36. Primer Conquista

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No había un plan pactado para la princesa Velaryon, Daemon no le había comunicado qué hacer o decir. Tan pronto Daemon mencionó que le sería útil llevar a Naerys ella había accedido, por el simple hecho de sentirse importante al involucrarse de una forma más "trascendental" que actuar como mensajera. Pero ahora, al morir la noche y comenzar a bañarla los finos rayos de Sol, empezó a pensar que no iba de simple mensajera sino a tomar un castillo.

¿Qué eran cien hombres contra el experimentado dragón de Daemon y su fiel protector Rhaegar? Se tranquilizó con aquella pregunta para no inquietar al dragón que montaba, a medida que las ruinas de una parte del castillo captaron su visión.

Al parecer habían sido avistados desde lejos, ya que una muy pobre guarnición de guardias esperaban formados en las puertas de la fortaleza. Era una construcción magnífica con murallas altísimas, dándole una apariencia impresionante e inexpugnable, aunque Aegon el Conquistador ya había demostrado que nada era lo suficientemente alto ni muy fuerte cuando los ataques venían con fuego salvaje desde el cielo.

Caraxes descendió por comando de Daemon y Naerys no hizo más que seguirlo hasta que tocaron tierra. Ambos desmontaron sus dragones a varios metros de la fortaleza, acomodando sus ropas bajo la mirada aterrada de los soldados a la distancia. Naerys para esa ocasión agradeció llevar un atuendo muy semejante al de Daemon. El característico uniforme negro, cuyo torso permanecía recubierto de cuero de dragón, un par de botas lo suficientemente cómodas para apresurar el paso cuando fuera necesario y la infaltable capa negra y carmín que servía para proteger su espalda y cuello durante las corrientes de aire que azotaban con violencia en cada vuelo.

Daemon había optado por una casaca negra con detalles de escamas de dragón, por encima de la tela roja que recubría sus brazos y torso, sin embargo la diferencia en las capas de ambos -pese a ser estas idénticas- residía en que la capa del príncipe se unía en el centro de su pecho gracias al peso del medallón de oro con el dragón de tres cabezas, representando la riqueza y realeza de su apellido. Además de, por supuesto, un par de insignias que como trofeo disfrutaba autoregalarse.

—Mis hombres llegarán mañana, permaneceré contigo hasta entonces —advirtió Daemon a Naerys, acomodando el cabello trenzado de la muchacha por encima de su hombro en un gesto casi paternal. —Tomaremos Harrenhal y confiaré en ti para que recibas a nuestros aliados durante mi ausencia.

—Puedo hacerlo —asintió Naerys.

—Bien.

Y dicho aquello comenzó a caminar en dirección a las puertas de Harrenhal, aprovechando a su vez la oportunidad de finalmente estirar las piernas.

—Daemon.

—¿Mh?

—¿Cuál es el plan?

No estaban increíblemente lejos pero sí lo suficiente para apenas divisar las expresiones en los rostros de los sujetos que por inercia habían llevado una mano a sus espadas. Aquello no preocupó en absoluto a ninguno de los dos poseedores de la sangre valyriana, quienes respaldados por sus dragones se tomaron su tiempo para llegar.

—Capturar el castillo, rehenes y en lo posible algo de oro. Nos será necesario más adelante.

—¿Y cómo haremos eso? —musitó la princesa con la mirada al frente, intentando mantener el rostro sereno y no hacer denotar su inseguridad con cada paso.

—Permanecerás a mi lado en silencio, yo hablaré y nuestros dragones harán el resto —de igual manera musitó Daemon. —¿Entendido?

—Entendido —susurró la princesa.

Secretos de alabanza | Aemond TargaryenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora