V e i n t i c u a t r o

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24. Te sorprenderías.

Zopenco: tonto y abrutado.

Abro la puerta de mi habitación de forma definitiva, manteniendo aún así mi cuerpo dentro de esta. Ahora, las voces son más claras, por lo que doy un minúsculo paso para así integrarme en el pasillo. Tengo que avanzar algunos más hasta llegar a la barandilla de la escalera, desde donde soy capaz de distinguir la voz de mi madre. Frunzo el ceño cuando la voz de Elio se deja conocer, obligándome a llegar hasta el inicio de la escalera, agachándome en el primer escalón.

Sin dejar ver mi cuerpo me dispongo a escuchar mejor, algo confundida cuando mi madre se parece alterar.

―No seas imbécil, Elio. ―insiste ella―. Esto que estáis pasando es solo una mala racha, todas las parejas pasan por ellas.

El nombrado bufa con fuerza, haciendo un sonido que parece de haberse puesto en pie con algo de fuerza.

Me frustra no poder asomar la cabeza para ver mejor.

―Mamá, te lo he dicho ya diez veces, ¿cuántas más necesitas? Maya no quiere saber nada de mí desde hace semanas, déjalo ya.

―Hace una semana estuvimos cenando y parecía que...

―Estábamos aparentando para no preocuparos, pero ya ha ido muy lejos ―la interrumpe, sonando algo hastiado.

―¿Sabes? Me preocupa que te lo estes tomando tan a la ligera. Es como si no te importase nada esa chica cuando, te recuerdo, querías casarte con ella.

Una risa vacía procede de él. Yo decido apoyar ambas manos en el escalón, subiendo mi cuerpo al piso superior, asomando un poco mi cabeza. Es una lucha de mis brazos para mantener el equilibrio mientras intento observarles mejor.

―Vosotros queríais que me casase con ella.

La cara de mi madre, por lo que alcanzo a ver, se desfigura un poco ante el ataque de su queridísimo primogénito.

―¿Nos estás acusando? ¡Eres mayorcito para decidir qué hacer con tu vida, tu padre y yo solo te ayudamos a encontrar lo que es mejor para ti, no te obligamos a nada!

―Oh, sí, venga. Empieza con el monologo hipócrita y barato, vamos ―insta, poniendo sus brazos en jarras, haciéndole cara―. Total, eso se te da muy bien.

Aprieto un poco los ojos, haciendo algo más de fuerza para no abandonar esta incomoda postura de espía. Justo ahora que todo se está poniendo interesante.

―¿Qué insinúas, Elio?

―No insinúo nada. De hecho, te he dicho que se te dan muy bien esos discursos, total, es lo que llevas haciéndole a Bloom durante un año.

Me agarro de uno de los barrotes que cubre la pared del piso superior, haciendo una fuerza inhumana para lograr devolverme a mi posición inicial. Los brazos me arden cuando me siento en el inicio de las escaleras, aunque esa sensación es opaca para mi sistema, que solo piensa en las palabras de Elio.

―Deja de decir tonterías porque tú sabes que...

―No, tú sabes qué pasó de verdad. Tú eres la que...

De repente, ella le corta a él con un golpe sordo. Asumo que ha sido un bofetón, pero soy incapaz de volver a asomarme. Solo me quedo ahí sentada, con la mirada posada al frente, contra la pared del otro extremo de la casa, en las tinieblas del amanecer.

―Cállate. ―exige, con la voz algo rota―. No me juzgues a mí como si tú lo hubieses hecho mejor, porque te recuerdo que es tu hermana también... y le has hecho lo mismo que todos los demás.

Resiliencia Sempiterna | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora