Epílogo

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Resiliencia sempiterna:  capacidad de adaptación a algo positivo tras algo negativo, porque lo bueno, una vez encontrado, ya no se acabará.

8 años más tarde

Estiro y hago crujir de una vez los dedos que restan en mi mano derecha, sintiendo la liberación que eso supone.

Me miro por última vez en el espejo del despacho, moviendo el cuello a ambos lados, para después suspirar. Plancho con mi mano las líneas de arrugas que se han creado en mis pantalones, igualando la apariencia con la de mi blusa. Una vez que creo que está perfecta, repaso mi maquillaje y pintalabios, así como la larga y frondosa melena que me acaricia la espalda, perfectamente sujeta tras mis orejas.

Me relamo los labios y tomo mi maletín, dando varios pasos sonoros en dirección a la puerta. Una vez en el exterior me fijo en el pasillo, localizando a la mujer y a la adolescente que la acompaña, ambas sentadas en uno de los bancos. Una vez que me ven se ponen en pie, acortando la distancia entre nosotras.

―¿Y bien? ―pregunta la más joven.

Le brillan los ojos y eso me estremece por dentro, sobre todo cuando aprecio como aun está sanando su esclerótica.

―Señora Brown, Miley...―observo a su madre, para luego reparar en la joven―, esta mañana han deliberado y me han llamado como asistente y representante vuestra, como ya sabéis.

―Sí ―asiente la madre―, está todo fuera lleno de cámaras y de reporteros. Han tenido que escoltarnos para llegar.

Uf, lidiar con la prensa a la salida del trabajo, justo lo que más odio.

―El juicio oral ha finalizado y el procedimiento ha sido rápido y conciso, justo como queríamos ―continuo―, y la conclusión del jurado ha sido que Michael O'Neill es hallado culpable del ataque a Miley Grace Brown.

Los ojos de la chica de 18 años se desorbitan, mientras que su madre estalla debido a la emoción. Agita a su hija y yo doy un paso atrás cuando ella se lleva una mano a la boca, observando a su madre, quien ha dado varios saltos a pesar de ir sobre tacones. Dejo a un lado la inhumanidad que me caracteriza en mi día a día como abogada para así reír con ellas.

Mi vida estos últimos cuatro años desde que me licencié como abogada eran así. Decidí especializarme en materia de violencia sobre la mujer, en cualquiera de sus ámbitos, desde violencia de género dentro de la pareja, hasta abusos o ataques a mujeres en distintos aspectos de la vida. Disfruto mi trabajo, y aún más lo hago cuando consigo llevarlas a lo más alto y a ellos los mando directos a la pena más alta que un juez pueda otorgar. En ocasiones tengo más suerte y en otras menos, pero no he perdido ni un solo caso. Ellas no son simples números ante una abogada que solo busca fama y no perder, si no que se convierten en la imagen que reciben las que no han denunciado por miedo o vergüenza. Son la imagen de que se puede ganar. De que se vence.

De que somos nosotras y no ellos.

Salgo de mis cavilaciones cuando Miley me abraza. Al principio me sorprendo, pero no tardo en rodearla con mis brazos mientras que miro a su madre, que se seca las lagrimas con cuidado.

La señora Brown, al igual que muchas madres que habían recurrido a mí, es el ejemplo de lo que quise que Cassiopea Shirley fuese conmigo... y, aunque al principio pensé que ellas me harían no olvidar jamás lo que ella no pudo ser, lo que han logrado ha sido que recupere esa alegría que me robaron. Por cada caso que he visto, mis heridas del pasado se han ido sanando.

Yo no la tuve, pero ellas sí, y eso me ha curado a mí.

―Muchas gracias, señorita Shirley.

Arrugo el ceño y sonrío cuando se aleja de mí, con la cara completamente roja.

Resiliencia Sempiterna | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora