You can't put your arms around a memory ~ Duff x Slash

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El Sol salía con poca fuerza, el invierno estaba comenzando nuevamente. Los gritos de su esposo cesaron y fue ahí que Michael dejó de caminar ansioso en el gran pasillo de la vieja casa. Esperaba a que alguien dijera algo, alguien que fuera a su encuentro, y entonces pudo escuchar el fuerte llanto de un bebé. Quiso entrar al cuarto pero fue paciente y esperó a la partera. Rasco sus cabellos rubios algo largos por los nervios, sintiendo sus manos temblar un poco.

La puerta del cuarto se abrió y una anciana de uniforme planchado y cabello recogido comino hasta él, con sus guantes blancos llenos de la sangre que indicaban que había acabado con su trabajo luego de más de doce horas si se contaba desde el momento en el que su esposo había roto su aguas.

—Enhorabuena, tuvo un varón —dijo la mujer, quitándose sus guantes. —. Puedes pasar. —el hombre asintió, ¿Cuánto tiempo había esperado oir aquellas palabras?.

Corrio hacia la puerta ilusionado, abriéndola para encontrarse a su esposo suspirando en la cama. Con sus piernas abiertas y separadas apoyadas en unas tétricas superficies de hierro. A su lado había una enfermera que lo ayudo a acomodarse mejor en la cama, dejandolo bajar las piernas. Ella retiro el gran cuenco lleno de sangre en el piso y fue vaciarlo a otro cuarto, dejándolos solos.

Se acercó a su pareja, viendo como entre sus brazos un bulto envuelto entre sábanas se mantenía quieto.

—Mi amor —dijo. Saul levantó la cabeza,  estaba muy sudado y sus rizos negros despeinado, las ojeras bajo sus ojos eran muy notorias. Le sonreía, se encontraba destruido pero seguía sonriendo.

—Mira... —habló. Su voz estaba desgastada y ronca de tanto gritar. —Es nuestro hijo.

El rubio sonrió, sus ojos brillaban de alegría. Despacio colocó sus manos en el pequeño cuerpo que se movía muy lentamente. No le importaba que las mantas estuvieran bañadas en sangre, lo tomó entre sus brazos de todas formas. Observó con detenimiento su hermoso rostro, con sus facciones tan pequeñas y tiernas que le derretían el corazón. La luz de la nueva mañana le alumbraba la cara a él y su niño, sonrió aliviado y tranquilo al verlo tan calmado.

Cerró sus ojos, pensando en todos los juegos que le enseñaría y todas las tardes que compartiría con él; mañanas no, trabaja en la empresa. Lo mecio despacio entre sus brazos, sintiendo el calor de los rayos del Sol que iluminaban la pequeña cara del bebé.

Cuando volvió a abrir sus párpados, tenía frío y los brazos vacíos. ¿Adónde se había ido el Sol? Tan lejos que ya no podía verlo.

Restregó sus ojos cansados, tratando de recuperar la compostura y acabar la carta a un muy cercano primo suyo. Bajó su vista, estaba temblando.

19 de enero de 1903.

Amigo mío;
Hoy se ha apagado la luz de mi vida.

Leyó en voz baja que, aunque era la suya, se escuchó distante. Comenzó a sollozar amargamente otra vez.

Timothy era un niño bueno, de esos a los que uno no entiende porque le pasan cosas malas y nadie de su al rededor podía explicarse por qué había terminado así. Apenas tenía siete años, poco más de un lustro. Él era feliz. Amaba comer los dulces que mamá cocinaba, sobre todo las galletas de chocolate. No tenía problemas en la escuela; quizá no era el mejor alumno, pero nunca había peleado con sus compañeros ni le había respondido a sus maestros. Todas las tardes, a las cuatro en punto, salía al encuentro de sus amigos del barrio con una bolsa de canicas y tazos en la mano. Se llevaba bien con su niñera, la señora Emily siempre decía que él era una criatura pura. Tenía muchos otros niños con quién compartir: los del colegio, los de las casas contiguas y los del club en dónde jugaba al fútbol.

No tenía sentido que el disparo hubiese sido intencional si todos lo describían como dulce, amable, simpático; un chiquillo común.

McKagan lloró más fuerte al recordar cómo a esa hora, las diez y media, su esposo y él iban a la habitación del muchachito para besar sus mejillas y desearle las buenas noches.

Limpió las lágrimas de sus ojos, poniéndose de pie mientras se tambaleaba. Hizo un gran esfuerzo por salir de su oficina y caminar hasta el cuarto que compartía con Saul. Su pobre amor estaba desplomado sobre la cama, exigiéndole por mil y una vez una respuesta al cielo. ¿Por qué? ¿Acaso era un castigo divino? ¿Pero por qué si ellos se amaban más de lo que las palabras podían expresar y se habían ocupado siempre de su hijo?.

Sencillamente, su pequeño Timothy había estado en el lugar equivocado en el momento erróneo. Pobrecito, él sólo quería cazar mariposas con sus primos en el bosque cerca de casa y no fue lo suficientemente rápido cuando los disparos de los cazadores comenzaron a escucharse.

"Tropezó." había dicho uno de los niños mientras abrazaba a su madre con temor.

"L-Lo perdimos de vista." tartamudeo otro, aún tiritando de los nervios.

Cuando dijeron eso, todos los adultos tenía la esperanza de encontrar al niño. Malherido o desorientado, pero con vida. Eso no había sido así, su cabeza estaba casi destrozada.

"Fue un arma de alto calibre." explicó uno de los tantos hombres que habían acompañado a Michael al descampado.

"De ser así, no sufrió nada." trató de consolar otro. "Fue sobre su frente, no hay forma de que lo haya sentido."

Aquellas memorias estaban frescas, a flor de piel. Habían pasado hace algunas horas solamente sin embargo, se sentían ya distantes, como si hubiera envejecido a años luz de golpe.

—¿Por qué, Michael, por qué? —preguntó entre gritos de agonía el chico, revolviendose de un lado a otro en la cama. Sus rizos negros estaban inflados y su pijama empapado en lágrimas.

—Yo... yo- —quiso responder. —No lo sé.

Se recostó a un lado de su pareja, dejándose abrazar mientras ambos lloraban juntos. Siempre en el medio estaba Timothy.

"Te amo, papá." decía y besaba su mejilla. "Te amo, mamá." aseguraba luego, dando un beso un poco más largo sobre la mejilla de su madre.

Deseaba tanto poder poner sus brazos al rededor del pequeño una vez más. Poder sentir su calor, oir su voz, escucharlo reir y también llorar. Era mágico. Él había llegado para iluminar sus vidas, era el niño que habían buscado por mucho tiempo; de pronto y sin previo aviso, los había dejado a oscuras, sin velas ni lámparas para iluminar el largo camino que aún les faltaba recorrer.

Abrazó con fuerza a su hombre, imaginando que entre ambos cuerpos permanencia el chiquillo riendo y repitiendo una y otra vez que los amaba. Él también lo amaba, se lo recordaba siempre. Cerró sus ojos, soñando y deseando un último encuentro con su muchacho.

Pero, muy a su triste pesar, uno no puede poner sus brazos al rededor de un recuerdo.

One-shots; Guns n Roses Donde viven las historias. Descúbrelo ahora