2. Estas viva.
Chunchurría: persona o cosa despreciable y ruín.
Despierto sobresaltada, para variar.
Casi forma inmediata me tallo los ojos, sintiendo como las manos se me humedecían debido a las lágrimas. Algo completamente normal en mí. Rara era la vez que, tras un sueño pasado por angustiosas pesadillas o simple malestar, no despertaba con algunas lágrimas saltadas.
Me pongo en pie y toco la moqueta con los pies descalzos, acostumbrándome al tacto al momento.
Con total monotonía camino hacia la ventana. Hinco una rodilla sobre el asiento bajo esta y giro la manilla, permitiendo así que la brisa mañanera impacte de lleno contra mi cara, contrastando con el calor que mi cara sentía.
Tomo unos minutos para observar el bosque que queda tras la valla de mi jardín, aunque seguía poseyendo una valla metálica al otro lado. La mayoría de las casas del pueblo lo tenían así, doblemente protegido por si algo ocurría. Por si algún animal atacaba, o quién sabe. Diecisiete años después, seguía sin saber a qué temían exactamente. En respuesta a mis pensamientos alargo un suspiro y sigo con la mirada a un pájaro revoloteando por las copas de los árboles, deseando poder ser él en este ―y en cada uno― de los instantes.
Salgo de mi habitación poniéndome una sudadera sobre el pijama una vez que he ido al baño, pero me quedo parada en el inicio de las escaleras, sin llegar a bajar ni un escalón. Necesito agarrarme a la barandilla de la escalera con algo de fuerza, como si eso me transmitiese algún tipo de seguridad.
Llego al último escalón y giro aferrada aún a la escalera, quedando frente a mi hermano. Un chico esbelto, de piel pálida, ojos marrones y cabello oscuro.
Doy un salto hacia atrás, creando espacio entre nosotros.
Él me ignora y sube las escaleras, por lo que yo avanzo en mi camino hacia la cocina.
―Cordelia, ¿tienes algo que decirme? ―quien se hace llamar mi madre acababa de darle la espalda a la cafetera, deparando toda su atención en mí.
―Sí, que no me llames así.
―¿Por tu nombre, quieres decir?
Su mirada me escudriña, siguiendo todos mis movimientos. Desde que tomo una taza hasta que cojo el azucarero.
―Mi segundo nombre, mamá, es mi segundo nombre ―avanzo hacia ella y se mueve, dejándome paso para servirme café―. Si me pusiste un primer nombre fue por algo, ¿no?
―He dicho que si tienes algo que decirme, no que rebatas mis decisiones como madre ―oh, ojalá pudiese hacerlo.
―¿No? ―finjo pensar mientras remuevo el café―. No, definitivamente.
Ella suspira y golpea con el trapo la mesa frente a mí.
―Entonces, ¿no quieres hablar sobre cómo te escapaste ayer cuando tenías cita con el orientador?
―¿Era ayer? Mierda, prometo ir el lunes sin falta alguna.
El siguiente golpe que da sobre la mesa me sobresalta un poco, pero finjo mantenerme. La examino por un momento. Sus ojos destilan veneno hacía mí, pero no la culpaba, tampoco. en ocasiones, ni siquiera yo me soportaba a mí misma. Desvío la atención a varios y lacios mechones de su pelo, los cuales escapan del moño bajo que lleva, quedando frente a su rostro, acompañando su color caramelo con el carmesí que comenzaba a teñir el rostro de Cassiopea Shirley.
―Estoy cansada de ti y de tu actitud durante este último año ―su voz trata de sonar relajada, pero eso no mejora nada. La miro con ojos duros tras sus palabras―. Ya está superado, tú misma lo dices.
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Resiliencia Sempiterna | COMPLETA
Science FictionUna vez, una chica solía brillar por sí misma. Alegraba a cualquiera con su voz o con una mirada. Ahora, esa luz se vio apagada porque quienes eran sus amigos decidieron que fuese así. Al otro lado del pueblo, en el bosque, habitaba toda clase de cr...