De pie frente al cristal de cuerpo completo que reflejaba su pálida figura, Naerys analizó cada curvatura de su cuerpo, analizando cada herida y moratón. Analizando como ocultarlos o cuanto tardaría en recuperarse de ellos. Pensando en cuánto tiempo tendría que pasar hasta que pudiera moverse con normalidad o cómo mantener un semblante impávido cuando enfrentara a Aemond.
Tenía un hematoma en la zona de sus costillas deslizándose hasta cerca de su ombligo, la piel de las rodillas se abría superficialmente enseñando finas líneas enrojecidas que ardían bajo el mínimo roce, incluso con la suavidad de las ligeras sábanas. Su pómulo izquierdo no se encontraba hinchado para su fortuna, aunque comenzaba a tomar una coloración verde-violácea como sus ojos ahogados en gotas saladas.
Quiso morderse el labio inferior para soportar el dolor tras pasar un paño húmedo sobre su ceja cortada, pero de igual forma su dulce belfo cerezo se encontraba magullado con un corte más pequeño que el de su ceja. Era un desaste, ni siquiera sabía por donde comenzar a limpiarse o como presentarse de esa forma en el desayuno.
Peor aún: En dos días durante la semana de cacería, torneos y festines, donde por supuesto las miradas estarían fijas en ella y su prometido, juzgando que tan fuerte sería la alianza de un matrimonio así y sobre todo qué tan buenos líderes llegarían a ser algún día.
Tomó aire, se deslizó el primer vestido oscuro que encontró en su armario, con pequeños detalles bordados y granate. Mantuvo su cabello suelto, no deseaba recogérselo ese día y tampoco deseaba la compañía de sus criadas que esperaban ansiosas detrás de la puerta por cualquier llamado. Y así, sintiéndose la persona más audaz de todo Westeros, Naerys se presentó al desayuno y tomó asiento como si las heridas en su rostro y pesado caminar no significaran nada.
—¿Cuándo se supone que es el torneo? —preguntó Aegon, quien parecía más involucrado con su familia últimamente para gran sorpresa de la princesa.
—En cuatro lunas, ¿deseas participar? —preguntó sarcásticamente la reina y Aegon rió ante la pequeña muestra de sentido del humor que su madre aún parecía reservar y negó con la cabeza.
—Es lo único entretenido de toda la semana —respondió antes de volver a centrarse en su desayuno.
Naerys no alzó la mirada en ningún momento, lo que menos deseaba era cruzar miradas con Aemond, pues sabía que no aguantaría la vergüenza y la irritación de su mera presencia. Necesitaba calmarse, pensar con frialdad y por último actuar.
—¡Naerys! —exclamó la reina, poniéndose de pie cuando dejó de prestar atención al plato de Helaena para verificar que la causa de su distracción no le impidiera alimentarse. —¡¿Qué ha sucedido?! —llevó una mano a la barbilla de la princesa, moviéndole la cabeza de lado a lado para analizar cada herida. Aegon murmuró algo que Naerys no pudo comprender, pero no le siguió su típica risa, por lo que seguramente también se sentía intrigado. —Si tu madre te viera de esta forma... Que los Dioses no lo permitan —susurró lo último, analizando con la mirada cada fracción del rostro de la princesa, pero antes de que Naerys pudiera mencionar palabra alguna la reina volteó en el lugar sin soltarla de su delicado tacto. —¡¿Me puedes explicar esto?!
—¿Yo? —Aegon preguntó ladeando la cabeza con sutileza tras breves segundos de silencio en los que todos en la mesa voltearon sus rostros hacia él. Todo marchaba tan bien para él y de repente acusaciones volvían a apuntarlo, lamentaba no estar lo suficientemente ebrio para soportar otra mañana en familia.
—¡¿Es que acaso hay alguien más sentado en tu lugar, Aegon?! ¡Claro que te hablo a ti!
—No puedo hacerme ni parva idea, madre —la tonalidad de Aegon era calmada, tal y como Aemond, ambos tenían aquella capacidad de demostrar calma cuando otro se encontraba alterado y de cierta forma rebajarlo indirectamente por dicho motivo. Llevó la mirada al rostro de Naerys y lo recorrió con los labios abultados en una mueca propia de su curiosidad. —Sé que dije que te alimentabas como el mejor de nuestros guerreros, pero no necesitabas ir a buscarle pelea.
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Secretos de alabanza | Aemond Targaryen
FanfictionLa noche que Rhaenyra Targaryen dio a luz a su primer hija con Laenor Velaryon, los estruendos de la tormenta más fuerte que azotó Kingslanding en nueve años ahogó sus gritos. Nadie estuvo allí para recibirla pero se tenían la una a la otra y durant...