05. La mente del dragón

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Las pesadillas de Naerys sobre la noche en que la pálida y tersa piel del rostro de Aemond se abrió, cubriéndose del color escarlata de la sangre, no cesaron hasta algunas semanas después.

La misma mañana posterior a dicha situación, el rey Vicerys abandonó Driftmark junto a Alicent y sus tres hijos para regresar a la Fortaleza Roja y atender otros asuntos. Aunque se rumoreaba que la realidad de aquel regreso prematuro se debió ni más ni menos que al oprobio del comportamiento de la reina y la innecesaria pelea que creyó provocada por su hijo Aemond.

—Sangre espesa y sangre de dragón corre por las venas de cada Targaryen y Velaryon, tarde o temprano iba a mostrarse.

Fueron sus palabras exactas antes de marcharse. Simplemente no esperaba que fuera de esa forma y que terminara con su familia dividida, con las personas que más atesoraba injuriándose los unos a los otros.

Luego de aquella partida, se recibió la terrible noticia sobre la muerte de Laenor Velaryon. Tal parece ser que tras el enfrentamiento con algún infiltrado en la fortaleza, fue mutilado y posteriormente lanzado a las violentas llamas de la estufa que consumieron su cuerpo hasta volverlo una frágil silueta carbonizada.

Naerys no lloró pero tampoco profirió palabra alguna, demasiada gente estaba ahogando sus penas con gritos y lamentos. No sería de ayuda para nadie tener a alguien más demostrando debilidad. Aunque en la noche desahogó todo su dolor ante la pérdida, sobrevolando los cielos de Driftmark, aturdida por los rugidos de Rhaegar que la acompañó en su dolor.

—¡Piernas separadas, brazo relajado! —exclamó Daemon, golpeando suavemente la cadera de Naerys con la espada de madera. —Mira a tu hermano, crāt bona pòs [copia esa posición] —señaló a Jacaerys, quien con orgullo la observó como si fuera a escupirle en la cara.

Siete años habían pasado ya desde la situación en Driftmark. Y no mucho tiempo luego de dichos sucesos desafortunados Rhaenyra, sus hijos y Daemon se embarcaron hacia Dragonstone, hogar del heredero, seguidos por sus dragones. Lugar donde extrañamente reinaba la calma o a lo mejor así se sentía tras los agitados días anteriores. 

Baela y Rhaena permanecieron en Driftmark, bajo la tutela de Rhaenys, quien dolida por la muerte de su hijo Laenor lanzó acusaciones que era mejor olvidar antes que anunciar y arriesgarse a que perdiera la cabeza por atacar a la princesa heredera o se generaran aún más rumores al respecto sobre la extraña muerte de sir Laenor Velaryon. 

Aunque de cierto modo tuviera la razón.

Una vez en Dragonstone la sangre y el fuego fueron protagonistas de la celebración ancestral que unió a Rhaenyra con Daemon en matrimonio el primer día allí. Naerys, Jacaerys, Lucerys y Joffrey acudieron para presenciar como uno de los septones casó a ese par, según la costumbre de la antigua valyria.

—¡Eso hago!

—No, tu brazo está tenso. Puede romperse o hacerte perder el arma si un golpe más fuerte cae aquí. —explicó con paciencia el actual esposo de su madre, golpeando suavemente el codo de -la ahora adolescente- Naerys con la empuñadura de su espada y eventualmente provocando que el arma de madera casi se le cayera de la mano.

—Y esto es por qué no deberíamos tener mujeres en el campo de batalla —se mofó Jace. Secretamente admiraba a su hermana y deseaba con todas sus fuerzas su mejoría, pero eso no implicaba que no aprovechara a tocarle los nervios en cuanto veía la oportunidad.

Daemon no pareció encontrar gracia alguna en el comentario, aún así soltó una corta risa nasal, volviendo la mirada a Naerys como si esperara su contraataque.

—Podría cortarte esa misma lengua con la que acabas de desprestigiarme si así lo quisiera —fue la respuesta de la de cabellos claros.

Jace solo reaccionó sacando la lengua a modo de invitación, provocando que Naerys lo analizara durante unos segundos ante el reto y posteriormente corriera hacia él. 

Secretos de alabanza | Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora