13. Regresión

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Las lecciones de historia siempre habían sido las favoritas de Naerys, nada era mejor que comenzar el día con versículos sobre grandes hazañas de los antiguos reyes y lords de las diversas casas. Aunque con frecuencia pensaba si su emoción en las mañanas a lo mejor no se trataba de su especial gusto por la lectura del pasado, sino porque sabía bien que al finalizar el horario todos correrían al comedor.

Y ella por supuesto sería la primera en llegar y escoger su lugar; el extremo izquierdo de la mesa, por el cual se originaba una carrera silenciosa con Aemond, debido a que ese lugar se encontraba más cerca del angosto corredor que dirigía a la cocina y el aroma embriagador de los alimentos horneados durante cada comida se sentía como el paraíso.

Dicho pasillo solo era utilizado por los encargados de servir en la mesa, quienes al no querer interrumpir entrando al lugar por la puerta principal con frecuencia utilizaban dicho corredor para trasladar la comida, sin desviar la atención de la conversación que se estuviera llevando a cabo.

En varias ocasiones, tanto Naerys como Aemond en compañía de Aegon, se colaban a la cocina por dicho pasillo para llevarse más panecillos a la mesa o tomar un poco más del queso cremoso, que se preparaba esa misma madrugada para servir en la mañana, y luego disfrutar del fruto de aquella hazaña en las tardes libres bajo el árbol de hojas rojizas en el patio real.

 Aunque al final siempre terminaba compartiendo con sus hermanos, quienes amenazaban con acusarlos frente a la reina o su propia madre, Rhaenyra, quien hasta el día presente jamás fue advertida de dicha agudeza por parte de su pequeña niña obediente.

—¿Está muy ajustado, princesa?

Naerys observó su reflejo en el cristal con desdén, tenía el cabello recogido en dos trenzas cascada a cada lado, uniéndose en la zona posterior de su cabeza y dejando el resto de su cabello grisáceo caer grácilmente por su espalda. El vestido color turquesa que llevaba ese día era más ligero y cómodo, las mangas eran largas y acampanadas, casi abiertas al llegar a sus muñecas pero la zona de su torso y busto estaba tan ajustada que dudaba poder siquiera disfrutar un solo bocado.

—Está perfecto, gracias. —respondió a la criada y cerró los ojos por un momento. No lo estaba. Quería arrancarse ese vestido y usar su camisa de dormir toda la tarde.

No sentía el mismo regocijo que antes al estar allí, sobre todo al pensar en lo que le deparaba el futuro. El rey siempre había sido un hombre gentil y sensible ante las peticiones ajenas, no debería ser diferente con su propia nieta. Tal vez podría simplemente dejar de darle vueltas al asunto y hablar con él, aunque le doliera en el alma ir contra la corriente debido a su delicada salud y el insistente motivo de su madre. 

Respiró profundo un par de veces con aquello en mente y salió de sus aposentos en dirección al comedor, tal y como se le había sido indicado.

Al parecer las costumbres y gustos no habían cambiado, como desayuno se presentaba una fuente de frutas a cada extremo de la mesa, jarrones de cerámica con leche fresca, además del infaltable queso cremoso para untar en los panecillos recién horneados que se apilaban en medio.

Le hizo sentir una regresión, cuando entraba corriendo para tomar el panecillo más caliente para fundir el queso al untarlo en él, con el delicioso aroma proveniente de la cocina y compartiendo la misma silla con Aemond que pese a su enfado por haberle quitado el lugar solía sentarse más incómodo cerca del borde del asiento para que Naerys pudiera acomodarse mejor. Dicho recuerdo le hizo esbozar una disimulada sonrisa, no le gustaba crecer, todo lo relacionado con la adultez era abrumador. Desde las responsabilidades agobiantes hasta el matrimonio y los más mínimos errores que generaban enemistades.

—Naerys. —Alicent se puso de pie para recibirla.— ¿Has descansado?

La joven Velaryon estaba de pie frente a las puertas abiertas del comedor, con la mirada fija en Aemond pacíficamente sentado en el mismo lugar que la noche anterior. Tenía puesto su parche, le hizo pensar que a lo mejor ya era parte de él y rara vez se lo quitaba.

Secretos de alabanza | Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora