Capítulo 41. Sentimientos encontrados.

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Llegué a mi oficina, cansada y agujetas de estar pegándome con los mongolos que viven conmigo.

Sentía los nervios recorrerme el cuerpo. Me acerco cada vez más y más a mi despacho y cuando lo abro. Sus cosas no están. Ni los papeles, ni los libros, ni siquiera su ordenador de mesa.

Me marché al baño a refrescarme la cara después de darme cuenta de que la había cagado pero bien.

Busqué oficina por oficina intentando encontrarla para explicarle la situación aunque no le deba explicaciones.

Decidí dejar de buscar y estaba yéndome a mi oficina cuando me la encontré con los ojos hinchados, rojos y con ojeras notables.

Ahí si me preocupé.

-Angela. Yo...no se que decir.

-Que vas a saber decir si eres una puta.

Le di una bofetada porque ella no tenía ningún derecho a llamarme así.

Después de eso me hice insignificante ya que me sentí mal por tratarla así pero es que lo repito de nuevo: ¡no somos nada!

-¿Que mierda te pasa?

-No. ¿Que mierda te pasa a ti?

Entonces se me lanza a besarme, incluso noto su ira ya que me muerde el labio y se va corriendo llorando.

Yo me quedo petrificada porque no esperaba que hiciera eso después de lo que ha pasado.

Pero resulta ser que yo sentí algo más. Sentía los mismo que en el pasado. No quise darle importancia y la seguí porque quiero resolver dudas.

Me la encontré llorando en un banquillo con sus manos tapándose la cara.

Con fuerza se las quité para que me mirara.

-¡Angela, mírame!

No quería mirarme.

-Me das tanto asco después de lo que presencié.

-No es asunto tuyo. ¿Además tu ahora dónde estas?

-Ascendida, pero de otras formas.

Yo no tenía ni ganas ni fuerza para discutir así que me marché a mi despacho ya que hoy tocaba revisión de papeles y así poder dejar mi mente en blanco.

***

Han pasado cuatro días y las pocas veces que me he encontrado con Angela ha girado la cara sin verme.

Juré para mis adentros que si me la volvía a encontrar si que le hablaba.

Y como no mi subconsciente hacía todo realidad, tal y que me la encontré de frente. Aun se le notaban las extensas ojeras y los ojos decaídos.

La cogí de la mano para llevarla a algún sitio. Lo que me extrañó fue que se dejara llevar.

Justo cuando llegamos su mirada me fundió por el asco en sus ojos que se notaban.

-Ahora cuéntame porque te afecta esto así.

Parecía que iba a decir algo pero se arrepintió y le di un suave empujón al hombro.

-¿Que por qué? Porque aún sigo enamorada de ti y tu no te das cuenta. Eres tan capaz de verte solo a ti misma que te cuesta darte cuenta de a quién tienes al alrededor. Que si cuando te vi por primera vez casi se me sale el pecho del sitio que mi única aspiración en la vida era volver al trabajo para verte. Y si no te diste cuenta de eso es porque estas más ciega que el chico de los cupones.

Me solté a reír porque no podía aguantármelo. O sea, a ver, no a reír de burla si nos de que lo soltó tan deprisa que no se dio cuenta de que sus manos cogieron las mías y sus labios estaban a escasos centímetros de los míos.

Y la besé. Y besarla era lo mejor que se me daba. Que se nos daba.

Profundas Verdades (2/2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora