21. El árbol del tronco chueco

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El aire que chocaba furioso contra el rostro de Naerys trajo consigo recuerdos de Driftmark, cuando la desapacible brisa del lugar golpeaba su cuerpo y las palabras de despedida a Laena Velaryon resonaban por el lugar frente a la enorme masa de agua al otro lado del muro.

Pero pese a esos recuerdo ingratos y a la falta de costumbre de montar un dragón tan grande como se había vuelto Rhaegar, sobre todo por la posición de sus piernas flexionadas en la montura que lucía más pequeña de lo usual en su lomo, era un deleitoso viaje por el brillante cielo de Kingslanding y nada podría arruinar esa perspectiva del momento.

El cuerpo del dragón se zarandeaba cada vez que movía sus pesadas alas, produciendo el estruendoso sonido del cuero tajando el aire con fiereza. Sus patas por igual se movían cada cierto tiempo, buscando impulsarse en el aire y generando en Naerys un cosquilleo en el estómago que le robaba cortas carcajadas.

Tras un largo rato de vuelo, el ambiente se tornó seco y cálido. Supo entonces que se encontraban saliendo de la colina Aegon, más allá de la gran plaza sin nombre. Un campo verde se presentó debajo del inmenso cuerpo de Rhaegar y Naerys aflojó el agarre de las sogas.plaza sin nombre. Un campo verde se presentó debajo del inmenso cuerpo de Rhaegar y Naerys aflojó el agarre de las sogas.

¡Paêz, Rhaegar! [¡Despacio, Rhaegar!] —exclamó por encima del ruido de los aleteos, palmeando la zona posterior del largo cuello de su dragón. — ¡Ilagon! [¡Abajo!]

El gran animal disminuyó la velocidad, planeando con sus alas extendidas hasta que sus patas tocaron el suelo en una zona despejada de aquel boscoso paisaje, amortiguando con su barriga el impacto y Naerys observó satisfecha el lugar aún desde el lomo de Rhaegar.

Hierbas desconocidas sobresalían por encima del nivel del pasto verde que se extendía varios kilómetros, rodeando junto a variedad de rocas grises y mohosas lo que parecía una especie de manantial justo frente a ellos, con el agua tan cristalina que tanto el verde del paisaje, el cielo celeste y las suntuosas nubes se fundían y reflejaban en ella.

Algunos árboles distanciados entre sí se podían apreciar varios metros más adelante. Sus troncos gruesos y ramas plagadas de hojas lucían como el lugar perfecto para pasar toda una tarde, si tan solo hubiera ido mejor preparada podría incluso atreverse a pasar la noche allí, acompañada únicamente por Rhaegar y los seres nocturnos cantando en sus oídos.

—Parece que este será nuestro lugar especial por hoy —Naerys aflojó los lazos de cuero y sogas que le envolvían la cintura para mantenerla firme en la montura.

No sabría reconocer donde se encontraba con exactitud, no obstante tomó uno de los tantos árboles como referencia, el que se inclinaba tristemente hacia un lado de forma exagerada, casi haciendo que una de sus ramas inferiores tocara el suelo. Desde el manantial entonces en dirección al árbol del tronco chueco sabía que era el camino de regreso, aunque los dragones tuvieran un notable sentido de rastreo y sin problema alguno la llevaría.

Descendió por el cuerpo de Rhaegar y se encaminó hacia el árbol torcido dispuesta a recostarse bajo su sombra. Inhaló profundo el aire limpio del lugar, contrastaba tanto con el hedor de las afueras de Kingslanding que se sintió enferma de tan solo pensar lo pesado que se sentía respirar allí, y sacó la carta del escote de su vestido. 

Con prisa rompió el sello que mantenía el fino papel envuelto en sí mismo y exhaló vaciando sus pulmones mientras sus ojos se posaban en la elegante caligrafía.

"Querida hija,

Nos invade una desmedida felicidad por saber que todo marcha bien, tus hermanos y Daemon están ansiosos por volver a verte y no se necesita aclarar que también yo lo estoy. Te contentará saber que estaremos presentes para la semana de torneos y festines a la cual hemos sido cordialmente invitados.

Secretos de alabanza | Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora