t r e s

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Bonhomia: afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento.

3. Mentir ¿yo?

Ese domingo estuve todo el día encerrada en mi habitación. No salí para comer, ni para desayunar, ni para cenar; ellos tampoco se preocuparon en preguntar.

Fue un detalle considerado que no bloqueasen el WIFI.

El lunes todo se echa sobre mí, desde que salgo de casa hasta que llego a la entrada del instituto. Estaba segura que en cuanto cruzase sus puertas, definitivamente sería aplastada.

Huir no era una opción ahora mismo, pues ya todos sabían que hacer en este momento. El conserje sale hasta la entrada, mirándome fijamente. Yo, por mí parte, avanzo hacia él ―evitando a toda costa chocar con alguien― hasta que llego a la entrada. Él se hace a un lado y yo asiento en agradecimiento, entrando dentro del infierno.

Siento miradas pero trato de evadirlas dirigiéndome a paso rápido hasta mi taquilla. Saco el libro de historia y lo meto en mi mochila, tomando el resto de cosas necesarias y también cojo el pequeño bote de pastillas, aferrándome a el como si fuese mi ultimo aliento.

Una vez en clase puedo disfrutar de una pequeña tranquilidad. La profesora habla, explica y yo sólo miro al frente, pues ni de lejos me sentaba al fondo. Yo disfrutaba sacar buenas notas ―al menos antes lo hacía― pero aun así seguía sentada en primera fila. Un motivo era mantener mi concentración, el segundo era que así no podían hacerme nada.

La clase que precede es arte, seguida de un descanso de diez minutos en el que me quedo en la biblioteca del instituto. En cada descanso permanecía escondida, cosa que me había funcionado hasta ahora. Cuando llega la hora del almuerzo salgo al campo, vacío, pues todos estaban comiendo. Me siento en las gradas, con mis manos dentro de mis bolsillos y mi rostro siendo golpeado por el sol.

Estaba calmada. No había nadie en ese momento, y si alguien aparecía, huiría.

―Cordelia.

Abro los ojos que había tenido cerrados y miro hacia mi derecha, con el corazón latiendo con fuerza. Augustus, el orientador, estaba parado a unos metros de mí. Vestía su peculiar camisa, sin corbata, con pantalones y chaqueta combinados. Hago el amago de levantarme pero me frena con un movimiento de mano.

―Tranquila, sólo quiero hablar ―trago saliva―. No tienes permitido estar aquí, lo siento. Es una decisión que hemos tomado con la junta, no podemos dejar que estés en un lugar tan... abierto. ―frunzo el ceño y él exhala―. Llevas huyendo de cada sesión desde hace más de un mes y medio... por favor, quiero que me acompañes dentro.

Ojeo el reloj en mi móvil, aún quedaban diez minutos hasta la siguiente clase.

―No tienes que entrar en la cafetería si no quieres, pero debes estar dentro ―le miro reticente, poniéndome en pie, guardando la distancia―. Te dejaré ir primero. 

Él respeta nuestra distancia, quedando a unos cinco metros de mí mientras entramos. Caminamos en silencio y cuando, obligatoriamente, cruzamos su despacho, él me llama.

―Recuerda que tenemos sesión a las 16:00 ―no digo nada―. Las salidas estarán vigiladas, y que conste que no quiero que esto resulte forz... obligatorio para ti, pero no sé cómo hacerte entender que es necesario.

Asiento y vuelvo a caminar. Me muerdo el labio inferior con fuerza y comienzo a correr en dirección al baño. Subo las escaleras correspondientes y entro en el servicio femenino. Ahogo un sollozo hasta que compruebo que está vacío, entrando en uno de los cubículos y cerrando con cerrojo. Me dejo llorar todo lo que el cuerpo me pide y yo le permito.

Resiliencia Sempiterna | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora