Venganza

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Al grito de guerra despertaron los guerreros, uno a uno desenvainaron sus espadas y entre relinchos de caballos y jadeos humanos cargaron contra el enemigo.
Sabía que había sido enviado allí a morir por lo que no cabía lugar para la esperanza, pero se llevaría con él tantos hombres como pudiera a la tumba.Cuando la noche fría y oscura cayó sobre él no quedaban más que cadáveres a sus pies.Sus rodillas se doblaron rendidas bajo el peso del cansancio y las heridas. Metió la espada ensangrentada en la tierra y se dejó caer, jadeante. Tumbado de espaldas sobre el frío suelo solo podía sentir la calidez de la sangre.No podía morir, aun no había alcanzado su venganza.Una sombra lo cubrió. Un rostro fantasmal que él sabía que era imposible que estuviera presente, sus ojos le fallaban, seguramente debido a la falta de sangre.Esa presencia se acurruco a su lado y con sus dedos suavemente bajo la armadura, sintió como desataba cada pieza de la misma, con dedos expertos.Sin ese peso sobre el pecho, pude respirar mejor y advertir que igualmente había sido liberado de mis perneras, al sentir escalofríos sobre mis vergüenzas masculinas.Pensé que iba a morir y al minuto estaba empalmado como un adolescente, porque sentía unas manos manipularme maestramente.Las manos se convirtieron en una boca cálida de lengua de terciopelo y un escalofrió me recorrió el cuerpo al tiempo que cerraba los ojos, dolió en cada corte que tenía en mi cuerpo.

Sentada sobre mí recibiste por tu propio peso el grueso y largo de mi sexo dentro de tu cuerpo.

Húmeda y lubricada me recibiste para en ritmo creciente iniciar los movimientos que me llevarían a la locura.

Tus gemidos me hacían querer levantarme de entre los muertos, levantarte entre mis brazos, poner tu espalda contra un árbol y llenarte de mi semilla...

Pensar en llenarte me llevo a correrme sin remedio, sentir como mi semen recorría mi verga desde su cabeza a su nacimiento, escurriendo sin remedio, perdiendo su finalidad...

Hizo que gritara al cielo una maldición mientras que lloraba, nunca más te llenaría, ya no pertenecías en este mundo...

Horas después al despertar el día, pude incorporarme, ileso, como siempre que mi amante fantasmal acudía a poseerme tras una batalla.

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