Una semana había pasado desde aquel encuentro nocturno, una semana en la que Naerys se sintió más agotada que nunca y a la vez extrañamente tranquila, había aprovechado los breves momentos de iluminación para escribir y enviar un cuervo a su familia.
En su mensaje expresó lo mucho que extrañaba Dragonstone y a sus hermanos, de quienes esperaba una pronta visita, quiso escribir sobre su descontento dirigiéndose a Daemon que parecía ser el único quien atendía sus pocas incomodidades con las situaciones, en las que terminaba comprometida siempre por causas externas a sus propios actos.
También quiso reclamarle a su padrastro por lo errado que estuvo al pedirle que hablara si no se sentía segura sobre lo que todos acordaron para su futuro, pues desencadenó a su dragón interno que escupió cenizas de palabras y fuego hiriente hacia su madre al no ser escuchada y comprendida como esperaba. Fue todo en vano y de todos modos allí se encontraba ahora, en Kingslanding a cuatro noches de distancia del lugar al que sentía verdaderamente como un hogar.
Por un momento la tentación de escribir sobre lo despreciable que su prometido había resultado y el encuentro posterior al entrenamiento con espadas había surcado su mente, pero una vez más decidió pensar en la tranquilidad de su madre y evitarle más preocupaciones, aunque posiblemente tal información habría ayudado a persuadir a todos para cancelar ese arreglo matrimonial.
"Y divir a la familia una vez más." pensó con el estrés a flor de piel. No comprendía cómo era que siempre teminaba con las cargas de responsabilidad más pesadas sobre sus hombros.
—Princesa Naerys.
Sintió una suave voz a sus espaldas. Esa tarde nublada se encontraba bajo el árbol de hojas carmín, recogiendo las que agraciadamente caían en una danza sublime con la cálida brisa que peinaba sus cabellos hacia atrás. Casi no permanecía dentro de la fortaleza esos días, en parte su tranquilidad se debía al pensamiento de que si se encontraba en un lugar abierto, con personas para presenciar lo que fuera, Aemond no se le acercaría con más amenazas o excusas tontas para perturbar su calma.
Pero algo muy diferente eran las noches en su propia habitación, en las que podía escuchar pasos livianos detrás de su puerta aunque tal vez fuera causa de su propia paranoia. No quería lanzar acusaciones al viento, sin embargo tras las amenazas de Aemond era muy probable que su vida fuera lo suficientemente aburrida como para aprovechar sus noches en inquietar a la joven princesa, sin dejarle pegar un ojo hasta temprano en la mañana. ¿Pero cómo lucía tan fresco y descansado entonces?
El cansancio en ella se notaba por los círculos oscuros combinando con sus violáceos iris y en más de una ocasión se percató de la mirada divertida de Aemond posarse en ella, disfrutando de su agotamiento y celebrando para sus adentros cada tropiezo cuando el mundo parecía nublarse y sus párpados inusualmente pesados le hacían descender a la histeria, anhelando desaparecer o desaparecerlos a todos.
—Helaena, buenas tardes —habló Naerys poniéndose de pie para recibir apropiadamente a la delicada princesa Targaryen que venía con los dos mellizos Jaehaerys y Jaehaera. —Mis príncipes. —saludó con una reverencia a los pequeños que la admiraron tímidos y se ocultaron detrás de la falda de su madre.
—Veníamos a leer, esperamos no ser molestia —explicó la muchacha que permanecía de pie frente a Naerys.
—Por supuesto que no, es su hogar.
—Y también es el tuyo —sonrió Helaena con sutileza, empujando con fuerza casi nula a los pequeños para que se adelantaran y tomaran asiento en una de las grandes raíces del árbol que sobresalían por encima de la tierra. —¿Nos acompañarías? Aemond es quien lee para nosotros, pero no logro encontrarlo —su voz extraordinariamente ensoñadora cautivaba los oídos y pese a ser lo suficientemente suave y baja, era imposible prestar atención a algo más. —Creí que estaría aquí como de costumbre.
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Secretos de alabanza | Aemond Targaryen
FanfictionLa noche que Rhaenyra Targaryen dio a luz a su primer hija con Laenor Velaryon, los estruendos de la tormenta más fuerte que azotó Kingslanding en nueve años ahogó sus gritos. Nadie estuvo allí para recibirla pero se tenían la una a la otra y durant...