02. El Terror Rosa

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Naerys tenía apenas cinco años cuando su huevo de dragón eclosionó, liberando de su interior una criatura de apariencia sublime.

Con escamas tan oscuras como las noches más vulgares en Flea Bottom y alas que se abrían para demostrar su interior con los "defectos" propios de varios dragones en ese último medio siglo, siendo estos errores genéticos una coloración distinta al del resto de su cuerpo.

Rhaegar, así le llamó a su nuevo compañero de por vida, quien demostraba aquel defecto en tonalidades ocre de una forma extraordinaria; sería una bestia majestuosa en un par de años.

Pero un dragón no fue lo único que obtuvo en esos cinco años. Dos vástagos más fueron presentados por Rhaenyra como sus hermanos. El primero, Jacaerys, se llevaba apenas un año con Naerys. Y el segundo, Lucerys, quien era tres años menor.

Ambos niños eran energéticos, el doble de lo que su hermana mayor lo fue -por no decir que jamás demostró mucho dinamismo- aunque no solo en eso se diferenciaban.

La joven Velaryon amaba a sus hermanos, jamás cuestionó absolutamente nada sobre la obvia diferencia en cuanto a las características físicas que los niños no compartían con sus padres, mucho menos con ella o sus primas, tíos y abuelos.

Pero siempre le provocó cierta curiosidad, fue entonces que las preguntas comenzaron a surgir a medida que avanzaba con la edad y su mente desatenta maduraba. Y al final captó todas las señales que durante tanto tiempo había pasado por alto.

Sin embargo jamás se permitió repetir en voz alta, ni mentalmente, la verdad sobre el origen de sus hermanos y el claro parecido con Sir Harwin Strong, comandante de la guardia real y al parecer íntimo amigo o confidente de su madre.

— ¿Puedo decirlo? —preguntó un emocionado Jacaerys, recibiendo un asentimiento por parte del adiestrador y con casi ferviente orgullo volteó a ver a sus hermanos Lucerys y Naerys, quienes observaban expectantes aquel espectáculo. A diferencia de sus tíos, Aegon y Aemond, quienes tenían una expresión más aburrida e incluso irritada.

Naerys de diez años, se encontraba en la construcción cavernosa, Dragonpit, donde adiestradores enseñaban a los jóvenes Targaryen y Velaryon a controlar a sus correspondientes dragones. Era el turno de Jacaerys con Vermax.

Una cabra había sido llevada a uno de los extremos de aquella inmensa cueva y posteriormente había sido amarrada a una pesada base de hierro, todos sabían lo que pasaría a continuación.

—¡Dracarys, Vermax! —exclamó el niño y sin preámbulos el dragón obedeció a su comando, lanzando una violenta fogarada en dirección a aquel animal.

Naerys se sobresaltó, pese a haber hecho y visto antes esa situación, jamás había sido parte de ella el goce del sufrimiento ajeno, ni siquiera cuando era necesario para aprender pero se veía obligada a cumplir. Sentía especial cariño y sensibilidad por cualquier ser. Incluso por los miriápodos disecados que su tía Helaena coleccionaba y atesoraba.

Sȳz, īlon're gaomagon syt tubī. [Bien, terminamos por hoy] —anunció el más antiguo de los adiestradores, haciendo un ligero movimiento con la cabeza para que volvieran a llevarse al dragón a su fosa una vez que terminó de devorar la carne quemada de la cabra.

Naerys había desviado la mirada hacia sus manos, solo volvió a prestar atención al entorno cuando escuchó a Aegon hablar.

—Aemond, te tenemos una sorpresa —soltó de forma melodiosa, posando una mano en la espalda del mencionado.

—¿Qué es? —respondió más desanimado que contento, pese a haberle sido informado que recibiría una sorpresa. Naerys le concedía esa falta de alegría a su falta de dragón.

Secretos de alabanza | Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora