08. "Bastardos"

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El Rey, pese a la lentitud de sus pasos, lucía impaciente por llegar y recargar su peso en algo más que no fuera el bastón.

Uno de los guardias se le acercó ante la notoria debilidad que denotaba con el temblor en su brazo más firme. Justo antes de que sus fuerzas le fallaran por un momento y perdiera el equilibrio, se apresuró a socorrerlo ofreciéndose como apoyo, pero fue empujado por el rey.

—Estaré bien... —intentó calmar la preocupación del hombre que se hizo hacia atrás al momento de ser rechazado. —Estaré bien. —volvió a repetir en conjunto con un débil suspiro, como si buscara convencerse a sí mismo.

Rhaenyra guió su vista al frente, como si suplicara en silencio, parecía esperar que uno de sus hermanos le regresara la mirada. Dispuesta a rogarles de ser necesario porque al menos uno sirviera como apoyo para Viserys. Naerys notó aquello, pero tanto Aegon como Aemond se mantenían firmes en sus respectivos lugares, con los ojos clavados como estacas en la espalda de Viserys, Helaena veía a la dirección contraria y tanto Alicent como Otto mantenían sus expresiones de estupor desde el momento en que lo vieron ingresar por las inmensas puertas dobles.

Solo un par de pasos más fueron necesarios para que nuevamente sus fuerzas le fallaran y el sonido metálico de la corona contra uno de los escalones retumbara en el salón.

—Dije que estoy bien. —gruñó sin fuerzas al notar la mano del hombre que se apresuró a tomar la corona, justo antes de voltear para encontrarse con Daemon, su hermano. Lo admiró por un momento como si no pudiera creer que se hubiera tomado la libertad de acercarse a socorrerlo, pero no añadió nada más.

—Vamos. —susurró posando una mano en la espalda del rey, permitiendole apoyarse en él cada vez que sus piernas volvían a fallarle. —Eso es. —subieron a su propio ritmo cada escalón, entre quejidos y suspiros de cansancio por parte de Viserys hasta el trono, donde se dejó caer con alivio antes de que Daemon gentilmente devolviera la corona a su cabeza, para finalmente retirarse hacia el lugar donde anteriormente se encontraba, a un lado de Rhaenyra.

—Debo... Admitir... Mi confusión. —suspiró el rey, agotado de los escalones y posiblemente de la situación que ya había sido aclarada varios años anteriores. Todos se mantuvieron en silencio, admirando la debilidad y fortaleza del rey que hacía su mayor esfuerzo por expresar una oración completa sin fatigarse. —No entiendo... Por qué se oyen peticiones... sobre una sucesión ya resuelta... —continuó con genuina disconcordancia con la situación, echando un rápido vistazo a Vaemond Velaryon. —La única... Presente... Que podría ofrecer una visión más aguda de los deseos de lord Corlys... Es la princesa Rhaenys.

Todas las miradas cayeron instantáneamente en Rhaenys, quien tenía a su lado a Baela como apoyo. Ambas tomadas de la mano, tal y como Rhaenyra con Naerys. Reconfortándose la una a la otra.

—Así es, majestad. —admitió librándose del dulce agarre de Baela y dando unos pasos adelante, con una pequeña sonrisa plasmada al ser habilitada para hablar. —Siempre ha sido la voluntad de mi esposo que Driftmark sea heredado de ser Laenor a su hijo legítimo —realizó una breve pausa, volteando a ver por breves segundos al menor de los dos castaños que se encontraban junto a Naerys. — Lucerys Velaryon.

El simple hecho de que hubiera pronunciado aquel nombre, provocó un aire de sorpresa en Rhaenyra y su familia. Rhaenys, la mujer que acusó del peor de los delitos a Rhaenyra y Daemon, la mujer que decidió quedarse con Baela y Rhaena bajo su tutela y consideró proponerse a sí misma como próxima gobernante de Driftmark, antes de permitir que Rhaenyra y sus hijos tuvieran una mísera parte de la casa Velaryon. Estaba allí apelando a su favor. Vaemond frunció el entrecejo, quería decir algo, podía palparse en el aire la tensión que caía pesada sobre sus hombros y le rogaba abrir la boca, pero afortunadamente Rhaenys continuó.

Secretos de alabanza | Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora