En Casa

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Han transcurrido bastantes atardeceres, bastantes anocheceres, bastantes auroras desde que nos conocimos, y sin embargo has encendido en mí una refulgente llama que creí extinguida desde hace tiempo.

Como valiente guerrero tuve que alejarme empujado por mi deber hacia tierras lejanas, hacia otras guerras, dejándome con sed de ti, de la miel de tus labios, del dulce tacto de tus manos, de tu cuerpo tórrido, del roce de tu mirada, de la chispa de tus palabras. Mas, sin embargo, allá donde fuí te llevé conmigo, cual mi propia sombra, fiel a tu corazón, hechos uno irremediablemente por una noble promesa de una noche de pasión.

En la tarde de ayer me alimenté de deseos y fantasías donde tú eras el centro, soñando tiernos reencuentros llenos de cariño, emoción y ardiente fogosidad. Me refugié en las obras de trovadores imaginándote en los campos de batalla con sus canciones de gestas o añorándote hasta la desesperación con sus coplas y rondas amorosas; adentrándome por las calles, callejones, mercados de la villa al pié del gran castillo y mezclándome entre sus habitantes en la fiesta de la batalla durante la cual las notas del yule log y wassailing aunque festivas y alegres me embargaban de una honda tristeza. En el atardecer y en el amanecer te envié a través de nuestro gran ventanal abierto versos encendidos al son de los acordes de mi salterio.

Temiendo que el olvido, el sentimiento de abandono u otro caballero de brillante armadura conquistara tu alma en mi ausencia. ¡Quién hubiese dicho que este guerrero solitario, incansable, descreído, frío y duro se rendiría al amor y se derretiría pensando en su amada!

A mi vuelta te he visto cabalgar, luchar, atareada, caminando de un lado a otro del patio de armas, nos hemos rozado en nuestras batallas contra el enemigo cristiano... he oído tus risas sonoras, me he abrazado a ti en tu noche de descanso, agotada... atrapando, con los ojos cerrados y el anhelo a flor de piel, los besos furtivos que lográbamos darnos, grabando en mi corazón tus contados susurros.

A la espera del momento anhelado de nuestro reencuentro, en la serenidad del bullicio por fin sosegado, hemos compartido mi cama para descansar de la batalla diaria que es la vida. Me he despertado durante la noche en infinidad de ocasiones con mi rostro hundido entre tus cabellos, aspirando el aroma que de tí mana; robando el tacto de tu piel siempre que me era posible mediante furtivas caricias a tu cintura, tus muslos, tu abdomen, tu pecho, temiendo que despertaras y me privaras de ese placer al verte abrazada con delicadeza por un rudo guerrero en mitad de la noche.

Pero ya ha amanecido y sigues aquí. No fué un sueño, estás aquí despierta, sonriendo, expectante... llegó el momento, mi dama, de disfrutar de nuestra pasión .

Mi armadura se desliza como si fuera pluma, voy sintiendo tu cercanía hasta estremecerme con tu calor y tu aliento en mi cuello, esos labios largamente deseados rozándome, esos besos de miel...tus brazos rodeándome con dulzura, tus manos acariciándome, al principio dulcemente luego con más deseo, tembloroso ...siento nacer un volcán dentro de mí, cierro los ojos, el deseo no me deja casi respirar, nuestros cuerpos se aceleran, y hambrientos nos arrojamos a nuestro lecho de amor y de locura en una vorágine de besos, abrazos, jadeos, roces y urgencias. Mis manos poderosas te agarran con fruición, siento que sólo a ti te pertenezco y tú sólo a mí, mi dulce dama... tu mano izquierda rodeando mi cuello, nos hundimos en nuestras miradas...por fin, fundidos hasta el éxtasis, camino al cielo...

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