XIV - Deseo y Éxtasis (Parte III)

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En la residencia de campo del señor y la señora Bridgerton — Kent

Penélope estaba triste en el jardín. Meribast se había escapado del carruaje y no supo en qué momento lo había hecho. No se dio cuenta y eso le tenía el corazón hecho un abismo. Por otro lado, habían pasado dos semanas desde que dejó Londres y aunque todo era pacífico, se sentía extraña de no tener ahí a Colin.

Se había acostumbrado a su presencia en los pocos meses que había vuelto, pero que no fuera tras ella le daba la respuesta, esperaba otro tipo de respuesta, así que la que tenía la hacía enojar grandemente. —Sabía que no vendría, Nancy.

La criada se mordió la lengua para no decirle a su señora que ella había pedido que no se le dijera al señor donde estaba, seguro que todavía buscaba su paradero. —Debería darse una siesta.

—Sí. Eso haré, estoy cansada. –Se levantó de la manta de su improvisado picnic y tras recoger todo fue con su doncella dentro de la propiedad. —Despiertame en unas horas, Nancy, para darme un baño y luego cenar.

Dos semanas. Lo decidió, se iría definitivamente.

***

Dos semanas debían bastar. La primera semana la usó para dejar muchos asuntos zanjados. Abogados y oficinas para ceder su porcentaje de la editorial por completo a Penélope y lo había logrado. Supervisó la construcción y tras decirle a su hermano que iría a buscar a su esposa, el vizconde quedó a cargo de ver que todo se realizara como él deseaba. Preparó sus baúles y maletas y viajó la segunda semana rumbo a Kent. Para ser honesto, jamás había pisado la casa de campo. Fue un muy generoso regalo de Anthony y Kate el dia de su boda, pero no la conocía.
"La verde y pacífica campiña inglesa". Así siempre pensaba cada que dejaba la ciudad atrás e iba Kent, y mientras iba en su trayecto estaba maquinando y pensando en cada paso para que cuando regresara a la ciudad lo hiciera con su esposa y una reconciliación completa.

Tenía que conocer a Penélope.

Al llegar no le sorprendió ver el limitado servicio que ahí se encontraba. Cinco mucamas, el ama de llaves, la cocinera y Nancy, la doncella de Penélope. —Señor Bridgerton.

—Parece sorprendida, Nancy. –Pensó que era una suerte que él llevase algunos lacayos extras. Bajó a Meribast del carruaje y la puso en manos de Nancy. —Necesita comer. ¿Me ayudas? ¿Dónde está mi esposa?

—E-en su habitación. Señor... Es que...

—Bien, yo la busco. Señora Jules. –Saludó al ama de llaves que sí conocía y dejó que ella se encargase de todo, y apresurado fue a donde se supone que debían estar las habitaciones principales. Casi todas las casas eran iguales y distribuidas de la misma manera. Así que no fue difícil encontrar a Penélope.

Al abrir la puerta a aquella habitación de tonos verdes y dorados, con muebles caoba y una cama matrimonial con doseles y cortinas, vio a Penélope en un camisón blanco y una bata cubriéndola, sus manos juntas bajo su cara, como si hubiera estado rezando y quedándose dormida en el proceso. Su cabello suelto con un mechón enmarcando su rostro. Sus respiración era muy pausada y sus labios entreabiertos le daban una visión demasiado perfecta de ella. Pensó en que podía quitarse el abrigo y meterse a la cama con ella, nada más para abrazarla y poder al menos dormir con ella.

En la teoría parecía una buena idea. En la práctica no sabía que tanto. Pero lo iba a intentar. Se quitó el abrigo y lo dejó sobre uno de los muebles. Los guantes de cuero y el nudo de su corbata. Se estaba poniendo cómodo cuando la vio removerse y toser un poco. Se quedó a la expectativa y cuando creyó que podía volver a moverse ella tosió y se estiró de nuevo. Lentamente, abrió los ojos.—¿Cómoda? —preguntó él.

Bridgerton por accidente 🐝💛Donde viven las historias. Descúbrelo ahora