32. El indómito

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Naerys se mantuvo despierta hasta tarde en la madrugada, cuando el lobo dejó de cantar y los fantasmas se reunieron en los pasillos a bailar bajo la tenue luz de la luna. Se sentó en los pies de la cama con su daga en mano a contemplar las limitadas opciones que tenía en cuanto la reina abandonó la habitación.

Pensó en acabar con todo de repente, no tenía más motivaciones o propósitos que ayudar a su familia. Sería más sencillo para todos, en mente de Rhaenyra no existiría el debate de sacrificar la corona o a su propia hija para recuperarla. Jacaerys podría ocupar su lugar como sucesor y Lucerys quedarse con Driftmark.

Alzó la mirada hacia la ventana y allí permaneció minutos, horas, un día entero, intentando juntar valor, autoconvenciéndose de que sería lo mejor. Buscando alguna alternativa más veloz y podría decirse que casi logró tocar fondo a mitad de la noche, si no fuera por la interrupción de una exclamación desde el exterior de su habitación, seguido de un sonido metálico y posteriormente la puerta abriéndose de forma abrupta.

Erryk Cargyll, juramentado de la guardia real, se había adentrado con violencia a sus aposentos. Aunque la princesa no supo de cual de los dos hermanos Cargyll se trataba.

—Acompáñeme, princesa —habló exhaltado. — No puedo permitir esta traición.

Naerys se puso de pie y frunció el entrecejo al verle extender una capa hacia ella, una capa que le recordó que aún había motivos, aún existían propósitos además de dar su vida por Rhaenyra y el mismo era la oportunidad de venganza. ¿Cómo pudo ser tan frágil de mente? Presionó los labios en una fina línea y aunque le revolvió el estómago pensar en siquiera ponerse otra vez esa tela oscura por encima del cuerpo, tomó la misma sin rechistar.

Las palabras no fueron necesarias en todo el tiempo que llevó cruzar pasadizos oscuros y puertas camufladas que Naerys jamás en todos los años que vivió en la fortaleza supo que existían. 

El único momento de luz, que le permitió reconocer un frío amanecer, fue cuando cruzaron por uno de los patios internos. El cuerpo de Lord Caswell, quien la había recibido junto a toda su familia el día del juicio por Driftmark, colgaba con una soga al cuello opacando los pocos rayos de Sol que comenzaban a asomarse por entre las columnas.

—No mire, princesa —Erryk habló a su lado, pasando un brazo por encima de sus hombros para hacerla avanzar más rápido junto a él. —Ya saldremos.

Otra puerta oculta en un muro, más pasadizos y de repente la sala donde el cráneo de Balerion se exponía con orgullo sobre velas. Naerys alzó la mirada hacia él por un momento y el recuerdo de sus conversaciones con su abuelo Viserys llegaron a su mente, como la lluvia furiosa inundando todo Kingslanding la misma noche que Rhaenyra dio a luz.

Extrañaría por siempre a su abuelo y con misma durabilidad maldeciría a la reina eternamente por no permitirle pasar más tiempo con él cuando tuvo la oportunidad.

—¿Dónde estamos? —fueron las primeras palabras de Naerys dirigidas a Erryk, tras salir por una puerta pesada de hierro que les reveló unas escaleras rústicas, descendiendo a lo que parecía ser otra ciudad.

—Estamos al sur del Camino del Rey —respondió el guardia regresando su mirada hacia la princesa, quien lucía cansada, pálida e inquieta, resaltando los círculos oscuros debajo de los ojos bajo la capa azul-grisácea. —Blackwater esta por aquí —mencionó tomándola del antebrazo para continuar caminando.

El único motivo por el cual Naerys no se alejó de inmediato pese al sentimiento de asco e impotencia de ser tocada -aunque fuera de la manera más noble e inocente- era la exhaltación de sir Erryk, arriesgando su vida, haciendo lo posible por escapar y apoyar a Rhaenyra. No merecía un codazo o bofetada por ello, mucho menos la hoja afilada en la entrepierna. Así que continuó siguiendo sus pasos, pese a lo pesado que se comenzó a volver el aire para ella.

Secretos de alabanza | Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora