s e i s

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Sisu: extraordinaria determinación, coraje y resolución ante la extrema adversidad.

6. El cementerio está lleno de valientes.

La tarde que Roy vino, al final de la comida, yo llegué llorando a casa, atormentada en los recuerdos de aquella noche. Me quité el absurdo vestido y corrí al bosque, como siempre hacia. Pero, a diferencia de lo que siempre ocurría, Pax no estaba. Eso me asustó y preocupó, aumentando mi ansiedad. Recorrí el bosque más en profundidad con miedo, llena de preocupación y temor, creyendo cada vez más que mi sueño no fue solo un sueño, y que esos confusos recuerdos eran más claros de lo que yo creía.

El lunes volví a ir, pero no hubo nadie. Nancy me reprochó que al final si que la dejé con los bocadillos preparados, pero que al menos había vuelto a comprarlos.

Por el contrario, yo si que me quedé con el bocadillo del lunes; también con el del martes, miércoles, jueves, viernes y el sábado y domingo no lo compré, pues sabía que Pax no aparecería.

Y hoy, una semana después, tengo un plan.

Abro la ventana con sumo cuidado, recibiendo de golpe el frío aire que abrazaba la noche. Miro abajo, con un poco de vértigo, mientras trato de focalizarme en lo importante. Me volteo y tomo la mochila preparada, metiendo en el bolsillo pequeño una linterna y la bolsita con piedrecitas brillantes. A continuación, abro mi armario y saco la escalera plegable que he tomado prestada de la casita de jardín de mi padre, comprobando su funcionamiento. Solo tendrían darle a un pequeño seguro y la escalera se desprendería. Qué podría fallar.

Estiro mis brazos fuera de la ventana y la dejo colgada, a punto de soltar el seguro. Por favor, no hagas ruido, por favor. Son las dos de la mañana no puedes descubrirme sin siquiera haber salido de casa.

Suelto el seguro y la escalera cae por algunos ocho metros de altura, quizá más, quizá menos, aterrizando en el césped sin hacer el más mínimo ruido. Sonrío para mí misma y procedo a salir, aferrándome a la escalera como si mi vida ―que a ratos me importaba y a ratos no― dependiese de ella, que en efecto lo hacía.

Cuando llego abajo tiro de ella y, con gran esfuerzo, logro dejarla tendida sobre el césped. Lo bueno era que mi habitación daba a la parte trasera de la casa, sólo con mi ventana y con el bosque vallado frente a mí. No casas, no vecinos, no otras vistas de mi familia.

Soplo mis manos, un tanto frías, y avanzo hacia la valla de madera, trepándola con un poco de dificultad ―pues no me ofrecía las facilidades que si me ofrecían los agujeros de la metálica―, aunque termino saltando directamente al otro lado, evitando así trepar la metálica.

Aterrizo de una manera perfecta, quedando con una rodilla en el suelo y la mirada al frente, con la oscuridad del bosque amenazando con comerme. Tras tomar una respiración profunda, opto por quitarme la mochila, sacando de ella la linterna y la pequeña bolsa de tela.

Dejo una piedra justo donde me encuentro, iluminándola después con la linterna. Efectivamente, eran piedras luminiscentes, y cada vez que las alumbrase me señalarían el camino.

Miro hacia mi casa, observando la ventana vacía; después volteo, apreciando únicamente oscuridad revestida de un aspecto tenebroso. 

El cementerio esta lleno de valientes.

Emprendo el camino con mucho cuidado, dejando cada seis o siete pasos una piedra. Me sorprendo a mí misma al comprobar que me daba menos miedo que entrar al instituto, o que estar en mitad del campo haciendo deporte con el resto de mi clase, o que entrar en el baño de chicas... o que verles a la cara. Aquí, en mitad del bosque, únicamente iluminado por la luz de la linterna y sin que nadie supiese donde estaba, me sentía 'más segura'. Un lobo negro y enorme podría estar merodeándome y yo me regodeaba de sentirme más segura aquí que cuando estaba en mi propio pueblo, rodeada de la gente con la que me había criado.

Resiliencia Sempiterna | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora