Duff analizó su reflejo por última vez antes de decidir que saldría con esa ropa a la calle. Una camiseta de manga larga negra bastante abrigada con su chaqueta de los New York Yankees azul oscuro y mangas blancas, casi amarillas del uso que le daba. Sus jeans celestes estaban desgastados, con pequeñas manchas de la grasa que soltaba la cadena de su bicicleta, agujeros en las rodillas que él mismo había hecho para que se vieran más "cool". Se sentó en al borde de su cama destendida para atar sus Converse negras de cordones blancos (más bien negros también).
—Qué guapo, Duff. —halagó como por décima vez en la mañana a su imágen. Antes de salir del cuarto, tomó su gorra roja colgada en el final superior de una de las patas de madera del espejo. Se la colocó, dejando que su descuidado cabello rubio que estaba un poco por debajo de sus orejas callera libremente.
Apagó la luz y corrió escaleras abajo, pasando por su padre como una ráfaga de viento.
—¿A dónde vas? —preguntó el hombre, tomándolo del cuello de la chaqueta.
—A jugar, papá. —respondió. Mentira, iría a confesarsele su amor al niño de ojos azules que se había sumado a su círculo de amigos hacia unos meses.
—Está bien.
Su madre regresó del jardín, llevaba con ella unas tijeras para flores y estaba algo sudada. —Subete esa chaqueta, hace frío afuera. —le reprochó. El adolescente hizo caso y subió su cierre hasta la mitad. —Diviértete y no vuelvas tarde. —besó su cabeza antes de irse.
—Toma dos dólares. Comprate algunos dulces si quieres.
—¡Escuché eso! —gritó la mujer desde el cuarto de lavandería.
—Shh. —hizo una seña su padre y el muchacho le dio un abrazo para reanudar su acelerado paso hasta la entrada.
La bicicleta reposaba el jardín delantero sobre el césped. La levanto por los manubrios y la condujo hasta la acera. No perdió tiempo en montarla y pedalear hasta la plaza donde siempre se veía con sus amigos. El joven Mckagan se detuvo unos instantes en una tienda de su vecindario a comprar algunos de sus chicles favoritos, aquellos redondos de colores brillantes llenos de un ácido caramelo derretido. No pasó mucho tiempo ahí, regresando a la acera hasta la plaza.
Se bajó de su vehículo y desde su lugar pudo ver al chico en el que tanto pensaba últimamente sentado en una banca de madera. Estaba solo jugando con una pequeña consola individual de bolsillo. Duff lo pensó algunos momentos y arrancó un par de flores de un cantero; acto seguido las dejo dentro del canasto de su bicicleta.
—Hey, Stev. —saludó apenas llegó hasta él.
El nombrado se sobresaltó, levantando la vista de su juego para ver quién era su compañero. —Hola. —le sonrió dulcemente cuando se percató que era uno de sus amigos. Movio de su rostro un mechón de alborotado cabello claro, dejandolo detrás de su oreja.
El rubio observó a su amigo. Este llevaba unos jeans negros y calzado blanco, no podía ver su camiseta pues llevaba una chaqueta de jean con mangas de buzo mostaza que le cubrian muy bien, pero suponía que usaba una sudadera azul debajo porque lograba ver el cuello junto con la capucha sobresaliendo de su abrigo.
—Y... ¿No te vas a sentar? —guardó la pequeña consola dentro de su chaqueta.
—¿Y si mejor caminamos? Hace frío para estar quietos. —movió el manubrio, señalando lejos de ellos por un camino de concreto.
El menor se levantó y fue a su lado, mostrando su expresión alegre como siempre. Con catorce años contaba él y quince había cumplido Duff hacia unos días.
—¿Quieres un chicle? —preguntó mientras sacaba la tableta de su bolsillo.
—Por supuesto. Muchas gracias. —tomó uno rosa, de fresa, y lo llevó a su boca. Rápidamente hizo un globo que estalló entre sus labios, el mayor rio por la expresión de sorpresa en su rostro, logrando que Steven riera también.
Comenzaron a caminar en busca de algo para hacer, tal vez esperaban toparse con alguno de sus amigos. Al instante, Steven comenzó a charlar de su vida y las cosas que hacía. Lo bien que le iba en sus clases de natación y sus pésimas notas en álgebra. Parloteaba sobre lo alto que era Duff para un chico de su edad, pero estaba bien, porque su médico le había dicho que aún crecería un poco más antes de llegar a su estatura definitiva. También acerca del comercial de cereales con malvaviscos que traía una figura de acción dentro y había visto en la televisión esa mañana antes de ir a la escuela, su abuelita le había dicho que le compraría una caja si aprobaba todas las materias del trimestre.
No importaba si no se callaba, el otro jamás se cansaría de oir su alegre voz de adolescente sin problemas más allá de la zarigüeya que había visto entre los contenedores de basura de sus vecinos algunas horas atrás.
Duff creía que lo mejor era que siguiera hablando mientras él buscaba alguna forma de dejar salir sus sentimientos hacia él. Se abofeteo mentalmente, ese no era el hombre que había criado su padre. No, señor; él no necesitaban reunir valor, ya lo tenía incorporado desde el día que vio la luz por primera vez.
—Stev. —llamó cuando sintió que ya era suficiente. —Tengo algo para decirte.
—Ah, ¿Y qué es?
—Traje estas para ti. —le comentó mientras buscaba las flores que no tenía ni idea de que tipo eran.
—Son muy bonitas, gracias. No me gusta mucho la jardinería, pero a mí prima sí. Quizá ella las quiera plantar en su patio. ¿Te las dio tu mamá? —le sonrió mostrándose realmente agradecido. Un pequeño rubor se hizo notar en las mejillas del otro.
—¿Puedo decirte algo?
—¡Claro! Dime lo que sea. ¿Es un secreto? ¡Prometo guardarlo muy bien!
—¡Me gustas, Steven!. —gritó, cerrando sus ojos y agarrando con fuerza el manubrio de su bicicleta por los nervios. Sentía sus mejillas arder en vergüenza.
Los dos se quedaron en silencio por unos instantes. —Eso es... un secreto muy fuerte. —pudo decir. El mayor abrió uno de sus ojos despacio antes de hacerlo con el otro también.
—¿No...? —trató de hablar. —¿No estás enojado conmigo?
—¿Por qué debería estarlo? Eres lindo y me trajiste flores. Eso es muy bonito.
—Así que, ¿Quieres que, no sé, intentemos algo? —sugirió. —Ya sabes, salir los sábados o pasear juntos a nuestros perros. Esas cosas cursi que quiero hacer contigo.
—¿Y darnos besitos? —preguntó ilusionado. El otro asintió rápidamente y Steven se acercó a él para besar su colorada mejilla. —¿Y nos tomaríamos las mano?
Casi que enseguida McKagan entrelazó los dedos de una de sus manos mientras con la otra aún sostenía su manubrio. —¿Somos novios? —cuestionó el rubio.
—Sólo si tú quieres.
—Sí quiero.
—Entonces sí lo somos. —le sonrió y meció un poco su mano para sentir el agarré del otro.
—¿Quieres ir por una malteada el sábado? Papá me dio dinero.
—Mi abuelita también, así que vayamos. Pasaré a las tres por tu casa. ¿Está bien?
—Está perfecto.
—¡Ah, mira! Allá está Izzy. —le soltó la mano y corrió hasta el delgado niño pelinegro que se apoyaba en un árbol a esperar a su amigos.
Duff estaba perfectamente conciente de que sonreía como un estúpido mientras cambiaba hacia ellos; pero la alegría en los ojos claros de ese chico no era algo que pudiera ignorar. Además, ahora era oficialmente un adolescente enamorado, no podía no comportarse como un idiota. Cómo sea, sólo quería pasar muchas tardes con él.
ESTÁS LEYENDO
One-shots; Guns n Roses
FanfictionRecopilación de one-shots y drabbles con parejas conformadas entre los integrantes de Guns n Roses. ☞ No pretendo burlarme de ninguna de las personas, vivas o fallecidas, que son nombrados en este libro (Aunque los Guns están todos con vida, al meno...