Los estandartes Targaryen y Velaryon volvieron a colgarse en la sala del trono y más pronto que tarde se vería atestada de extensas mesas cargadas de festines. Siete días de celebración o tal vez menos, considerando la desmejorada salud del rey Viserys que a duras penas lograba mantenerse erguido en su silla, comenzaba a tenerse en consideración adelantar el gran evento.
El vestido de Naerys estuvo listo para descollar y cubrir su cuerpo exactamente dos días antes del inicio de todo, habría estado encantada en otras circunstancias, era un trabajo inestimable. Una pieza simplemente hermosa, de tonalidades blanquecinas con detalles en plata tan sutiles que se fundían con el vestido, haciéndolo lucir marmolado.
La zona ceñida a su busto y cintura eran decoradas con un bordado de hilo encerado en color grisáceo-turquesa que destacaba con furia pequeñas formas de lo que representaban las alas de un dragón. La falda era larga, acampanada y del mismo color, con terciopelo rojo intercalándose en cada pliegue y al final del vestido, volviéndolo pesado y evitando que pudiera levantarse ante cualquier brisa. Por encima, apaciguando las pequeñas franjas de tonalidades potentes, un tul grisáceo caía hasta el final.
Las mangas blanquecinas caían de sus hombros y el mismo color de tul plateado recubría el resto de sus brazos, llegando hasta el dedo medio donde una argolla se afirmaba al mismo. No había suficientes palabras para describir la apariencia divina del vestido, mucho menos de las joyas que adornaban el resto del atuendo, tales como una armaura de filigrana que se afirmaba a su cintura y largos pendientes de plata con pequeñas piedras de zafiro, a juego con el colgante que aún llevaba sorpresivamente.
Dos días.
Dos días faltaban para el inicio de los eventos anticipando la boda y la jóven princesa que en algún momento había acatado cada palabra del rey y su madre, con jovialidad aunque resultara una puesta en escena, en ese mismo momento que presenció el par de pendientes con zafiro se sintió desfallecer de la angustia. Lo único que cruzó por su mente era arrancarse la cadena de plata del cuello, así provocara otro par de heridas frescas en su delicada piel, no quería tener nada relacionado con Aemond pero sería en vano porque de todos modos debería compartir el resto de su vida con él.
—¿Y bien? —Alicent le sonrió, posicionándose detrás de Naerys y estrujándola por los hombros mientras ambos pares de ojos se posaban sobre la maravillosa pieza. —¿No es acaso más de lo que esperábamos?
—Es... —las lágrimas nublaron la mirada de Naerys, mientras luchaba internamente por no zafarse del agarre dulce de la reina. —Muy bonito, mi reina.
Y aunque luchó con todas sus fuerzas, no pudo evitar que la voz le saliera temblorosa y se apagara casi al final. Sin embargo, ninguna lágrima fue derramada, con la fuerza de voluntad que le quedaba alzó el rostro hacia el techo y frunció el ceño tragándose la angustia.
—¿Estás bien, mi cielo? —preguntó Alicent, afirmando más su agarre y brindando suaves caricias en el lugar, en un intento por reconfortarla.
—Los sentimientos entremezclados —se apresuró a responder, sorbiendo la nariz y soltando una corta risa que lejos de parecer falsa de hecho resultó bastante convincente. —No pensaba vivir tantas emociones en pocos días... O casarme antes de mi veinteavo onomástico.
—No lo pienses mucho —fue la sencilla respuesta de la reina. —Todas en algún momento hemos padecido este cúmulo de emociones, te sentirás mejor pronto.
Quiso responderle que no era posible sentirse mejor, no mientras estuviera condenada a permanecer junto a Aemond. Siempre se consideró bastante fuerte e incluso para afrontar la situación de unas noches atrás que no pareció horrorizarla hasta tal punto de provocarle pesadillas y un mal comer. Pero se sentía asqueada con sí misma y cualquier tipo de contacto físico, así fuera un abrazo gentil de la reina o una caricia a su cabello por parte de Helaena, todo le recordaba a la vergúenza de unas noches atrás o al par de degenerados a los que fue entregada y de quienes se vio en la obligación de defenderse de manera sanguinaria.
ESTÁS LEYENDO
Secretos de alabanza | Aemond Targaryen
Fiksi PenggemarLa noche que Rhaenyra Targaryen dio a luz a su primer hija con Laenor Velaryon, los estruendos de la tormenta más fuerte que azotó Kingslanding en nueve años ahogó sus gritos. Nadie estuvo allí para recibirla pero se tenían la una a la otra y durant...