8. Más gente como yo.

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Cuando ya te sientes ajeno a cualquier lugar, pues tu hogar como tal no existe.

Sientes que eres libre, pero al mismo tiempo eres preso de tus inseguridad.

Pues un hogar por mas lejos que se encuentre, sigue siendo tu lugar confortable.

La Pitonisa trata de hacer sentir a quienes que viven en ella, como si fuese su hogar, por mas lejos que estén de sus casas.

Por un momento se pueden sentir en el medio del mundo, conectado con el.

Pero al mismo tiempo seguros dentro de una guarida desconectada y segura de cualquier comunicación con el exterior.

Es un santuario, es un hogar, es una base de operaciones para ser libres.


Es un santuario, es un hogar, es una base de operaciones para ser libres

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DONES Y MALDICIONES

CAPITULO :

MAS GENTE COMO YO


Me tomó un buen rato, distraído como suelo estar, darme cuenta de cómo el paisaje iba cambiando a medida que avanzábamos. Al principio, las calles aún mostraban signos de vida urbana: cables eléctricos que se entrelazaban en lo alto, casas alineadas y algunos coches dispersos. Pero, a cada kilómetro que dejábamos atrás, esos signos de civilización se fueron desvaneciendo lentamente. Los postes de luz se volvieron menos frecuentes, las calles se estrecharon, y las casas comenzaron a escasear hasta desaparecer casi por completo. En su lugar, la vegetación se apoderó del panorama. Los árboles, cada vez más altos y densos, parecían vigilar nuestro avance, mientras el suelo se cubría de tierra y raíces que se extendían como un manto natural sobre el camino. Era un entorno más agreste, primitivo, que contrastaba con la artificialidad de la ciudad que habíamos dejado atrás.

—¿Cuánto falta para llegar? —pregunté, intentando romper el hielo incómodo que se había instalado entre Neculman y yo. Sabía que había sido yo quien había levantado esa barrera, pero la incomodidad era difícil de soportar.

—Aún faltan unos treinta minutos más —respondió sin apartar la vista del camino.

—Me imaginé que debía ser un lugar bastante alejado para no ser detectado —agregué, más por llenar el silencio que por verdadero interés.

—Sí, estamos bastante lejos. Además, la Pitonisa es lo suficientemente grande como para ocultarse a plena vista, sin que los místicos sospechen nada.

—¿La Pitonisa? —repetí, intrigado por el nombre.

—Así llamamos a nuestra base —dijo el sujeto con una sonrisa apenas perceptible.

—¿Quién le puso ese nombre? —pregunté, todavía más curioso.

—Los demás chicos —respondió él, y noté una leve mueca de orgullo en su rostro, como si hablara de una creación colectiva de la que se sentía parte.

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