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Ichi-go, ichi-e: un encuentro que solo ocurre una vez en la vida, recordando atesorar cada momento porque puede que nunca vuelva a ocurrir.

8. Guarda el secreto.

Abro los ojos de golpe, forzándome a mí misma a quedar sentada. A mi alrededor está el inicio del bosque, y frente a mí, la valla que da a mi casa.

Trago saliva y observo a mí alrededor, quedando en pie mientras busco cualquier rastro de esos dos, pero todo está tranquilo. ¿Ellos me habían traído hasta mi casa? ¿O lo había imaginado todo?

La noche ha caído ya y yo no había logrado llegar hasta ninguna parte, sólo a mí casa.

Rodeo la casa y llego a la puerta principal, girando el pomo y agradeciendo que estuviese abierta. Accedo a ella y cierro, subiendo las escaleras y entrando en mi habitación. Me llevo las manos a la cara y las arrastro hasta que llevan varios mechones sueltos hacia atrás. La vista se me carga y siento la necesidad de ducharme, de gritar, de llorar, de maldecir y de saltar por la ventana. ¿En qué se había convertido mi vida? ¿No tenía suficiente con este trauma que tenía, además, que conocer a dos... lobos? ¡Eran hombres lobo!

Me volteo sobresaltada cuando la puerta de mi habitación se abre, sin ningún aviso, dejándome ver a mi madre. Luce desquiciada, con la cara levemente roja, el pelo desordenado y los ojos irradiando furia. Sin ningún tipo de advertencia se dirige hacia mí, estampando su mano contra mi mejilla con toda la fuerza que puede.

Se me voltea por completo el rostro. Dejo escapar un gritito, llevándome una mano a la mejilla izquierda, sintiendo ardor en toda ella.

―¿Quién... te crees...? ―se autocontrola con cada palabra que deja escapar―. Desapareces del instituto después de dar un cabezazo... ¡al hijo del sheriff! ―su mano se extiende hacia mí, tomándome del pelo.

―¡Me estaba defendiendo! ¡Él me estaba persiguiendo!

―¡Estás loca! ―grita. Tira más fuerte y yo llevo mis manos hasta la suya―. ¡Mírate, estas sucia! ¿De dónde mierda vienes? ¡Habla, enferma!

Las lágrimas comienzan a salir de mis ojos y me contengo, no queriendo empujarla, no quería hincar mis uñas en sus manos, no podía hacer eso contra mi madre.

―¡Que hables! ―me zarandea y libera mi cabello, empujándome hasta que caigo al suelo.

―¡El profesor de biología esta de testigo, él me perseguía desde la biblioteca! ―exclamo―. ¡Me acorraló en la biblioteca y yo hui, pero me alcanzó en la puerta del gimnasio! ―¿por qué volvía a decir la verdad?―. ¡Tenía miedo!

Ella se queda en silencio, con su pecho subiendo y bajando con descontrol. ¿Se estaba arrepintiendo?

―¡Habla con el profesor Gordon! ―vuelvo a gritar.

Ella cierra los ojos y se lleva una mano a la cabeza, suspirando y moviéndose de su posición. Yo sollozo sin poder evitarlo, llevándome una mano a la zona de la que ella había tirado antes.

―Hablaré con él ―yo no digo nada―. ¿Y si Walter sólo quería hablar contigo? ¡Tienes que dejar de huir! ―niego―. Cordelia, tienes que entender que nadie te atacó esa noche.

Yo vuelvo a negar. Las lágrimas salen sin control y retrocedo hasta quedar contra la pared bajo la ventana, abrazando mis piernas y escondiendo mi cabeza en mis rodillas. La escucho moverse por la habitación, respirar más fuerte de lo usual y murmurar cosas, pero la ignoro.

―Aquella noche bebiste demasiado, y ya tuvimos bastantes problemas como para que te vayas a pasar tu vida recordándolo ―suspira―. Si quieres... hundirte en depresión, puedes hacerlo, pero deja en paz al resto. Todo lo que hagas nos afectará a los demás, y si no quieres aceptar que aquella noche imaginaste cosas, bien, pero deja ya todo esto.

Resiliencia Sempiterna | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora