llenando la habitación y el climax de ambos llegando juntos.

Y no fue suficiente.

Parecían estarse poniendo al día después de un año en el cual no estaban ni siquiera en la misma ciudad. — ¡Colin! –De un momento a otro la tenía oculta tras una de las paredes de la casa, besándola y provocándola por sobre su ropa. —Van a vernos.

—¿Y? –La miró sonrojarse y comenzó a reír mientras le daba varios besos por toda la cara. —Tenemos un papel que me dice que puedo besarte ya que eres mi esposa.

—Estoy segura que el acta de matrimonio no dice eso. Y estoy segura también de que no dice que puedes acorralarme y... ¡Ay Dios! –La estaba atormentando a más no poder. Ni se dió cuenta cuando le desabrochó el vestido y se lo bajó lo suficiente como para dejar a la vista sus pechos en su corsé.

 Él y sus besos. Él y sus manos.

Él.

Ahogó un gemido al sentir su erección contra ella en el momento en que la aprisionó mucho más contra la pared. —Tener sexo en el campo debe ser una de las cosas que uno debería lograr realizar antes de morir, ¿No te parece?

—Van a vernos, Colin. –Eso era lo que ella decía entre risitas nerviosas, pero sus besos le decían que lo deseaba en exceso, y sus manos, desabrochando sus botones mientras temblaban se lo dejaban mucho más en claro.

—Pero lo quieres. ¿Cierto? -Y lo siguió por la campiña sosteniéndose el vestido y casi corriendo. —Dilo, sabes que me encanta que lo digas. 

Y estando sonrojada, besándole, le sonrió. —Está bien. 

—¿Está bien qué cosa? -Y tras quitarse su abrigo y dejarlo sobre el césped la hizo recostarse sobre él. —Dímelo. 

—Tócame. -Y en su voz había demanda y eso le gustaba demasiado a Colin. Le subió las manos por las piernas debajo de su falda y sin apartar la vista el uno del otro terminó por tocarla, ya estaba listísima para él, caliente y húmeda a la espera. Lo escuchó jadear y fue como música para sus oídos. —Ay Dios, ¡Colin! –En cuánto alcanzó el punto de su placer arqueó la espalda mientras sentía las piernas temblar. No la hizo esperar. En ese momento se trataba del fuego que los estaba consumiendo por dentro, rodeados de hierba alta y árboles, acallados tanto como podían entre risas y besos, uniéndose en uno solo aunque no sentían del todo la piel del otro pero volviéndose locos de amor y deseo aún así. Colin no paraba con sus embestidas mientras Penélope lo mantenía abrazado tan cerca de ella como le fuera posible.

Bridgerton por accidente 🐝💛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora