18. La Pitonisa

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Cuando un humano ya es capaz de tener la facultad de actuar segun sus propios valores , voluntad, criterios y filosófica , sin estar sometido a ningún tipo de criterio.

Se le considera un hombre libre!

Y cuando alguien llega adquirir el poder de la libertad.

Se espera que este por ética ayude a que otros tambien emprendan el viaje hasta ella.

Al mismo tiempo que su mayor conocimiento haga que sus actos sean desinteresados y poco banales.

Pero eso es una gran mentira, pues poder es poder.

Por naturaleza el instinto el humano es un sometedor.

Por lo que el tener mas poder enciende muchas veces aquella chispa egoísta y primitiva.

Haciendo que todos aquellos que sean de un conocimiento o habilidad inferior se le arrodillén a sus pies.

Haciendo que todos aquellos que sean de un conocimiento o habilidad inferior se le arrodillén a sus pies

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DONES Y MALDICIONES

CAPITULO:

LA PITONISA

Los primeros rayos de sol se colaron por mi ventana, bañando la habitación con una luz cálida y dorada. El resplandor era tan sutil como insistente, recordándome que debía dejar la comodidad de las sábanas para enfrentar el día. Sabía que me esperaba una jornada agotadora llena de entrenamiento, así que me levanté rápidamente, dejando la cama deshecha, y me dirigí directo a la ducha. El agua caliente acariciaba mi piel, disipando los últimos vestigios de sueño, mientras me permitía un breve momento de calma. El silencio reinaba en la casa, roto solo por los profundos ronquidos de Nahuel, que resonaban como un motor en marcha, haciéndome sonreír ante su habitual despreocupación.

Terminé de ducharme y volví a mi cuarto, buscando entre la ropa nueva algo que fuera cómodo y adecuado para las lecciones del día. Opté por un atuendo sencillo, pero funcional: una camiseta de manga larga y unos pantalones ligeros, ideales para moverse con libertad. Me vestí sin prisa, disfrutando del silencio matutino. Pero, justo cuando me dirigía a la cocina con la esperanza de encontrar algo para desayunar, unos golpes en la puerta interrumpieron mi tranquilidad.

Al abrir, me encontré con tres rostros que aún llevaban la huella del sueño. Sayen, Agel y Lig-ray estaban en la entrada, con el cabello desordenado y los rostros somnolientos. Sin embargo, lo que capturó mi atención fueron los ojos verdes de Sayen, que, a medio abrir, me miraban con una mezcla de timidez y dulzura, como si aún no se hubiese despertado por completo.

—Perdón por molestar tan temprano —dijo Agel, esbozando una sonrisa somnolienta mientras se frotaba los ojos—, pero decidimos traer algunas cosas para desayunar contigo y los chicos.

—Por supuesto, gracias, chicas. Adelante, están en su casa —respondí, abriendo la puerta de par en par para invitarlas a pasar.

Las tres entraron con paso lento, todavía sacudiéndose el letargo de la mañana. El aire estaba impregnado con ese fresco aroma a hierba y rocío que solo se siente en las primeras horas del día. Lig-ray echó un vistazo alrededor antes de preguntar:

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