XVI - Recuerdos

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Vivían en lugares distintos cuando eran apenas unos niños. Colin era un travieso ladrón de galletas en Aubrey Hall y Penélope, en la mansión Featherington, era educada con todo lo que una señorita debía saber. Era propia, casta, y muy gentil. No tenían nada en común si alguien pudiera verlos en paralelo.

Colin era el tipo de niño que corría por el campo y jugaba con espadas de palos junto a sus hermanos, con padres amorosos que los acompañaban.

Penélope era una niña solitaria. Su madre protegía a sus hermanas y a ella, pero su padre era un apostador, nunca estaba para nada que importara, y pasaban más tiempo con su niñera y su institutriz que con alguien familiar. Fue en esos momentos de soledad que encontró el amor por la literatura. Así como era, curiosa, se iba noche tras noche a la biblioteca familiar a devorar cada historia que encontraba.
A los quince encontró el gusto por las novelas románticas.

Y a los dieciséis conoció a un héroe de esas novelas hecho persona.
Aunque Colin había sido su vecino no habían tenido oportunidad de conocerse hasta que el destino, el viento y una caída muy mala (aunque graciosa) hizo que sucediera.

Pero ella no se sentía digna de la atención de alguien como él, de nadie... —¿Qué haces? –Estaba en su habitación, en tonos dorados y rosados mirándose al espejo fijamente cuando su madre entró. —¿Te probaste tu vestido para tu debut?

—Mamá. ¿Puedo retrasar mi debut? –Lo que ella veía en el reflejo del espejo era una chica gorda. Su cara estaba llena de manchitas y la piel tan rosada que otras señoritas comenzaban a molestarle, incluso sus hermanas. —No estoy lista para esto.

—Tienes la edad, claro que estás lista. Tu tiara es preciosa, y el vestido que diseñó Madame Delacroix es perfecto, Penélope. Mañana es un día importante, las tres saldrán a sociedad, conseguirán un esposo y llevarán sus propias casas siendo importantes damas y señoras. Ya lo verás.

Pero ella sabía que eso sería imposible. Ya su corazón le pertenecía a alguien. Unos ojos verdes como esmeraldas que jamás la verían a ella.  —Mamá ¿Y si me convierto en una solterona?

—¿Es a lo que le temes? –Portia se acercó a su hija y le sonrió en el espejo. —No te preocupes por nada. Yo haré lo que sea necesario para que a ti o a tus hermanas no les toque ese destino.

Penélope amaba a su madre. Y aunque todavía tenía miedo, se sentía un poco más tranquila.
Mantuvo los pies en la tierra, sabía que no cazaría un marido en su primera temporada, pero al menos podría vivir los bailes como los cuentos de hadas y princesas que solía leer.

***

El primer baile fue un desastre. Estaba esperando al borde de la pista con un vestido amarillo que tenía una enorme mariposa en el pecho. Veía desde la esquina como Colin bailaba con su prima recién llegada del campo, Marina Thompson, y por primera vez sintió la picada de los celos. —Deberías dejar de mirarlo. —Cressida Cowper era cruel, de las debutantes más populares con su cabello rubio y su altura perfecta y esbelta. —Colin Bridgerton jamás te miraría a ti, una chiquita que pesa más de lo que debería, no es normal... No serías Bridgerton ni por accidente. Jamás se casaría contigo.

Cressida sabía dónde golpear. Se aguantó las lágrimas, ella sabía que su declaración era real. Se alejó de la pista y fue hasta el jardín sintiéndose desdichada, triste. Con el alma rota.
Cuando llegó a casa esa noche escribió todo cuánto pudo del baile incluso como se sintió. Escribió lo que le habría dicho a Cressida si no hubiera estado temblando por las lágrimas acumuladas y escribió lo feliz que habría sido si Colin la hubiera invitado a bailar.

Bridgerton por accidente 🐝💛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora