21. Humo y mentiras

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En una ciudad envuelta en niebla, un mago famoso por sus ilusiones usaba el humo para ocultar mentiras. Cada falsedad que lanzaba se dispersaba en la bruma, creando un mundo de confusión y sombras.

Con el tiempo, el mago desapareció, pero el humo persistió, dejando a la ciudad atrapada en un velo de engaños donde la verdad era casi imposible de distinguir.

Con el tiempo, el mago desapareció, pero el humo persistió, dejando a la ciudad atrapada en un velo de engaños donde la verdad era casi imposible de distinguir

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DONES Y MALDICIÓNES

CAPÍTULO

humo y mentiras

Dos semanas habían pasado desde el incidente en la sala de simulación, y aunque el dolor físico comenzaba a ceder, las secuelas mentales seguían atormentándome. Cada vez que cerraba los ojos, veía la devastación que había causado con mi poder. La energía oscura y maligna que había desatado esa noche era algo que nunca antes había experimentado. Mi don kalku, esa parte oscura que habitaba en mi interior, se había manifestado de una manera incontrolable y destructiva. Destruir la sala de simulación no fue solo un error; fue una advertencia de lo que podría suceder si no aprendía a controlar mis poderes.

Helena, siempre atenta, había insistido en que usara un cuello ortopédico para ayudar en mi recuperación. Sin embargo, cada vez que me veía reflejado en el espejo, con esa estructura rígida alrededor de mi cuello, no podía evitar sentirme impotente. ¿Cómo podía enfrentar a nuestros enemigos si no podía siquiera controlar mi propio cuerpo? Aun así, me esforzaba por seguir las indicaciones médicas. Sabía que mi recuperación no solo dependía de sanar físicamente, sino también de reconstruir mi confianza en mí mismo.

Las primeras noches en la enfermería fueron interminables. El silencio solo era interrumpido por el zumbido constante de las máquinas de monitoreo, que vigilaban mis signos vitales. Pero más que el dolor físico, lo que más me afectaba era la culpa. Había fallado. Había dejado que mi poder me dominara, y como resultado, había puesto en peligro a todos los que me rodeaban. Las palabras de Neculman resonaban en mi mente una y otra vez: "No puedes dejar que tu parte maligna te domine, Quimey. Tienes que aprender a controlarla antes de que ella te controle a ti".

Poco a poco, empecé a mejorar. Mi cuerpo respondía bien al tratamiento, y con cada día que pasaba, el dolor disminuía. Pero mi mente seguía siendo un campo de batalla. Cada vez que intentaba meditar o concentrarme en mis habilidades, sentía una presencia oscura acechando en los rincones de mi mente, como si estuviera esperando el momento adecuado para apoderarse de mí nuevamente. Sabía que no podía seguir adelante sin enfrentar esa oscuridad, pero la mera idea de hacerlo me aterrorizaba.

Por las mañanas, después de los chequeos de rutina, me dedicaba a ejercicios de respiración y control mental que Helena me había recomendado. A veces, perdía la noción del tiempo, sumido en la lucha interna por mantener mis pensamientos claros y mi voluntad firme. En esos momentos de vulnerabilidad, recordaba lo que me había llevado hasta aquí, la promesa que hice de proteger a los míos y de no dejar que nadie más sufriera por mis errores.

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