En Dragonstone todos se observaron mutuamente, preguntándose con la mirada si acaso alguno tenía conocimiento de la preocupación desbordada en la mirada del maestre Gerardys. Sin embargo no hizo falta emitir palabra alguna para preguntar, pues los gritos desgarradores de Rhaenyra se hicieron presentes en todo el salón y la primer reacción de los lords más cercanos fueron correr a sostener a la legítima reina quien cayó de rodillas al escuchar a su consejero.
—Lucerys... —Rhaenyra pidió ahogada en su propia voz, colapsando en brazos de lord Bartimos.
En Harrenhal no fue muy diferente la reacción de Naerys, quien colapsó en brazos de Daemon, ahogando sus gritos en el pecho del príncipe que la acompañó en su dolor. Ambos dragones lloraron ante la angustia de sus jinetes y los soldados cercanos a sus aposentos bajaron la cabeza contagiados por la noticia del trágico final para el joven príncipe.
Así como sucedió en Harrenhal, las palabras volaron más rápido que los cuervos. En los barrios más bajos de Flea Bottom se contagiaron los rumores como un resfriado, se podría ennumerar con los cinco dedos de cada mano y de los pies cada posible historia mal contada sobre la muerte de Lucerys Velaryon, pero en algo concordaban todas: Aemond Targaryen estuvo para presenciarlo o provocarlo.
Daemon tenía contactos allí, en su juventud se había ganado varios amigos entre los apostadores, cantineros, rateros y putas que se movían entre las penumbras de la ciudad. Pero la amistad más valiosa con la que contaba era Mysaria, una pálida mujer que no temía pasearse por los rincones más lóbregos de Kingslanding y fue a ella a quien recurrió para buscar venganza por Lucerys.
Tras escribir una carta a su esposa con una sola línea de palabras «Ojo por ojo, hijo por hijo. Lucerys será vengado» puso un nuevo plan en marcha.
—Ese puto sádico rencoroso de mierda... —masculló Naerys.
Lucía enfermiza, pálida con los ojos inyectados en sangre ante las lágrimas saladas que no dejaron de escapar de ellos durante todo el día. Se sintió una porquería ante el pensamiento egoísta que inundó su mente cuando tuvo la oportunidad de quemarlos a todos, si tan solo no hubiera puesto por encima de la corona de su madre el deseo de venganza contra Aemond, si tan solo lo hubiera asesinado cuando pudo junto a toda su familia por más honorable que creyó una muerte así para todos, su hermanito seguiría con vida.
Y es que para empezar, ni siquiera habría necesidad de quitarle la tranquilidad a Rhaenyra, con sus hermanos y Daemon planificando una guerra cercana y ahora segura. Porque no había duda de que la muerte de Lucerys sería cobrada y si no era por parte de su madre, sería por cuenta propia.
Daemon había abandonado sus aposentos luego de intentar alimentarla, logrando convencerla luego al sugerir comenzar con los entrenamientos ya que los nudos se habían desatado y ahora las reacciones más barbáricas serían cometidas entre Verdes y Negros. Naerys a regañadientes tuvo que alimentarse y aunque no deseaba salir de su nueva cama, lo hizo.
Durante ese tiempo que a Naerys le llevó recuperarse en Harrenhal, desahogándose mediante exhaustivos entrenamientos que Daemon recomendaba para no dejarla aislarse en sus aposentos y mantener la presencia fuerte en el castillo, a Rhaenyra le llevó el doble de tiempo recuperarse en Dragonstone tras la muerte de Lucerys. Pese a todo, los nuevos planes de batalla continuaron. Coordinaciones entre el príncipe Daemon y lord Corlys Velaryon se llevaron a cabo, con consejos e instrucciones de parte del maestre Gerardys y lord Bartimos Celtigar. Se buscaron jinetes para los nuevos dragones.
El hijo mayor de Aegon II Targaryen fue asesinado, poco supo Naerys al respecto, oyéndolo de los labios de lords y soldados que aún mantenían contacto con las señoras de sus casas e hijos cautelosos que con frecuencia enviaban nuevos informes. Las reuniones en Harrenhal eran frecuentes, sobre todo en las mañanas y en ocasiones volviendo a repetirse en las noches.
Los Verdes buscaban sangre ahora, a cambio de la que fue derramada por el hijo de Aegon II y Helaena. Naerys habría sentido una pizca de lástima por su tía, pero solo podía pensar en la pena de perder a su hermanito y en el vacío que ahuecó sus corazones, incapaz de llenarse sin importar cuanta sangre o venganza se cobrara. Siempre faltaría alguien a su lado, siempre habría un espacio libre en la mesa y un día o lugar innombrable.
Durante esas semanas no fueron visitados por ningún grupo de soldados, sin embargo los días fueron bien aprovechados. Naerys cumplió sus dieciocho allí, aunque sin celebración o felicitaciones de parte de nadie más que de Daemon, quien le regaló su primer armadura. Era una armadura pesada de acero y cobre, pero lo suficientemente ligera para moverse con libertad, con ella entrenó los siguientes días, solo mejorando y esperando el momento de usar sus habilidades.
Sin saber que el momento llegaría y más pronto de lo que esperaba.
Tras tantas semanas de planificación, conspiraciones, amenazas de guerra y tensión, un pedido llegó a manos de Daemon. Lord Staunton rogaba por protección, los verdes amenazaban con destruir Rooks Rest desde que la noticia sobre su alianza con Rhaenyra se volvió de público conocimiento.
Daemon marchó una mañana junto a un gran puñado de soldados al encuentro de la batalla lo antes posible. Encargando a Naerys que mantuviera una vez más la posición en Harrenhal, pues refuerzos continuarían llegando. Maestres fueron enviados a la gran fortaleza, en espera del regreso de los soldados y listos para atender cualquier lesión. Varios caballeros aún permanecían allí, aunque fuera una minoría considerando que el resto había seguido a Daemon en encuentro de Lord Staunton.
También era de público conocimiento que Naerys Velaryon y su dragón Rhaegar permanecían en Harrenhal, atentos a hacer arder a cualquier traidor o aliado del enemigo que se atreviera a cruzar por las puertas del lugar. La paz no era una opción ya, las cartas eran automáticamente quemadas y ahora todo daba paso al filo de las espadas y el peso de las armaduras.
Naerys había aprendido, no todo pero lo necesario, había agudizado su visión y audición. Había logrado golpear a Daemon con la espada en alguna ocasión, su defensa era magnífica, su danza sublime al evadir la punta de las espadas dejaba boquiabierto a cualquiera y ahora el único paso a seguir era participar de una batalla. Sin embargo, allí continuaba, cuidando el castillo como si de una fiel esposa se tratara.
Era un trabajo sencillo, pero le frustraba no saber a esa altura alguna novedad. Alguna noticia sobre Rhaenyra o sus otros hermanos, sobre el avance del enfrentamiento, sobre la llegada de nuevos aliados. Su mirada se mantenía fija en los caminos de piedra que llevaban a la entrada de Harrenhal sin pensar que aquel fuera un gran error, ver al suelo y olvidar que sobre su cabeza existía más de una bestia sobrevolando los cielos.
Se había olvidado, entre tanto caos y tensiones, de la existencia de la raíz de todos sus problemas y quien ahora había regresado para recordarle que aún tenían asuntos pendientes por desgarrar: Aemond Targaryen.
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Secretos de alabanza | Aemond Targaryen
FanfictionLa noche que Rhaenyra Targaryen dio a luz a su primer hija con Laenor Velaryon, los estruendos de la tormenta más fuerte que azotó Kingslanding en nueve años ahogó sus gritos. Nadie estuvo allí para recibirla pero se tenían la una a la otra y durant...